Escribir un diario: Reflexiones de Woolf, Thoreau, Sontag, Emerson, Nïn, Plath y más, sobre el valor de registrar nuestra vida interior.
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Esta entrada fue publicada aquí originalmente en inglés por María Popova.
Los beneficios creativos de escribir un diario
«¿Quieres escribir? Necesitas llevar un diario, honesto, que nadie lea excepto tú», dice Madeleine L’Engle en sus consejos para aspirantes a escritores. W.H Auden una vez describió su diario como «una disciplina para mi flojera y mi falta de observación».
Escribir un diario, me parece, es una práctica que nos enseña mucho mejor que cualquier otra forma de soledad, cómo estar presente con nosotros mismos, atestiguar nuestra propia experiencia y habitar completamente nuestro interior. Yo, como una dedicada «diarista», siempre he sentido una fascinación irresistible por los diarios de artistas, escritores, científicos y otras mentes celebradas (esos vistazos a sus vidas interiores y sus luchas creativas), y por lo menos igual de interesantes son sus contenidos que la razón por la cual son escritos. Aquí hay opiniones de algunos de los más prolíficos practicantes de esta forma de arte privado.
Llevar un diario toda mi vida me ha ayudado a descubrir algunos elementos básicos esenciales a la vitalidad de escribir
Quizás la más tenaz diarista en la historia registrada fue Anaïs Nin. Empezó a llevar un diario a los once años y mantuvo el hábito hasta su muerte, a los setenta y cuatro años: produjo dieciséis volúmenes publicados en los que reflexiona sobre diferentes materias atemporales y temporales, como el amor y la vida, entregarse a lo que no estamos familiarizados, los derechos reproductivos, la elusiva naturaleza de la alegría, el significado de la vida y por qué el exceso emocional es esencial para la creatividad. En 1964, en una conferencia en Darthmouth, habló del papel del diario como una herramienta indispensable para aprender el oficio de escribir, y también para cristalizar nuestras pasiones y prioridades, de las cuales florecen todo el trabajo creativo:
Mientras escribía mi diario aprendí cómo capturar los momentos vividos.
Llevar un diario toda mi vida me ha ayudado a descubrir algunos elementos básicos esenciales a la vitalidad de escribir.
Cuando hablo de la relación entre mi Diario y me escritura no intento generalizar sobre el valor de llevar un diario, ni aconsejar a nadie a que lo lleve, sino simplemente extraer de este hábito algunos descubrimientos que fácilmente pueden ser transpuestos a otros tipos de escritura.
De éstos, los más importantes son la naturalidad y la espontaneidad. Esos elementos brotaban, según observé, de mi libertad de elección: En mi diario sólo escribo lo que genuinamente me interesa, lo que más me mueve en ese momento, y encuentro que este fervor, que este entusiasmo produce una viveza de la que normalmente carece el trabajo formal. Improvisación, asociación libre, obedecer las ganas, impulso, todo eso trae imágenes incontables, retratos, descripciones, borradores impresionistas, experimentos sinfónicos en los que me puedo sumergir, en cualquier momento, para encontrar material.
En su extensa meditación sobre los beneficios creativos de llevar un diario, encontrada en el absorbente A Writers Diary de una Virginia Woolf de 37 años, Woolf habla del valor de llevar un diario: nos da acceso sin filtros a las gemas en bruto de nuestras propias mentes, generalmente desechadas por la auto censura de la escritura «formal»:
[pullquote align=»full» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]El hábito de escribir sólo para mí misma es una muy buena práctica. Afloja los ligamentos. Sin importar los errores y tropiezos.[/pullquote] [pullquote align=»full» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]Noto, sin embargo, que esta escritura de diario no cuenta como escritura, porque apenas al releer un pasaje de este año me sorprendí por el ritmo azaroso con el cual galopa, a veces, ciertamente, dando sacudidas intolerables en cada parte. De todos modos si no hubiera sido escrito igual de rápido que la más rápida maquina de escribir, si me hubiera detenido a pensar, jamás hubiera sido escrito: y la ventaja de este método es que pasa por alto algunas cuestiones que de otro modo habría omitido, pero que son los verdaderos diamantes.[/pullquote]Un diario, observa ahora a la edad de cuarenta y ocho, también construye un puente entres nuestros yos presentes y futuros. Woolf escribe con un guiño:
[pullquote align=»full» cite=»» link=»» color=»» class=»» size=»»]A pesar de algunos temblores pienso que debería continuar con este diario. A veces pienso que ya logré cruzar a través de la capa de estilo y la cosa que he alcanzado es menos flexible. No importa; extraño a la vieja Virginia poniéndose los lentes para leer sobre Marzo de 1920, decididamente a ella le gustaría que continuara. ¡Felicidades! Mi querido fantasma, y toma nota; no creo que los cincuentas sean una edad tan grande. Todavía puedo escribir muy buenos libros; y aquí están los ladrillos para uno de ellos.[/pullquote]Al principio de Los diarios de André Gide, el futuro premio Nobel, entonces de 21 años, evalúa lo que se convertiría en un compromiso de seis décadas:
Para poder realmente empezar a escribir notas sinceras en este cuaderno, primero tengo que desenredar mi cerebro, limpiar todo el polvo; estoy esperando una vasta serie de horas en blanco, una vieja y duradera convalecencia donde mis curiosidades, constantemente despiertas, puedan descansar; durante las cuales mi única tarea sea redescubrirme.
Un año después, Gide ofrece un meta comentario sobre esta tarea. Un diario es muy útil durante evoluciones espirituales conscientes, intencionales y dolorosas. Ahí es cuando necesitas saber en dónde estabas parado… Un diario íntimo es especialmente interesante cuando registra el despertar de las ideas; el despertar de los sentidos en la adolescencia; o cuando sientes que estás muriendo.
Henry David Thoreau fue uno de los más grandes y líricos diarista, como se demuestra en El Diario de Henry David Thoreau, 1837–1861, ese interminable compendio de sus meditaciones atemporales sobre cualquier cosa, desde el verdadero significado del éxito, al enorme regalo de envejecer, hasta el significado de la vida humana. En una entrada de Octubre de 1857, Thoreau considera la seducción del diario no para el escritor sino para el lector:
¿No está acaso el poeta destinado a escribir su propia biografía? ¿Tiene alguna otra cosa que hacer más que escribir un buen diario? Así ya no sólo aspiraremos a saber su héroe imaginario, sino lo que él, el verdadero héroe, vivió día a día.
Ralph Waldo Emerson, un amigo cercano de Thoreau y un agudo observador de la experiencia humana, iluminó la cuestión de la escritura de un diario con un nuevo enfoque, como lo vemos en Los diario de Ralph Waldo Emerson
El buen escritor parece estar escribiendo sobre sí mismo, pero con el ojo fijo siempre en ese hilo del universo que corre a través de él y de todas las cosas.
En el eternamente emotivo diario El diario de Ana Frank, la autora desde el principio cuestiona el hecho mismo que la inmortalizó y tocó la vida de millones:
Para alguien como yo escribir un diario es un hábito muy raro. No sólo porque nunca antes había escrito, sino porque estoy segura que después ni a mí ni a nadie le van a importar las emociones de una estudiante de 13 años.
Oscar Wild, un hombre de opiniones fuertes y pasiones aún más, escribió ejercitando su característico ingenio en La importancia de llamarse Ernesto:
Nunca viajo sin mi diario. Uno siempre debe tener algo sensacional para leer en el tren.
En una entrada de 1957 encontrada en Reborn: Journals and Notebooks, 1947–1963, Susan Sontag, entonces de 24 años, escribe acerca de llevar un diario.
Superficialmente, para algunos el diario es sólo un receptáculo para nuestro pensamientos secretos y privados — como un confidente sordo, tonto e iletrado. Pero en el diario no solamente me expreso más abiertamente de lo que lo haría con cualquiera; me creo a mí misma. El diario es un vehículo para mi sentido de la individualidad. Me representa independiente emocional y espiritualmente. Por eso no es sólo un simple registro de mi vida diaria, sino — en muchos casos — una alternativa a ella.
Normalmente hay una contradicción entre el significado de nuestras acciones hacia una persona y lo que decimos en un diario que sentimos hacia ella. Pero no significa que esto sea superficial y sólo lo que nos confesamos a nosotros mismos sea profundo. Las confesiones, quiero decir, las confesiones verdaderamente sinceras pueden ser más superficiales que las acciones. Pienso ahora en lo que leí hoy acerca de mí en el diario de H [la amante de Susan Sontag] cuando fui al número 122 del boulevard Saint Germain —Ese grosero, injusto, poco caritativo juicio de mí, en el que concluye diciendo que en realidad no le gusto, pero que la pasión que yo siento por ella es aceptable y oportuna. Dios sabe que me dolió, y que me sentí indignada.
Unos años después, Sontag regresa a ese tema en un ensayo acerca de los cuadernos de Albert Camus:
Por supuesto, el diario de un escritor no puede ser juzgado por los estándares normales de un diario común. Los cuadernos de un escritor tienen una función muy especial: en ellos él construye, pieza a pieza, su identidad cómo escritor. Normalmente los diarios de los escritores están llenos de declaraciones sobre la voluntad: la voluntad para escribir, la voluntad para amar, la voluntad para renunciar al amor, la voluntad para seguir viviendo. El diario es donde un escritor es heroico para sí mismo. En él el escritor existe únicamente como un ser receptivo, sufriente y luchador.
En una entrada de abril de 1823, el influyente artista francés Eugène Delacroix escribe a la edad de 25 años.
Estoy retomando mi diario luego de una larga interrupción. Tal vez sea una manera de calmar esta emoción que me ha estado preocupando desde hace mucho.
Pero para la primavera siguiente, Eugène sigue angustiado por su incapacidad para sostener este fructífero hábito a pesar de los beneficios creativos y espirituales.
Releí rápidamente todo mi diario. Me arrepiento de los huecos. Siento como si todavía estuviera entendiendo esos días que registré, aunque ya hayan pasado, y es como si aquellos que no registré nunca hubiera existido.
¿Qué tan bajo he caído? ¿Estoy entonces tan débil que esas endebles páginas serán para mí el único registro de la vida que me queda? El futuro es sólo oscuridad. El pasado que no registre es igual.
Y aún así, Eugène ve en su diario una forma para habitar mejor su propia vida, y se propone hacer justo eso:
Me quejo por tener que hacer esta tarea, ¿pero porqué siempre seré indigno ante mis debilidades? ¿Puedo estar un sólo día sin comida o sueño? Eso lo necesita mi cuerpo. Pero mi mente y la evolución de mi alma han de ser destruidas porque no quiero deber a la necesidad de escribir lo que queda de ellas. Nada es mejor que tener una pequeña tarea que realizar diariamente.
Incluso una tarea hecha en intervalos irregulares en la vida de un hombre puede ordenar el resto de su vida; todo lo demás depende de ellos. Llevando un registro de mis experiencias vivo mi vida dos veces. El pasado regresa a mí. El futuro está siempre conmigo.
Delacroix procede a llenar más de veinte cuadernos por el resto de su vida, con este hábito diario, preservados para la posteridad en El Diario de Eugène Delacroix.
Sylvia Plath, como Nin, empezó con su diario a los once años y escribió casi diez volúmenes, editados y publicados póstumamente como The Unabridged Journals of Sylvia Plath (public library). Ella veía su diario como un calentamiento para su escritura formal. Pero quizás uno de los pasajes más interesantes de sus diarios publicados es uno en el que extrañamente dos estrellas de la literatura se conocen a través del espacio y el tiempo gracias a las páginas de un diario. En febrero de 1957, seis años antes de su suicidio, Plath escribe en su diario:
Justo ahora acabo de tomar el bendito diario de Virginia Woolf que compré este sábado con Ted, junto a una pila de novelas. Ahí ella se repone de su depresión por los rechazos de Harper ( ¡Ni más ni menos! ¡Es casi imposible creer que también rechacen a los Más Grandes!) limpiando la cocina y cocinando salchichas y pescado. Bendita Virginia. De algún modo siento mi vida unida a la suya. La amo – por leer Mrs. Dalloway y Mr. Crockett – y todavía puedo escuchar la voz de Elizabeth Drew en el salón de clases leyendo «Al faro» mientras un escalofrío me recorre la espalda. Por eso siento que estaba reviviendo su suicidio en ese oscuro verano de 1953. Sólo que yo no me ahogue. Supongo que siempre seré demasiado vulnerable, ligeramente paranoica. Pero al mismo tengo la maldición de ser muy saludable y resilente. Y feliz como un pay de manzana. Sólo que tengo que escribir. Esta semana, por ejemplo, me siento enferma por no haber escrito nada últimamente.
Pero quizás la meta-reflexión más importante venga de la propia Virginia Woolf, que consideraba cómo el impacto de leer los diarios de un escritor nos hace experimentar su trabajo formal de otra forma:
Debemos preguntarnos ¿Qué tanto un libro está influenciado por la vida de su autor? ¿Qué tan válido es permitir que el hombre interprete al escritor? ¿Qué tanto debemos resistir o seder ante las simpatías o antipatías que el hombre detrás de la obra despierta en nosotros – tan sensitivas son las palabras, tan receptivas de la personalidad del autor? Éstas son las preguntas que nos presionan mientras leemos las vidas y las cartas y debemos responderlas para nosotros mismos, porque nada puede ser tan fatal que ser guiados en un tema tan personal por las opiniones de otros.
De hecho, si hay una sola cosa que haya aprendido después de leer miles de páginas de diarios de artistas y escritores y de haber revisado el mío propio con la distancia del tiempo, es que nada escrito en un diario puede ser entendido como un dogma personal. Un diario es un registro artificial del pensamiento y la vida interna, que invariablemente son transitorios. Somos criaturas con importantes turbulencias mentales y cambios de ánimo y lo que pensamos que creemos en cualquier momento – esas verdades con V mayúscula sobre nosotros y el mundo – pueden ser profundamente diferentes de nuestras creencias diez años después, un año después, a veces hasta un día después.
Este es tal vez el mayor regalo de un diario —su capacidad de ser una prueba viviente de nuestra fluidez, un recuerdo de que nuestros yo mismos del presente no son fuentes confiables para predecir nuestros valores futuros, y de que cambiamos de forma irreconocible a lo largo de nuestras vidas.