Algunas sugerencias para escribir diálogos chingones y efectivos, como los masters
Sugerencia número 1. Construir diálogos impredecibles
Todos hemos estado sentados en una butaca de un cine, o -milagrosamente- de un teatro, y hemos adivinado/anticipado un diálogo. Mi mamá lo hace. Y sé que cuando le atina es señal de que ése no es un gran diálogo -saludos a mi mami- , y no es un gran diálogo no porque mi mamá no tenga buen gusto para los diálogos, sino porque ese diálogo es predecible.
Black Swan, de Aronofsky. Minuto 56. Nina (la protagonista) y su madre, ambas arreglan las zapatillas de ballet de Nina. La madre le pregunta a su hija si el director de la obra/recital/lo-que-sea la ha acosado/violado/insinuado, etc. Nina dice no, para nada, todo chido. La mamá le dice:
Madre: No quiero que cometas mi mismo error.
Nina: Gracias.
Madre: No por eso. Quiero decir, con respecto a mi carrera.
Aquí mi mamá hubiera pensado: la hija le va a decir: “ya, mamá, no insistas”, o “ya me voy a dormir”, o “no, no voy a cometer el mismo error que tú, mamá, no te preocupes, bye, llégale”. Pero Nina le contestó:
Nina: ¿Qué carrera?
Ahijuesupinchemadre. Dos palabras. Dos palabras que mi mamá -ni la mamá de Nina- vieron venir.
Sugerencia número 2. Menos es más
Hay un rasgo que adoro en los diálogos: sobriedad. Hay banda que les gustan estos diálogos/speach de coach-de-americano-antes-de-jugar-el-partido-que-definirá-el-campeonato-de-la-liga, pero yo… híjole, a mí no me laten. Yo prefiero esas dos palabras, solitas, ni siquiera hay un adjetivo ahí, nada, elegante, directo: “¿Qué carrera?”. Cuánta belleza. No se necesita mucho para desarmar a una persona, como diría aquél: “un buenos días puede traer implícita una declaración de guerra”. Y cuando escucho/leo diálogos obsesivamente largos, pienso en la soberbia del autor, y sí, perdón, es soberbia, son soberbios al creer que TODO reside en sus bellas palabras bien articuladas que ponen -a huevo- en boca de sus personajes, se olvidan de que ese texto será leído/actuado por un enteOtro que tiene un cerebro -sí, autores, no nomás ustedes nacieron con eso- y se emocionan a partir de las palabras -sí, autores, sus lectores/actores no están muertos, viven y sienten y el pedo-. Otro ejemplo que adoro donde admiro un diálogo sobrio es en la película “Le fils” de los hermanos Dardenne. Como sé que muchos no han de conocer esta ma-ra-vi-llo-sa película, les comparto una sinopsis breve: un carpintero que trabaja en un centro de rehabilitación de jóvenes acepta como aprendiz al asesino de su hijo, quien no sabe quién es el carpintero -su mentor, tutor- ni el tipo de relación que los une. En una escena, la esposa del carpintero le pregunta:
-¿Es él?
-No…
Forcejean. Ella quiere ir hacia el asesino de su hijo, pero el carpintero la detiene.
-Déjame que me diga su nombre (le dice la esposa). El carpintero la sostiene en sus brazos, la aprisiona. “Cálmate, cálmate”, le dice. Éste respira con dificultad, sin soltar un milímetro a su esposa, y en un exhalo sólo pronuncia:
-Es él. (C’est lui)
Este diálogo -en mi opinión- cobra un peso por varias razones: la situación dramática en la que se encuentra. Si la esposa no insistiera en enfrentar al asesino de su hijo, si la película no hubiera sembrado la inquietud, la tensión, el maldito suspenso de “¿cuándo se le va a revelar esta verdad a la esposa?”, si él no le hubiera mentido en esa primera pregunta al inicio de la escena, si él no la retuviera con su abrazo, si no fuera un diálogo que se dice al oído, este diálogo puede pasar desapercibido. Ni les cuento los diálogos de la escena de cuando el asesino se da cuenta de que su tutor es el padre del chavo que asesinó. Neta véanla.
Sugerencia número 3. Los personajes no dicen lo que quieren decir
El chiste se cuenta solo. ¿Cuándo fue la última vez que fueron honestos, que no regodearon el asunto por temor a enfrentarlo de frente? Mentimos por default. Divagamos por default. Hablamos del clima por default. “No me hable usted del tiempo, míster Worthing, se lo ruego. Siempre que una persona me habla del tiempo, tengo la absoluta seguridad de que quiere dar a entender otra cosa. Y eso me pone nerviosísima” (Oscar Wilde, “La importancia de llamarse Ernesto”) Gran obra. Grandes diálogos de ese pelado. Y esos personajes que conversan sobre el pan, las nubes, las cortinas, sobre “Le Big Mac”, sabemos, que detrás de esas palabras, esconden un universo indescifrable. Estos diálogos sólo son la punta del iceberg de los personajes. Hay que ir por el resto.
“Magnolia”, de Anderson. Ya sé. La odian -muchos- Pretensiosa para otros. Bien. ¿Qué pedo con los sapos que caen del cielo? Está bien. Pero el monólogo que se avienta el Tom Cruise frente a su audiencia y él tiene que seguir en su jale de predicador del éxito del falo después de haber sido interrogado por una morra que sólo quería evidenciar el pasado del wey y cómo no es quién dice y promulga ser…¿Qué tal y ese monólogo? Aquí, este personaje habla de todo, menos de lo que está diciendo. Les dejaré el link. (Segundo 19, una sutileza bastante elegante en su monólogo, el personaje dice “yo estoy aquí para iluminarlos…” y por ese titubeo-pestañeo del Tom Cruise, yo sigo creyendo que el vato va a entregarnos una próxima gran actuación. Algún día. No sé cuándo.
Sugerencia número 4. Los diálogos no definen a los personajes, sólo los delatan
Alguna vez leí un tip para escribir diálogos en uno de esos manuales sensacionalistas para escritores con preguntas desesperadas: “¿Cómo sé que mi diálogo es un buen diálogo?” Y el manual respondía algo como: “En el diálogo tenemos que ver la esencia del personaje”. Órale. ¿Y qué es eso de la esencia de un personaje?, le pregunté al manual. Y el pinche manual no me respondió. “Tenemos que ver su edad, su género, su nacionalidad, su vicio de carácter, su clase social, su trauma con el papá, su fetiche por los pies, su deuda con el SAT”. Qué ideas. Es un diálogo, no un decálogo de la existencia, aligérense un chingo. Me pongo de ejemplo – aquí balconeándome para los de Tinta Chida, lo normal- : yo no dialogo todo el tiempo como “mujer”, o como “de 35 años”, o “soltera”, o “clase media”, o “deudora del SAT”. Yo -y apuesto que ustedes también, no me dejen sola, culeros- no hablo como la norma me lo dicta, a veces hablo como vatillo, a veces me sale lo spanglish, a veces me sale lo barroco, a veces me sale lo barrio, a veces me sale lo pipirisnais, a veces soy súper princesa, o me hago la dizque intelectual princesa de barrio pero con tintes de vatillo. Si yo fuera un personaje dramático, pinche dolor de cabeza acá cabrón para el dramaturgo -¡y qué bueno! Ese wey no podría escribir mis diálogos pensando: “ah… sí… Nora es una muchacha… soltera…que aún no paga la luz… y tiene un pedo con su papá.” Asumámonos complejos, chingado. Y asumamos a nuestros personajes complejos también. No los encasillen en “muletillas”. Su personaje no es quién es sólo porque repite mil veces “wey”. Agarren el pedo.
Y otras sugerencias de aquí y allá
Alguien alguna vez me dijo -porque lo leyó en otro lado, luego supe- que los diálogos deben ser como latigazos. Alguien más por ahí me dijo que los diálogos deben tener el filo de un cuchillo atravesando una barra de mantequilla. Alguien más también me dijo que los diálogos deben ser dignos de ser repetidos durante los próximos cien años. Y otro por ahí me dijo: si no tienes un diálogo en tu obra como de 140 caracteres para que la gente quiera darle retuit a lo pendejo, no puedo producirte tu obra. Yo sólo digo que un buen diálogo, uno chingón, es uno que (SI QUIEREN SABER CÓMO TERMINO MI DIÁLOGO, INCRÍBANSE A MI CURSO, VA A ESTAR MAMALÓN:
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