Una lista de errores comunes de los que empezamos a escribir y cómo evitarlos.
Este artículo primero se publicó en inglés en Terrible Minds, de Chuck Wendig.
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Por mi chamba me toca leer el trabajo de nuevos escritores. En convenciones o conferencias o el fragmento gratuito en internet o un cacho de algo autopublicado. Otras veces tan solo con rodarme en mi cama: ¡ahí está! Un manuscrito de un nuevo escritor, cazándome como un íncubo vengativo.
Ahora escucha, antes de que me suelte a gritarte sobre todas las cosas que estás haciendo mal, quiero que entiendas que todos lo hemos hecho. Todos lo hemos hecho mal. Hacerlo muy mal es el primer paso para, bueno, dejar de hacerlo mal… Yo he escrito mi buena cantidad de guacareadas; es algo que tienes que purgar de tu sistema antes de hacer otra cosa.
(y aquí entramos en otra advertencias: la guacareada no es un manjar; guacareas en una puta esquina, soltando todo en la maceta para esconder la guacara y nadie la descubra. No vomitas en medio de la sala y te pones a bailar para que todos te vean. Lo que estoy tratando de decir es: no vale la pena mostrar automáticamente tus esfuerzos de novato a todo el mundo, especialmente si cuesta dinero acceder a esos esfuerzos. Hazlo bien antes de pedir dinero a cambio por algo que te salió mal).
Así que una vez dicho esto, te digo que hay una que otra cosa que he notado en borradores de escritores novatos y sin probar, y son, yo creo, errores muy comunes, así que estudia bien la siguiente lista y checa si no estás cometiendo algo de esto y, si es así, pues arréglalo. ¿Ok? ¿Sale? ¿Listo?
Telegrafiar cada pinche cosa
Es atractivo, ya sé, describir cada cosita que pasa en tu historia. Los personajes sonríen y se carcajean. Sale. Se agitan. Ta bueno. Se toman una taza de té levantando el dedo meñique. Vale, ¿por qué no?. Pero si además de eso describes cada hipo, sapo, pedo, guiño, encogimiento de hombros, trago, engullimiento, estás en problemas. ¿Un personaje prende una lámpara? Super, ahora no tienes que describir exactamente cómo la prendió. No tengo que ver como el Mayor Archivaldo Verdolagas se desabrocha cada tramito del ziper antes de sacársela y miar, y, es más, a lo mejor ni siquiera necesito verlo miar a menos que eso sea importante para la historia o me diga algo sobre él. ¿Ya ves? el problema es cuando telegrafías todos los movimientos — cuando describes con detalles cada minuto y micro expresión y movimiento intestinal,sólo estás llenando la increibilísima y nada interesante lista de cosas sin sentido. Lo que me lleva a…
No todo es interesante
Aunque suene gacho, yo te diría que el 90% de Todas las cosas que pasan siempre, no son interesantes. Tan aburridas como escribir con crayolas blancas sobre papel blanco. Hay cosas aburridas. La vida es aburrida. La mayoría de detalles son… aburridos.
Pero contar historias es lo opuesto a eso. Contamos historias porque son interesantes. Ofrecemos narrativa porque la narrativa puede romper huesos: truena el femur del status quo. Es, de hecho, ese tronido cabrón de la fractura de un hueso, lo que nos llama la atención. ¿Un tipo se va a la chamba, chambea, regresa a casa, cena, se va a la cama? Nop, no es interesante. ¿Un tipo va a la chamba, tiene las mismas broncas con el jefe y afronta los típicos problemas de oficina (a alguien se le escurrió el líquido de sus topers y mojó sus papeles), se regresa a su casa, come una cena chafísima, se medio duerme para al día siguiente hacer lo mismo? Humm, nop. Todavía no es interesante. ¿Un tipo va al trabajo y lo corren? Órale, va, a lo mejor puede ser si es que el tipo hace algo fuera de lo común con su despido. ¿Un tipo va a trabajar y lo despiden metiéndolo a un cañón y aventándolo dentro de una bodega llena de ninjas? ¡A huevo! Ahora si estoy poniendo atención.
Pasa lo mismo con las descripciones. No me tienes que decir cómo se ve cada cosa porque ya sé cómo se ven y porque la mayoría de las cosas no son interesantes. Las hojas de un árbol son las hojas de un árbol. Para el impacto de una historia no es necesario saber cuántos puntos tiene una hoja ni cómo se bambolea en el viento. Esto no es un videojuego donde eres un chingón por graficar de manera hiperrealista cada parte del ambiente. Sáltatelo. Cuéntanos las cosas inesperadas. La cosas que sacuden nuestros sentidos. ¿Y si hay sangre en una de las hojas? ¡Eso sí necesitamos saberlo! Eso sí queremos saberlo.
Sáltate lo aburrido.
Escribe lo interesante.
Poda, aprieta, corta.
Y todo eso tiene que ver con…
Alargaaaaaaaarteee un montóoooooooooooooon
Sea lo que sea que estás escribiendo, está muy largo. Cortale un tercio o más. Hazlo ahora. No me importa si estás de acuerdo, sólo hazlo. Inténtalo. Si no te gusta puedes regresarlo como estaba. Considéralo un reto intelectual — ¿crees que puedas mandar a la versh el 33% de tu historia? ¿Puedes hacerlo sin misericordia y aún así contar la historia que quieres contar?— Te aseguro que a huevo que puedes.
Ve a la puta historia, ya, de una vez
La historia empieza en la primera página.
Repite: la historia empieza en la primera página.
Repite: LA HISTORIA EMPIEZA EN LA PRIMERA PÁGINA.
No empieza en la página diez. No empieza en el capítulo cinco.
Empieza en la primera página.
Ve al punto. Ve a la historia. Empieza en cuanto puedas con los problemas de los personajes y lo que está en riesgo. ¿Crees que estás haciendo algo acá muy listo por no hacerlo así? ¿Crees que a fuerzas tienes que sumergirnos en tu prosa mamona y la suela arcillosa de tu vocabulario y en la profunda naturaleza de tus personajes?. Jajaja. Pues no. No estamos aquí nomás porque sí. Estamos aquí por una historia? ¿Y si para el final de la primera página no se alcanza a ver ni siquiera el principio? Entonces apretamos el botón de eyección y nos vamos. Vamos a parachutear lejos de tu atmósfera sin aire para aterrizar donde realmente están pasando cosas.
También, cuida tus adverbios
En el mundo de la narrativa todos hablan mal de los adverbios, lo que es tonto, porque los adverbios están aquí y en todos lados. De hecho, la palabra «aquí» en la oración pasada es un adverbio. ¡No mames!
El problema es cuando le engrapas a todos tus diálogos esos terribles adverbios de modo (cuando a un adjetivo le agregas el mente).
—Estoy hecho de abejas —dijo Nicanor firmemente.
—Me gusta la mota —exclamó Rogelio excitadamente.
—El porno es increíble —eyaculó Tony orgásmicamente.
Dilos en voz alta: ¡suenan horrible! Tontísimos. Además, son muy buenos para explicar en vez de mostrar.
Si Rogelio ama tanto el pastel, por qué no que mientras se lo coma y babee temblando de placer, nos lo diga: vamos a entender perfectamente que le gusta un chingo su pinche pastel. Es más, ni siquiera necesita decirnos que le gusta. Con que le pique las costillas a su interlocutor, le arrebate el pastel y lo devore con lujuria será suficiente y no nos va a quedar ni una duda de lo obsesionado que está con ese postre.
Tienes que dejar que tus personajes hablen
El dialogo es la grasita que aceita los engranes de tu historia.
Y eventualmente cansa. Se nota que amas tanto a tus personajes que crees que se les debería dar chance de seguir hable y hable todo el día porque, ¿son geniales, no? Nop, no lo son. Cállalos. Mantén el pasto de tus diálogos bien podadito. Conciso y poderoso.
Déjalos decir lo que tengan que decir del modo en el que mejor ejemplifique quiénes son y qué quieren — y luego ciérrales la boca—. Pasa a lo siguiente.
No sé quiénes son tus personajes o qué quieren
Cada personaje tiene que ser un faro luminoso —cada uno diferente del otro—. Brillante y demostrativo de su propio color. No arquetipos, no estereotipos, sino gente compleja. Y necesito una razón para que me importen. Y la quiero luego luego. Necesito saber qué quieren, por qué lo quieren, y qué están dispuestos a hacer para conseguirlo. En pocas palabras, necesito conocer su búsqueda, ya sea una carga o algo que quieren conscientemente. O sea: tengo que saber qué chingados están haciendo en esta página enfrente de mí. Y eso no sólo para el protagonista, sino para todos los personajes.
¿Quiénes son?
Si no me lo puedes decir luego luego, se convierten en ruido.
Demasiados personajes topándose unos con otros
Es muy difícil manejar a muchos personajes.
Cuando lo hago en mis libros tengo que irlos introduciendo de a poquito, no soltarlos al mismo tiempo como si aventara un costal de naranjas; no, despacio, de a uno o de a dos. Dejarlos que respiren. Que les de el sol tranquilos para poder verlos bien.
Encontrárselos a todos al mismo tiempo es como tragarse una sopa con mil los ingredientes.
Es una bomba pastosa y atascada con muchísimos los sabores.
Es algo que veo mucho con nuevos escritores.
Y casi nunca funciona bien a menos que hayas desarrollado la habilidad para manejar a tus personajes como un director maneja a todos los músicos de la orquesta en una sinfonía.
Cada personaje suena igual
Es bastante claro, ¿no acabo de decir que cada personaje tiene que ser su propio faro luminoso distinto a cualquiera? Si cada personaje suena como la réplica del de al lado, tienes problemas. No se trata sólo de los patrones vocales. Se trata de cómo se dice y de eso que se dice. Es sobre sus ideas y sus deseos y su visión. O sea: no es sólo tu prosa la que te hace un autor. No es sólo tu estilo. Es lo que escribes. Son los temas que escoges. Pasa lo mismo con los personajes. Tienen diferentes visiones del mundo y necesidades y sus propias formas de expresar esos deseos y necesidades. Entiéndelo, si no sólo serán clones con diferente ropa y nombre.
Deja de presumir
Sí, deja de presumir tu compleja genialidad. Eso lo puedes hacer después. Por ahora asume que tienes una sóla meta: CLARIDAD. La claridad es la clave. La reina. Si no entiendo qué chingados está pasando, adiós. ¿Si me confundo aunque sea tantito? Me largo, prendo la tele o checo tuiter. Hazte un favor y por el momento concéntrate en sólo contar la historia. Quítate de enmedio. Sé claro. Ten confianza y sé asertivo y muéstranos qué está pasando sin enterrarlo en el lodo.
No vas a ganar puntos por ser deliberadamente ambiguo.