No hay una sóla visión de la literatura ni un sólo tipo de escritor. Esta entrada nos invita a escribir desde la mente, a reescribir muchas veces una sentencia, a preocuparnos por la ortografía. Cosas que «contradicen» muchos de los artículos de Tinta Chida. Y eso es lo mejor: escribir desde lo que somos: crear nuestra propia visión de la literatura y el mundo. No seguir a nadie.
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Ya está. Entro a Tinta Chida para echarme algún artículo que me ayude a mejorar mi escritura. Hago scroll, scroll, scroll y lo que leo es que hay que escribir como quien se tira un clavado. Hay que escribir de corrido, sin pararse a corregir, sin pensar, casi. Hay que escribir sin planes. Hay que escribir desde la víscera porque la escritura es un estallido. “Escribir es algo físico”, leo. Me hablan de la escritura de pelea y de un taller extravagante en el que escriben y luego se ponen a hacer kickboxing.
No pues chale. Ya valí, pienso. Me reviso a mí y reviso mis textos. Hago un scanneo en mi fichero de memorias y topo con una piedra dura que dice: “Respuesta denegada. Esto no es para ti, mi chava”.
Me reviso otra vez. ¿Escritura de pelea? Pero si yo soy torpe a morir. Choco con las cosas cuando camino. Una vez intenté hacer tennis y nunca le pegué a la bola; una vez fui a clases de Tae Kwon Do y me preguntaban por qué no pateaba fuerte, pero, la única vez que pateé medio fuerte, me partí la pata peleando contra un niñito de nueve años.
Tampoco tengo cosas particularmente intensas que contar. No soy Bukowski. Bebo poco. No soy fiestera. Nunca sé qué decirle a la gente. Nunca me he acostado con una prostituta y más bien he tenido pocas parejas.
En otras palabras diría más bien que soy medio ñoña. Siempre fui esa niña calladita que se sentaba al fondo de clase, la que sacaba buenas calificaciones. Nunca me lanzo a un texto sin planes, corrijo mucho y me gusta escribir las palabras con buena ortografía y pues supongo que, según Tinta Chida, eso es suficiente razón para ya mejor no escribir nada, pero ¡wait! ¡No!
¡Alguien tiene que decir que la escritura no es sólo para los intensos y los arrojados! La escritura también es para nosotros los ñoños, los tímidos, los obsesivos y los temerosos.
¡La escritura también es para nosotros!
VIDA EXTERNA Y VIDA INTERNA
Tengo esta idea de que hay gente que llega a la escritura porque ha vivido muchas cosas. Aventureros, grandes románticos, bohemios y hasta pandilleros se agrupan en esta categoría. Viven mucho y viven intenso y un día se paran y se dan cuenta de que tienen mucho que contar y ya está: lo escriben.
Otros, en cambio, llegamos a la escritura justo por lo contrario. Legiones de niños tímidos que se apilan en los rincones de un salón de cuarto de primaria y un día se dan cuenta de que, como no tienen amigos ni nada mejor qué hacer, van a mover el lápiz en el cuaderno y a ver qué les sale. Y pum. Sale un cuento de detectives. O de espías. O de plantas carnívoras que vienen a conquistarnos desde el espacio exterior.
La gente solitaria vive adentro de su cabeza y a través del papel todas las vidas que no tiene o no puede tener. El aburrimiento o la timidez o la torpeza (o todo junto) te obligan a salirte de ti mismo, son el motor o el aliciente para vivir vidas menos anodinas que la tuya.
Y entonces viene la imaginación a suplir eso que no te da una vida externa muy intensa.
[Chécate la entrada de los 24 mitos de los escritores donde desmentimos este mito de que quien escribe debe vivir al extremo]
¿ESCRIBIR SOBRE LO QUE SIENTES?
Cuando uno es un puberto, lo clásico es decir: “Escribo para expresar mis sentimientos”. Y sentimientos quiere decir algo así como una decepción amorosa superchafa, tu sentimiento de incomprensión ante el mundo y tu miedo al futuro.
A los trece años, yo también escribía sobre el niño de ojos verdes que no me pelaba, pero un día llegué a la conclusión de que eso de escribir sobre los sentimientos era cosa fácil. Barata. Cualquiera podía hacerlo y cientos de escritores lo habían hecho mejor y antes que yo, así que, ¿para qué me ponía a competir con ellos? Mejor hacer justamente lo contrario.
Empecé a buscar inspiración en los libros de biología y de ciencias sociales. Cambié la intensidad de las emociones por una idea que tenía más que ver con escribir sobre cosas inteligentes e interesantes.
Al día de hoy, todavía encuentro mucha de mi inspiración en noticias, artículos de ciencia y libros de historia, la diferencia es que ahora he entendido que eso de escribir sobre lo que sientes no quiere decir solamente escribir sobre tu primer amor de la secundaria. No, para nada.
Uno puede sentir fascinación ante la fotosíntesis. Puede sentir incredulidad y una ligera rabia ante un discurso de Donald Trump y puede sentir curiosidad ante una descripción de sucesos paranormales. También ésos son sentimientos sobre los que podemos escribir sin ningún problema.
Quizás escribir sobre la fotosíntesis no te va a convertir en el autor de un cuento superintenso y desgarrado. No va a hacer que tus lectores se confronten con sus mayores traumas de la vida, pero algo va a suceder. Creéme. Algo se va a iluminar. El mundo se hará más ancho. Vas a mostrarles a tus lectores algo que no sabían o vas a hacerlos especular sobre cosas que ni se les habían pasado por la cabeza.
Cualquiera que haya leído Axolotl de Cortázar o Tlön, Uqbar, Orbis Tertius de Borges sabrá a lo que me refiero. Y esos cuentos, vaya, no son más que un tipo fascinado –pero fascinado de verdad– por los ajolotes y otro tipo horrorizado por la idea de un mundo regido por el idealismo filosófico.
No hay exceso de alcohol, ni muerte, ni mujeres que te dejan, pero hay otro tipo de intensidad: la intensidad de los ñoños.
LOS GRANDES ÑOÑOS: BORGES, ASIMOV Y KAFKA
Cuando pienso en escritores que te hacen más ancho el mundo, lo primero que se me viene a la mente es el buen Borges, ese sujetillo tartamudo y oprimido por su madre que se la vivía en la biblioteca y que nunca tuvo lo que se dice éxito con las mujeres. Y, así de perdedor como suena, nos regaló algunos de los cuentos más orgásmicos y mindblowing que se han escrito nunca.
Para volarte los sesos, Borges no necesita hablarte de una pelea callejera o de todas las mujeres que lo rechazaron. Borges te habla de un libro que tiene un número infinito de páginas: nunca puedes encontrar su principio ni su final. O de unas piedritas azules que, cada vez que las cuentas, te arrojan un resultado diferente. O te narra un encuentro con una versión más joven o más vieja de sí mismo: no lo sabe porque ignora cuál es el Borges verdadero.
Para mí esos cuentos abren sectores nuevos de la realidad, me hacen sentir como que algo dentro de mí estalla y se hace más grande. Es un poco como estar enamorado o tener un orgasmo. Igual de intenso, pero en la cabeza en lugar de en la tripa.
Otro gran ñoñazo de la vida fue Asimov, este doctor en química que escribió obras inteligentísimas, lúcidas y a veces superchistosas. Asimov era un loco que podía escribir cien palabras por minuto y mandar sus manuscritos a sus editores sin apenas corregirlos, pero, en su autobiografía, confiesa que esto es porque todo el tiempo estaba pensando y escribiendo mentalmente sus historias, así que, cuando se sentaba frente a la máquina de escribir, todo le salía de corridito como si se lo estuvieran dictando.
Asimov fue uno de los pilares de la ciencia ficción, y no de lo que hoy en día creemos que es ciencia ficción (superhéros y aliens a lo pendejo), sino de la ciencia ficción de verdad, esa que especulaba cosas como: ¿qué pasaría si pudiéramos predecir los resultados electorales con tanta precisión que una máquina fuera capaz de sustituir a la democracia? O, ¿qué pasaría si la humanidad fuera un cultivo de bacterias que es observado por una especie superior?
Como lo lees, el buen Asimov estaba muy influenciado por su vida de científico y no escribió más que puras ñoñeces, pero son ñoñeces fascinantes e, incluso a ratos, divertidísimas.
Y luego está Kafka, el ñoñazo por excelencia, el Godínez trajeadito que tenía una vida y un trabajo superaburridos y que, al llegar a su casa, sin hacer ruido, escribía metáforas loquísimas sobre esta vida tan pálida que llevaba.
Hay obras de Kafka, por ejemplo, que hablan sobre esperas que duran toda la vida o sobre trámites burocráticos que se prolongan para siempre. Todos sabemos que no hay nada más aburrido que hacer un trámite burocrático, ¿no? Bueno, pues Kafka le dio un giro de horror a la monotonía (hacer que dure para siempre) y con ello escribió relatos que son la mar de inquietantes.
Así que ya lo sabes: si tú también eres un ñoño, un taimado o un perdedor, no te agüites: otros más ñoños que tú se han abierto paso en el mundo de la literatura.
EL MÉTODO ÑOÑO
Si, al igual que yo, no vas a renunciar a la ñoñez, aquí tienes algunos consejos para guiarte en tu escritura:
- Sé un espía. John le Carré decía que un escritor y un espía hacen lo mismo: roban los secretos de su comunidad y los transforman en inteligencia para sus amos, es decir, sus lectores. Así que, si no tienes una vida intensa, observa a tu comunidad, observa al mundo y róbale secretos. Espíate a ti también: aprende a identificar qué cosas te despiertan la imaginación y cómo te hace sentir esa información de la que te enteras.
- Lee. Lee muchísimo y lee de todo. Bradbury decía que un escritor no sólo tiene que leer literatura, sino también poesía (porque ahí está la belleza) y ensayo (porque ahí están las ideas). Luciano Lamberti dice que hay que leer también manuales de entomología y crónicas de viaje a la Antártida. Y es que, si ansías expandir el mundo con tu escritura, tienes que empezar por ensanchar las fronteras de tu propio universo.
- Sé un acumulador de notas. Consíguete una libreta y anota todos los hechos que te despierten emociones. Anota también los datos curiosos que leas en los libros de entomología. Reseña noticias extrañas. Escribe sobre los hábitos de tus vecinos. Llena libretas como loco con todo lo que se te ocurra.
- Convierte tus observaciones en ideas para escribir. Haz como Asimov, que especulaba a partir de sus observaciones, o como Kafka, que le daba un giro de horror a las suyas. Pregúntate: ¿cómo puedes exagerar ese hábito de tu vecino para que sea algo narrable? ¿Cómo puedes convertir esa noticia sobre una nueva ley fiscal en algo que inquiete o dé miedo? O tú sabrás qué te preguntas, pero usa tus observaciones y dales un giro único, o exagéralas y llévalas al límite, o construye con ellas escenarios que a nadie se le habían ocurrido.
- Haz planes, no tantos. No escribas acerca de algo que te haga dudar. Horacio Quiroga decía que no debes poner la primera línea sin saber a dónde vas así que, como buen ñoño, haz alguna planeación en tu libreta y boceta esquemas y relaciones entre hechos y personajes. Pero no lo planees TODO o te arriesgarás a dar a luz un cuento muerto. Deja huecos por los que se pueda colar la sorpresa y la vida secreta de tu narración.
- Escribe sin parar, pero con cuidado. Piensa en cada frase. Mastícala tres veces antes de escribirla. No avances a la siguiente frase hasta que la primera no te convenza ya que, como buen ñoño, tienes que cuidar el lenguaje. Cuídalo, pero no permitas que eso te paralice. Avanza frase a frase y, al final, corregirás menos porque todo te va a salir muy pensado y trabajado desde la primera instancia.
- Disfrútalo. Claro, los ñoños también nos divertimos escribiendo.