Una técnica práctica del maestro de lo fantástico para destapar el inconsciente, dejar fluir la pluma y escribir con el corazón. Si sigues todos los pasos, al terminar esta entrada tendrás un nuevo cuento.
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Hace como seis años, en una de esas jornadas mamonas en esas ferias mamonas donde la societé literaria se junta tal como si fueran shopaholics, pero de letras (cacatúas fascinadas por las presentaciones y chismes del mundillo), conocí a uno de mis ídolos, al meritito Ray Bradbury.
había escrito sobre cosas que de verdad importan: sobre el corazón del hombre, sus oscuridades y luces y astillas ahí enterradas.
Ah, a ese pinche viejito siempre lo había admirado: el rucailo, que por entonces tenía 88 años, había escrito sobre cosas que de verdad importan: sobre el corazón del hombre, sus oscuridades y luces y astillas ahí enterradas. Pues bien, yo, entonces de unos 28 años, con los huevos hasta la garganta, por los nervios, alcé la mano en la sala atestada de periodistas, fans y escritores y, a larga distancia, dirigido yo hacia la pantalla que transmitía en vivo desde su casa en California, le pregunté: Ray, ¿que necesito hacer para ser escritor?
El viejito, jubiloso, me dijo:
«Escribe con el corazón, escribe mucho y siempre con el corazón. Nunca escuches a los que no confían en ti, a ellos, márcales por teléfono y diles: están despedidos, y luego cuélgales.»
Escribe con el corazón, escribe mucho y siempre con el corazón. Ray Bradbury. Share on XPero a ver, no chifles ¿Qué chingados es eso de escribir con el corazón? ¿Es lo mismo que escribir con huevos? Sí, puede ser ¿Es lo mismo que escribir con las tripas? También, chance. Escribir con el corazón, para mí, al menos, es escribir sin pensar, desde el inconsciente. ¿Han oído a esos escritores que dicen, muy creídos: No, es que de pronto los personajes cobraron vida en la página y se me salieron de las manos; cortaron mis hilos de titiritero y con sus nuevas alas volaron fuera de mi control? Bueno, pues no es que pase nada de eso, o sea, que los personajes no cobran vida por un milagro metafísico. Tampoco se le mete el espíritu santo al escritor. Nel. Lo único que pasa es que el güey, por fin, baja la guardia, deja de escribir pensando en el resultado, en las miles de fans que se van a tender a sus pies, en que va a ser la nueva revelación de la literatura mundial; por fin se sale de sus planes y entonces entra al subconsciente: a esa corriente que almacena símbolos, imágenes, arquetipos y todos los recuerdos de lo que hemos vivido (la herramienta más chingona de un escritor para conocer sus oscuridades y transformarlas en luz).
El inconsciente es la herramienta más chingona de un escritor para conocer sus oscuridades y transformarlas en luz. Share on XEso es escribir con huevos. Con el corazón. Así que aquí les va un ejercicio práctico para escribir con él, de ti mismo. Y escribir de ti mismo y no de «algo que te gusta» o “algo muy cool que va a emocionar a los lectores”, es lo que hacen los que escriben buena literatura. Cuentan revelaciones de ellos mismos y, al mismo tiempo, de todo el mundo, tocando las arterias universales que fluyen con las experiencias que nos conectan a todos.
Pues bueno, después de mi choro mareador metafísico, aquí la técnica sobre la que Ray se explaya en la joya, biblia obligatoria para escritores: Zen en el arte de escribir (Amazon: En inglés / En español / Casa del libro), su libro de ensayos de 1990 con puras palabrotas de poder sobre la escritura.
Ahí, en el primer ensayo, intitulado, Escaleras, o nuevos fantasmas de mentes viejas, el maestro inmortal empieza duro y llegador:
Entre más rápido lo digas, entre más rápido lo escribas, más honesto serás. En la duda yace el pensamiento. En la tardanza está el esfuerzo por el estilo, en vez del salto hacía la verdad, que es el único estilo por el que vale la pena caer muerto o ser atrapado por un tigre.
Y más adelante, entrándole ya de lleno al ejercicio que nos ocupa, Ray Bradbury cuenta que para encontrar al escritor que llevaba dentro y no sólo al imitador que copiaba a sus ídolos literarios, empezó a hacer listas de sustantivos.
Estas listas eran provocaciones que finalmente dejaban salir lo mejor de mí. Empecé a encontrar mi camino hacia algo honesto, escondido en la puerta secreta de mi cráneo.
Las listas eran algo así:
EL LAGO. LA NOCHE. LOS GRILLOS. EL RABINO. EL ÁTICO. EL SÓTANO. LA PUERTA SECRETA. EL BEBÉ. LA MULTITUD. EL TREN NOCTURNO. EL FARO. LA GUADAÑA. LA FERIA. EL CARRUSEL. EL ENANO. EL LABERINTO DE ESPEJOS. EL ESQUELETO.
Empecé a ver un patrón en las palabras que había aventado al papel.
Asomándome a la lista descubrí que las cosas que amaba y me aterrorizaban tenían que ver con las ferias y los circos. Me acordé, y luego olvidé, y luego volví a acordarme, lo aterrorizado que estaba cuando mi mamá me subió por primera vez a un carrusel. Con Caliópe gritando y el mundo girando, los terribles caballos saltando y yo añadiendo mis chillidos al estruendo. No volví al carrusel por años. Y cuando lo hice, décadas después, escribí La Feria de las tinieblas.
Pero antes de eso seguí haciendo listas. EL PRADO. LA CAJA DE JUGUETES. EL MONSTRUO. EL TIRANOSAURIO REX. EL RELOJ DEL PUEBLO. EL VIEJO. LA VIEJA. EL TELÉFONO. LA BANQUETA. EL ATAÚD. LA SILLA ELÉCTRICA. EL MAGO.
Ray cuenta que en el mismo papel de estas listas empezó a escribir historias, y entre ellas surgió R is for Rocket, uno de los primeros cuentos de los que se sintió orgulloso.
Empecé a correr a través de esas listas, a escoger un sustantivo y luego a escribir un largo poema en prosa inspirado en él.
En algún punto por la mitad de la página el poema en prosa se convertía en una historia. Lo que significa que de pronto aparecía un personaje y decía, «ese soy yo»; o «Esa idea me gusta», y este mismo personaje acababa el cuento por mí.
Empezó a ser obvio que estaba aprendiendo de mi lista de sustantivos, y que además estaba aprendiendo que mis personajes harían el trabajo por mí, si los dejaba solos, si les daba sus mentes, es decir, sus fantasías, sus terrores.
Y luego, el muy chingón, remata:
Conjura a los sustantivos, alerta a tu yo secreto, prueba la oscuridad… susurra y escribe sobre cualquier palabra vieja que quiera saltar de tus nervios al papel.
De tus nervios al papel. De tus nervios al papel. ¿Leyeron eso?
Así que ya el viejo nos puso en sintonía y nos lo explicó suavecito, ¿no? Pues órale, vamos a hacer nuestras listas.
LISTAS
Paso 1: Saca una pluma, un papel o tu smarthphone o donde escribas, y escribe, uno a uno, 50 sustantivos.
Recuerda, esto sí es escritura automática. La regla de oro es que por nada del mundo se vale pensar, analizar, sopesar con tal de escribir los mejores títulos. ¡Ni madres, camarilla! ¿Qué no entendiste nada? Hay que dejar que hable el corazón, no la cabezota. Así que ponte unos audífonos, dale play, sube todo el volumen y sin pensar deja caer las teclas como maniático.
Escribe esos títulos. 50. En 3 minutos…. ¿Ya? ¿En serio? No lo digo en sentido figurado. Prepárense, vayan por sus utensilios. Aquí los espero…
…¿Listos? ¿Listas? Okei. Ahí vamos. 3 minutos en cuenta regresiva. Rellenen los espacios:
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
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12
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39
40
41
42
43
44
45
46
47
48
49
50
¿Ya? ¡A webo, padrinos! Sale, pues aquí les comparto mi lista.
El cofre
La sombra
El avestruz
El Gorila
El Jaguar
Los zumbidos
La gordota
Los gruesos
Las playas
Los cerebros
La agujeta rota
Las pantuflas
El golpe
El masoquista
Los nudos
El río
La flor
El viento
El juego
El desastre
Los dientes
El paseo
Los jitomates
Las neuronas
El aullido
Los obreros
El puente
El bailarín
El gusano
La mano
La canción
La reina
La mamacita
La pantera
El abismo
La patrona
El jefe
Las chingaderas
Los electrolítros
El zurdo
El rudo
La riata
La cuerda
Las luciernagas
Las muertas
Las tetas
El gorrión
El agujero
El delantal
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¿Ya?
¿Se sintió chingón, no es cierto? Bueno, pues ahora…
Paso 2. Escoge, también con las puras tripas, sin pensar, los 12 que más te atraigan. Por supuesto, no tiren los demás, déjenlos añejar, guarden la lista y redescúbranla cada vez que necesiten inspiración.
Paso 3. Escoge uno de esos 12 títulos que quedaron, el que en este instante te llame más machín. Con el que más sientas maripositas en el estómago. El que te ponga más nerviudo.
Paso 4. Así, sin pensar, ahoritita mismo. Abre una hoja en tu compu y escribe esa palabra como título de tu nuevo cuento.
Ahora, diviértete: juega con él, déjate arrastrar por la música de la palabra y no te detengas por nada del mundo hasta que pongas el punto final. Empieza a narrar y descubre párrafo a párrafo la historia, sin preocuparte por lo que va a pasar ahora, si es bueno o malo, si estás escribiendo puras mamadas, olvídate de las faltas de ortografía y la redacción. Deja que salga, vamos, vomítalo todo. Saca hasta el último ramillete de nervios…. sigue, sigue, órale, no te rajes.
Paso 5. Trabaja la historia. Ora sí, ya estuvo bueno de tanto pinche corazón, ya es tiempo de llamar al cerebro. Usa la razón, edita, corta pega, corrige, quita los dedazos, cambia, redúcela lo más que puedas.
Paso 6. Rólala. Compártela aquí en los comentario.
Aquí, pa que vean que pongo el ejemplo, les dejo lo que salió de uno de mis títulos (lo acabo de escribir ahoritita, junto a este artículo, lo juro por ésta, me cae) No es la gran obra de arte, pero me divertí un montón escribiéndolo, revelando la historia conforme caía cada párrafo.
La mamacita
Güey, la mamacita estaba parada ahí, enseñando sus piernotas. Sabía que estaba bien buena, la canija. Traía ese contonear que tienen las chavas que se saben bien guapas, esa confianza en ellas que las hace todavía más perfectas de lo que son. Sabía que sus rodillas eran como un sueño de esos bonitos de los que unos se despierta y se siente triste porque quería seguir soñando. Sólo que sus rodillas no desaparecían nunca. Ahí estaban. Redonditas. Listas para los ojos de cualquiera que quisiera posarlos en ellas. Y pues yo sí quise, posarlos en ellas. En ellas y en el resto de su cuerpo. ¡Puta madre! me cae, güey, en serio, que hasta pensé, puta, este culero debería de estar aquí viendo lo que yo veo, porque esta chava, no manches, me cae que era de esas que nomás ves una vez en la vida y te dejan pendejo para siempre: el pelo rizadito, los hombros morenos y descubiertos, la boca sensual, acá, cachondona ¿no? y la caderita y las nailonzotas y hasta el clásico lunar al lado del labio, ay, güey ¿Qué no hubiera hecho yo por ella? ¡Hija de suuu!
Pero espérate, güey, que en eso, la mamacita saca un cigarro, y no sé porque pero yo me imaginé que ni le gustaba fumar y que nada más lo traía porque la hacía verse más guapota. Y qué crees que sí. Que con ese cigarro se veía más sexy, acariciando su lunar con el humito, y a mí se me empezó a paraguas, acá, machín, pero bien bien machín. Así como las primeras veces, cuando estaba bien chamaco y en la casa de mi tía descubrí las páginas centrales del tvynovelas, con sus artistas babosas en sus trajes de baño. Ya sabes. De eso que se le ponen a uno las venas como las de un ahorcado… Pues bueno, ¿En qué me quedé? Ah, sí, que la mamacita saca un cigarro y le da unas fumadas y saca lento el aire formando unas donitas bimbo de humo… Y en eso, cabrón. ¡No mames! Que la pinche vieja, pero así de la nada, güey, en serio, de la nada, que se avienta sobre el coche que venía pasando por la calle y… ¡Verga! la máquina le da un putazo que la manda a volar unos dos, tres, unos cuatro metros más allá. ¡Chíngala! Y yo pues que me paro corriendo y voy a verla, porque sí me asusté, güey, si yo nunca había visto nada así, ni un muerto ni un accidentado ni nada, y ya cuando llegué ahí, ¡vergas, vergas, vergas vergas! ¡No me lo vas a creer, cabrón! Pues que la mamacita ya ni mamacita era. Sí, ya sé, güey, obvio que ya no iba estar así de buena, a huevo. Tenía que estar con las tripas de fuera y la cara destrozada y así con los bracitos todos torcidos como un maniquí roto o una maestra de yoga ¿no?. Pero ni madres, no era eso, güey. Nel. La pinche mamacita ahora era un pinche ñor, gordo, atascado: con las tripas reventadas y los brazos torcidos, pero un ñor, güey, un pinche ruco apestoso y gordo, ah , pero eso sí, con el mismo lunar perfecto al lado de la boca ¡A la verrrrga! ¡Pinche escalofrío culero! El tipo que venía manejando, que traía una cara de susto que no te la acabas, me preguntó que qué había pasado con la señorita. Estaba igual de asustado que yo y mejor se hizo bien pendejo, me dijo que iba al coche por su cel y que en eso se pela el puto. Prende el coche y arranca. Yo me tuve que quitar en chinga, si no también me aplasta en su huida y ya no te la estuviera contando.
Y pues bueno. Yo no sabía ni qué hacer. No había gente en la calle. O si sí había no los vi, a lo mejor también se estaban haciendo pendejos, escondidos en sus casas, espiando nomás. Y que me acerco al güey ese, nomás como para comprobar que si había sido cierto, que mis ojos no me estaban jugando una pasada. Pero nel, qué pasada iba a ser. Si hasta le toqué la carne al gordote ese. Hundí mis dedos en su panza peluda y la panza me rebotó las yemas porque además estaba durísima. Yo me empecé a marear, y a respirar más rápido y más rápido. Así, güey, jadeando bien culero, y hasta pensé que me iba a desmayar ahí mismo.
Pero me aguanté, güey. Me aguanté porque era lo que debía hacer, aguantarme. Me calmé y me obligué a acercármele. A ponerme en cuclillas y ya ahí, pus hice lo que cualquier hubiera hecho ¿no? Le cerré los ojos, aunque sea, porque pus está culero morirte así, solo en la calle, sin un pinche perro que te despida. Y da igual si eres una mamacita o un gordote asqueroso como él, todos nos merecemos eso ¿no? ¿O tú que crees, güey?
Ora tú
Venga, no le saques. Y lo más importante, no le pienses y comparte el resultado de este ejericio, ya vieron que el mío no era la gran cosa. Jueguen, disfruten y compartan.