Sobre lo fácil que es opinar y lo terrible que es creer que nuestros estándares literarios son mejores que los de los demás.
Esta película es una mamada. ¡Este libro es una mierda! ¡Paulo Coelho y Jodorowsky además de una basura son putos!
Ahhh. ¿Te suena alguna de estas cantaletas?
Yo también fui y soy fascista
sentía que tenía un refinado gusto literario, que solo yo poseía la finura y la genialidad para entender obras maestras
Que fácil es opinar. Me cae de madres. Nada más con dilatar la garganta y sobres: ¡bruakkk!
Así como el interné tiene cosas chingonas, toda esta hipocresía y alabanzas contra el derecho que todos tenemos de expresarnos y decir lo que pensamos, se ha hecho más aterradora que nunca. Ahora resulta que todos tenemos derecho a decir las pendejadas que queramos. ¡A huevo! Podemos llamar idiotas a quien queramos con una facilidad espeluznante. No es necesario ni argumentar por qué. Y si a alguien se le ocurre decir que mejor deberías de pensar antes de abrir la boca, ¡tómala barbón! a tacharlo de fascista por no dejar que todos se expresen como quieran.
Sé que ya lo ha dicho un buen de banda, pero las redes sociales (que son un reflejo de lo que ya estaba ahí desde siempre) son una vecindad chismosa donde todo el mundo tiene derecho a opinar, y sin consecuencias, con el mínimo esfuerzo de apretar unas teclas y esconderse atrás del ordenador.
La vacuna
Je est un autre
Lo primero es vacunarnos contra nosotros mismos. No creernos exentos de este virus que anda rondado por ahí, e inyectarnos los anticuerpos. Y el mejor anticuerpos es, siempre, estirar esta frase usada por Rimbaud y también por Bob Dylan cuando dijo, conectándose al enfant terrible, “No pienso en mí como Bob Dylan: I is other (Je est un autre). O sea, en palabras acá menos choreras: ponte en el lugar del otro.
Antes de abrir la boca, date cuenta que los otros escritores que están ahí afuera, son camaradas, colegas de profesión; que se dedican al mismo oficio que tú amas también y que, igual que tú, tienen los huevos de exponerse al mundo; de exhibir lo que son, lo que creen. Desde ahí merecen tu respeto y admiración. Y merecen, por lo menos, que hagas un análisis detallado de su obra, una crítica constructiva pensante, digo, en caso de que no puedas frenarte y quieras dar tu opinión.
Lo más gacho es eso; que a veces las opiniones más duras y fascistas y poco pensantes vienen de colegas que se tragaron estos mitos (uno de los 24 mitos de los escritores) de que no se puede ser amigos entre escribientes, que hay que envidiarnos y destrozarnos unos a otros cómo arpías, que hay que descalificarse y hundirnos, como si sólo así pudiéramos sobresalir del pantano y lograr que alguien nos vea.
Un ejemplo de eso, es un comentario que llegó a una entrada de Tinta Chida en la que anunciamos a los ganadores de nuestro primer concurso.
Aquí cito a un comentador que ni siquiera se atrevió a poner su nombre:
En este concurso encontramos a tres verdaderos escritores que ni siquiera fueron mencionados. Independiente a la calidad de sus historias, está la evidencia de que leen, de que leen mucho, y de que lo hacen bien. Entonces han aprendido. Es lamentable que los mejores concursantes de esto, hayan perdido. Pero es comprensible, ya que se ha tratado de un concurso entre aficionados que, seguramente, mañana estarán tejiendo las carpetas de estambre.
¿Se fijan? El tipo “sabe tanto” que se atreve a juzgar quienes son escritores verdaderos y quienes no. ¡Es un super hombre honrado por los dioses capaz de ver en las almas de los mortales y saber quién es un escritor de verdad y quien no!
Y al final… ¿quién queda peor, las obras que intentaron criticar o los comentadores, por ridículos y envidiosos?
Aparatos receptivos
Entre más arte consumes más se refinan o se sensibilizan tus gustos. Pero algo muy sencillo y obvio y lleno de clichés, aún puede funcionar y ser válido y crear una experiencia artística para aquellos que casi no han estado en contacto con el arte. ¿Entonces es menos válido? ¿El efecto, la comunión entre la obra y el alma del lector es menos válida? ¿La experiencia artística es menos fuerte entre alguien que la experimenta a través del multicitado Cohelo y algo unánimemente aprobado por el canon literario como El Ulises de James Joyce?
Recuerda siempre que lo importante es la experiencia, la comunión. Lo que el arte otorga.
¿Y el detector de mierda?
Entonces, Alejandro, ¿me estás diciendo que me debería de gustar todo y sonreír como güey y aplaudir todas las obras de mis colegas y chutarme los bestsellers sin cuestionar nada?
¡No! ¡No mames!
Hemingway, muy certeramente, decía que: “El don más esencial para un buen escritor es el de poseer un detector de mierda, innato y a prueba de choques. Ese es el radar del escritor y todos los grandes escritores lo tienen”.
Crea una teoría literaria para ti, analiza el trabajo de los demás, pásalo por el detector de mierda según tus gustos y aplícalo a la obra que tú quieres crear. ¿Por qué es una mierda? Analízalo, estrújalo, encuéntrale sus fallas; no se trata de que ahora el mundo sea maravilloso y nos gusten todas las cosas. Para nada. Pero guárdalo para ti, a menos que estés dispuesto a compartir tu análisis, no sólo tú opinión, con otros, y estés abierto a descubrir que tu detector tal vez ya empezó a valer verga, o que necesita una buena calibrada, porque, a lo mejor, te equivocaste o ni le entendiste.
Un escritor tiene que ser muy crítico, critiquisimisisísimo. Hay que desentrañar el truco, analizar, aprender a encontrar las fallas o lo que te gusta de la literatura de tus ídolos. Y aplicar eso a tu propio proceso creativo. Sin eso no hay mejoría. Pero de ahí a que los resultados de estos análisis te hagan superior a otros, hay un mundo de diferencia.
Analízalo todo. Desmenuza cada cosa que lees. Se severo. No seas flojo. No consumas vorazmente y aplaudas todo. Pero nunca pierdas de vista que esa es sólo tu opinión con base a tu formación como escritor, gustos literarios, influencias y personalidad y una lista infinita. Y que el fin de ese análisis está en tu mejora como escritor, no en destrozar a un colega.
Sé un crítico chingón
Si insistes y el “arte” de la crítica te atrae y, de plano tienes hartas ganas de gritar tu verdad a los cuatro vientos, sigue esta lista de pasos para hacer un crítica inteligente, basados en lo dicho por el filósofo Daniel Dennett para hacer cualquier tipo de crítica:
- Intenta primero, en tus palabras, explicar lo que lo que quiso decir el blanco de tu crítica, y hazlo de una forma tan vívida y clara y justa que el autor de la obra no pueda más que decir: “Gracias, entendiste lo que estaba intentando hacer”.
- Ahora debes enlistar todos los aciertos de la obra, los puntos donde coincidas, por más pequeños que sean (¡siempre los hay, siempre los hay!).
- Menciona cualquier cosa que hayas aprendido del libro.
- Sólo ahora te está permitido decir las cosas en las que no estás de acuerdo, o que no te parecieron bien ejecutadas, y por qué.
Salte del confort mental
Cruzar, arrasar, vencer tus propios prejuicios literarios, tus ridículos gustos estéticos también te hará libre y, finalmente, expandirá tu mente y te hará un mejor artista. Me acuerdo mucho de un libro, Las 7 plumas del Águila, donde un discípulo en búsqueda del despertar espiritual, sentado frente a su maestro, mueve la cabeza con incredulidad cuando éste le dice que el lago enfrente a él está vivo, que literalmente “puede hablar con el agua como si fuera una diosa”. El discípulo automáticamente cierra la mente y dice: “eso es imposible”. El maestro remata diciéndole algo como: “no importa si es verdad o no, sólo fíjate lo que le pasa a tu mente cuando automáticamente dices que es imposible, o cuando, al menos, te preguntas ¿y yo qué sé? ¡a lo mejor sí!”. La primer opción te cierra, te aprieta, te limita; con la segunda literalmente sientes como se abre, como crece el cerebro y un guau sale de tu boca al decir: ¿y si fuera cierto?, ¡a lo mejor…!; los surcos de tu masa encefálica crecen y eres un poquito más libre…
Busca tu comunidad
Siempre rodéate de los tuyos. No de los que te complazcan en todo y aplaudan cada mínimo gesto, pero sí de los que te quieran.
¿Como escritor, de qué te sirve la opinión de un crítico mamón al que ni siquiera le interesan las lecturas que te interesan a ti?
Si tienes ya una comunidad de escritores que consumen y leen y disfruta lo que haces, enfócate en expandir esa comunidad, en conectar más con los integrantes para que se expanda naturalmente; no trates de conquistar las amabilidades lectoras de gente que, por sus propios gustos, jamás podría conectar contigo.
Busca también una comunidad de colegas escritores, críticos, a los que expongas tu trabajo antes de que salga al mundo. Aquí en Tinta Chida hemos hablado una y otra vez de lo importante de someternos a la crítica constructiva, de mejorar y mejorar y no creernos que sabemos todo y que somos unos genios. Este artículo no alienta eso. Es imprescindible buscar una comunidad de camaradas de oficio que sea analíticos y severos con lo que escribes, pero que lo hagan para que crezcas.
¿Y cómo distingo eso?
Sólo sé un poco perceptivo; con un poco de práctica sabrás que comentarios son personales y están hechos desde la frustración y la envidia y cuales, realmente, aunque puedan estar equivocados, están tratando de hacerte el paro.
En el fondo está el dolor
Lo chistoso es que, cuando se me sale mi modo fascista-literato-mamón, lo que está en el fondo es el dolor de que las cosas que yo escribo, con todo mi refinamiento literario y perfección estética, están perdidas por ahí, en un blogcito, lejos aún de ser leídas por mucha gente a la que les importe y las haga chillar o chaquetearse con mis párrafos.
Ahí yace la verdad: en el dolor de la envidia que da que a uno que nadie lo pele. ¡Qué injusto! ¿no?
Eso está en el fondo de cualquier opinador, o, como se les dice ahora: haters. Oséase: odiadores.
Uno odia porque no está conforme con el lugar que ocupa en el mundo.
¿Y cómo nos defendemos de eso?
Si atacamos el odio con más odio, vamos a recibir, a huevo, más odio.
Si atacamos el odio con indiferencia, por lo menos no nos vamos a meter en un fuego cruzado, pero… y he ahí el momento de ¡eureka!; si en lugar de esto pagamos el odio con compasión, entendiendo el dolor de dónde vienen los comentarios, podemos darle la vuelta a la tortilla.
Esa es la política que en muchos casos intentamos aplicar con los comentarios de tinta chida… no contestar con frases irónicas, no engancharnos, pero tampoco ignorar… más bien preguntar: carnal, ¿por qué estás tan enojado, todo va bien? O un: oye, me interesa tu opinión, me importa, ¿crees que podríamos platicar para que me expliques bien lo que quisiste decir? Lo más delicioso es que al final, los odiadores más odiadores se convierten en parte de tu equipo: ¡se pasan de tu lado! En serio, ahora que salió mi libro lo he visto claramente: me meto a surfear por ahí en los hashtags de twitter o de instagram para ver que se cuchichea de mi novela y me encuentro a banda que dice: no voy a leer esta mamada comercial, ha de estar bien culera, y les contesto: carnal, está chido que no quieras leerla, pero igual si en algún momento me das una oportunidad y le das chance a mi libro, me gustaría después conocer tu opinión y que me dijeras por qué no te gusto. ¿va?
Y entonces bajan sus defensas, su odio: porque los estás viendo, porque su opinión, y su vida, es, como la de todos, importante.
¡Ya sé ya sé! No somos santos y no podemos hacer esto con cada comentario odiador y culero que se cruza con nosotros… pero si por lo menos lo hacemos con alguno, con uno entre 10, empezamos a cambiar el patrón, y hasta a ganarnos nuevos amigos.
¿Y tú?
¿Qué tan odiador eres? ¿Qué tanto usas tu detector de mierda? ¡Quiero oír la opinión de todo esto de esa la banda tintachidera!