“Todos los creadores deben dejar espacio para que penetren los actos del espíritu. Pero tienen que trabajar duro y cuidadosamente, y esperar con paciencia para merecerlos”
Publicado originalmente en inglés en Brain Pickings.
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Mucho antes de que la pregunta “de dónde vienen las ideas” fuera el deporte favorito de los psicólogos, ya los lectores, fans y audiencias acosaban con ella, para su frustración, a los artistas. Algunas valientes almas como Neil Gaiman, Albert Einstein y David Lynch han intentado responderla directamente, pero nadie lo ha hecho con tanto vigor de mente y corazón como Ursula K. Le Guin.
En 1987, Le Guin responde la eterna cuestión en un ensayo titulado “¿De dónde sacas tus ideas?”, parte de la fantástica colección de discursos, ensayos y reseñas suyos llamada: Dancing at the Edge of the World: Thoughts on Words, Women, Places
Notando que sus audiencias frecuentemente le preguntaban después de sus charlas y conferencias la canónica pregunta, la escritora considera dos razones por las que es imposible contestarla:
La razón por la que es imposible contestarla es, pienso, porque parte de dos nociones falsas, dos mitos sobre cómo funciona la ficción. Primer mito: Hay un secreto para ser escritor. Si tan sólo pudieras aprender el secreto, instantáneamente te convertirías en escritor; y el secreto seguramente es el lugar de dónde vienen las ideas. Segundo mito: Las historias empiezan por las ideas; el origen de una historia es una idea.
Le Guin escribe:
Voy a develar el primer mito tan rápido como pueda. El secreto es la habilidad. Si no has aprendido a hacer algo, las personas que ya lo sabe hacer te parecerán magos, guardianes de poderosos secretos. En una tarea simple, como hacer un pie de limón, hay ciertos secretos que pueden enseñarse y hacen que consigas buenos resultados; pero en cualquier arte más compleja, como el cuidado de una casa, tocar el piano, hacer ropa o escribir historias, hay tantas técnicas, habilidades, métodos, tantas variables, tantos “secretos”, algunos que se pueden enseñar y otros que no, que puedes aprender sólo con la práctica continua, repetida, metódica. En otras palabras, con trabajo.
[…]
Mucho del misterio de mucho muchos artistas sobre sus técnicas, recetas, etc., puede tomarse como una advertencia para los que no tengan las habilidades: lo que funciona para mí no necesariamente va a funcionar para ti al menos que hayas trabajado por ello.
Le Guin habla sobre el rol de lo que consideramos talento natural y lo que yace bajo el:
Mi talento e inclinación por escribir y cuidar mi casa fueron fuertes desde el principio; y mi talento e interés por la música y por cocer fueron débiles; así que dudo que haber podido ser una buena costurera o pianista, no importa lo duro que hubiera trabajado. Pero nada de lo que sé sobre como aprendí a hacer las cosas para las que soy buena me hace pensar en que hay “secretos” para tocar el piano o para cocer o para cualquier arte para la que no soy buena. Sólo hay la obstinada, continua cultivación de una disposición, que conduce a mejorar las habilidades.
Y ahora continúa con la segunda falacia central sobre esta cuestión del origen de las ideas; la noción misma de lo que es una “idea”.
Entre más pienso en la palabra “idea”, menos idea tengo de lo que significa… Pienso que usar esa palabra es una especie de resumen o atajo para hablar de lo más complicado y oscuro; del proceso de la concepción y formación de lo que va a ser una historia al escribirla. El proceso a lo mejor no involucra ideas en el sentido de pensamientos inteligibles; hasta puede no incluir palabras. Puede tratarse de un estado de ánimo, resonancias, flashazos mentales, voces, emociones, visiones, sueños, lo que sea. Es diferente en cada escritor y en muchos de nosotros es diferente cada vez. Es muy difícil hablar sobre ello porque tenemos muy poca terminología sobre este proceso.
Le Guin habla de la naturaleza combinatoria del proceso creativo:
Diría que como regla general, aunque un evento externo lo puede activar, este estado inceptivo o fase de inicio de una historia no viene de ningún lugar a fuera de la mente que se pueda señalar; surge en la mente, de contenidos físicos que no están disponibles para la mente consciente, de la experiencia interna o externa, citando la hermosa frase de Gary Snyder, que ha sido compostada. No creo que un escritor “obtenga” (meta a su cabeza) una “idea” (un tipo de objeto mental) de algún lugar, y luego lo convierta en palabras y las escriba en papel. Al menos en mi experiencia, no funciona así. La cosa se tiene que transformar en ella misma, tiene que ser compostada antes de que pueda crecer en una historia.
Tan místicamente como el proceso puede ser, Le Guin delinea sus “cinco principales elementos” que deben “trabajar en un indisoluble movimiento unitario” para poder producir gran escritura:
Y añade:
Todas estas clases de patrones — sonido, sintaxis, imágenes, ideas, sentimientos— tienen que trabajar juntas; y todas tienen que estar ahí en algún grado. La incepción del trabajo, esa etapa misteriosa, es tal vez el momento en el que se juntan estos patrones: cuando en la mente de un autor un sentimiento empieza a conectarse con una imagen que lo expresará, y en esa imagen llevando a una idea, hasta que, medianamente formada, la obra empieza a encontrar palabras para sí misma, y las palabras llevan a otras palabras que crean nuevas imágenes, a lo mejor de personas, personajes en una historia, que hacen cosas que expresan los sentimientos que subyacen y las ideas que ahora resuenan entre ellas.
Considerando el desequilibrio en ese balance de 5 puntos, Le Guin habla de la importancia del fracaso en el crecimiento:
Si alguno de estos puntos se descuida o se deja fuera en el proceso de concepción, en el proceso de escritura, o en el proceso de revisión, el resultado será una historia débil o fallida. El fracaso a menudo sirve para analizar lo que el éxito triunfantemente nos esconde.
Continuando con esto, Le Guin comparte una de sus características metáforas animadas que no pueden evitar hacer sonreír al alma:
Los fracasos de los principiantes a menudo son el resultado de tratar de trabajar con sentimientos e ideas muy fuertes sin haber encontrado las imágenes que les den cuerpo, o sin siquiera saber cómo encontrar las palabras para amarrarlos entre ellos. La ignorancia del vocabulario y la gramática es una debilidad considerable para cualquier escritor. La mejor cura es, creo, leer. La gente que aprendió a hablar a los dos o así y ha practicado el habla desde entonces, siente, con justificación, que conoce su lenguaje; pero lo que conoce es su lenguaje hablado, si lee un poco, o lee mucho pero no ha escrito casi nada, su escritura va a ser casi casi lo que su habla era cuando tenían 2 años.
Ahora, Le Guin habla de la importancia vital de los cinco elementos:
Hay una relación, una reciprocidad entre las palabras y las imágenes, ideas y emociones evocadas por esas palabras: entre más fuerte la relación, más fuerte el trabajo. Creer que puedes alcanzar significado o sentimiento sin un patrón integrado, coherente, de los sonidos, los ritmos, las sentencias, las estructuras, las imágenes, es como creer que puedes ir a dar una caminata sin huesos.
Le Guin considera el epicentro de esa relación de los elementos, el lector y el escritor:
la imaginería ocurre en la “imaginación”, la que creo que es el punto de encuentro de la mente pensante con el cuerpo sensible… en la imaginación podemos compartir una capacidad para la experiencia y el entendimiento de la verdad mucho más grande que la nuestra. Los grandes escritores comparten su alma con nosotros —”literalmente” —
[…]
El intelecto no puede hacer el trabajo de la imaginación; las emociones no pueden hacer el trabajo de la imaginación; y ninguna de las dos puede hacer nada dentro de la ficción sin la imaginación. Es en la imaginación, quizás más que en cualquier otro lado, donde el escritor y el lector colaboran para crear la obra de ficción. En la unión creativa del mundo ficticio.
Le Guin ahora analiza la eterna inquietud del escritor con la autoconsciencia sobre su público: una presencia que, en estos tiempos, está exponencialmente más dispuesta a hacerse sentir y mostrar su opinión vía tweets y likes y otros espiritualmente tóxicos mecanismos pavlovianos :
Los escritores son egoístas. Todos los artistas lo son. No pueden ser altruistas y hacer el trabajo que les corresponde. Y a los autores les encanta quejarse sobre la soledad de la vida de un autor y encerrarse en habitaciones o arrastrarse por los bares para quejarse mejor. Pero aunque la mayoría de la escritura se hace en soledad, creo que está hecha, como todas las artes, para una audiencia. O sea: para un público. Todas las artes son artes performativas, sólo que algunas son más engañosas sobre ello que otras.
El punto más afilado es una advertencia sobre esto:
Pero te ruego poner atención a lo que no estoy diciendo. No estoy diciendo que mientras escribes pienses en una audiencia. No estoy diciendo que el escritor que está escribiendo deba tener en mente estas preguntas: ¿quién va a leer esto? ¿Quién lo va a comprar? ¿A quién lo estoy dirigiendo? -como si fuera una pistola— . No.
Mientras se planea un trabajo, el escritor tal vez piense en los lectores: particularmente si es algo como una historia para niños y necesite saber si su lector va a ser de 5 o de 10 años. Las consideraciones sobre quién leerá o podrá leer la pieza son apropiadas y a veces activamente útiles al planearla, pensar en ella, saborearla. Pero una vez que empiezas a escribir, es fatal pensar en cualquier cosa que no sea escribir. El verdadero trabajo está hecho por las puras ganas de hacerlo. Lo que se haga con él después es otra cosa, otro tipo de trabajo. Una historia se levanta desde el centro de la creación sólo por la pura voluntad de ser; se cuenta a sí misma; toma su propio curso, encuentra su propio camino, sus propias palabras; y el trabajo de un escritor es ser su medium.
Y aún así el lector, argumenta Le Guin, es una pieza esencial del contar una historia.
El trabajo de un escritor debe extender una invitación de colaboración al lector:
El escritor no puede hacerlo por sí mismo. La historia que no se lee no es una historia; es sólo pequeñas marcas negras en pulpa de madera. El lector, al leerlo, lo hace vivir.
Todo se resume a la colaboración, o compartir el regalo: el escritor intenta que el lector trabaje con el texto en un esfuerzo para que la historia fluya en una pieza en la dirección correcta (lo que es mi noción general sobre una buena ficción).
En este esfuerzo, los escritores necesitan toda la ayuda que puedan tener. Incluso bajo el más habilidoso control, las palabras nunca encarnarán completamente la visión. Incluso con el lector más empático, la verdad crecerá sólo parcialmente. Los escritores tienen que acostumbrarse a lanzar algo hermoso y verlo estrellarse y arder. También tienen que aprender cuando soltar el control, cuando el trabajo despega por sí mismo y vuela, más lejos de lo que planearon o imaginaron, a lugares que ni siquiera sabían que conocían.Todos los creadores deben dejar espacio para que penetren los actos del espíritu. Pero tienen que trabajar duro y cuidadosamente, y esperar pacientemente, para merecerlos.”