Guía para subirte a los peseros y completar pa’ la quincena
Por fin decidiste publicar tu poemario. Tus amigos y tus familiares te lo chulean. Te crees el poeta más chido que ha parido tu ciudad. Sueñas con las firmas de autógrafos, los estadios llenos para escucharte, los premios, los honoris causa, todo el glamour editorial te espera… o nel… ¡sepa! Puede que se te haga o no, nadie lo sabe. La cuestión es que te pongas al tiro porque las mieles literarias no llegarán solas y antes de que lleguen tienes/quieres presentar tus hojitas fotocopiadas y engrapadas por ti mismo, o como tú le llamas, «poemario».
Algo más o menos así me pasó con mi «Coraza», mi primer poemario. Ya lo tenía en mis manos. ¿Y ahora qué?
Los poemas incluidos en «Coraza» tienen un alto contenido de fango de paradero de microbús, ese olorcito de hora pico en verano en el metro, el saborcito de unas quesadillas con queso… en fin, son poemas urbanos, escribidos (sí, escribidos) con habla popular (jerga que le dicen), tienen albures y tratan sobre personajes del folclor chilango. Casi todos los poemas los había presentado en slams de poesía, micrófonos abiertos y algunos centros culturales, sólo les faltaba un pequeño detalle, les faltaba calle.
Decidí subirme a las micros para echarme mis poemas. Y para darle un toque más acá le di forma de gira, tour, al cual llamé pomposamente «La bajada es por atrás». El objetivo era rolar con mis poemas por toda la Ciudad de México, todas y cada una de las 16 alcaldías. Así fue que recorrí desde el Cerro del Chiquihuite (Norte) hasta San Nicolás Tetelco (Sur) y de El Yaqui (Poniente) hasta La Perla (Oriente). Al final no sólo rolé por todas las alcaldías del exDeFectuoso, también pasé por cuatro municipios del Establo de México. Para quien no ubique ninguno de estos lugares, quédese con la idea de que en total recorrí 166.51 kilómetros. La ciudad es, sin duda, un pergamino de poesía.
Cada miércoles, entre el 8 de agosto y el 21 de noviembre de 2018, emprendí la gira. Por lo general rolaba entre tres y cuatro horas, por ahí del mediodía para evitar que las micros estuvieran atascadas de gente. En cada micro me echaba dos poemas y al terminar mi perorata ofrecía a la venta una versión de bolsillo de «Coraza» con el fabuloso costo de 10 pesotes. Y como dicen los clásicos, también aceptaba monedas que no afectaran la economía familiar. Hubo días en que no vendí nada y había micros en las que el pasaje ni me volteaba a ver. Pero también hubo días en que me terminé los poemarios que llevaba y hubo micros en las que no sólo me daban una moneda, una vez me regalaron una paleta (que me hizo el paro porque nunca paraba a comer, por lo general sólo llevaba una fruta que me echaba a media jornada) y en más de una ocasión me agradecieron o me felicitaron. Mención honorífica merecen los niños. A los niños les llamaba mucho la atención cuando me subía y más de una vez los papás pagaron a regañadientes un ejemplar porque quien lo quería era el morro.
Uno de los objetivos de emprender la gira era saber qué poema le latía más a la banda. Sé que no hay forma exacta de saber eso, pero la más próxima fue apuntar qué poemas me había echado cada vez que vendía un ejemplar. Con el paso de las semanas la competencia fue agarrando forma, aunque desde el principio hubo dos que tomaron la delantera y la neta nunca la soltaron: Un viaje y El poeta que dice dijistes. El primero un poema sobre la sensación de ser migrante incluso en tu propia ciudad, y el segundo un homenaje a la poesía callejera. El tercer lugar fue una sorpresa total para mí: Bolita, un poema sobre el futbol.
Otro de los objetivos fue enfrentarme a escenario inhóspitos. Muchos autores esperan que la gente los escuche atentamente y al final les aplauda. Acá no. La regla de oro es: LA GENTE NO QUIERE ESCUCHARTE. GÁNATE SU ATENCIÓN. A veces lo logré, a veces no. Aparte las micros no son un escenario ideal, acústicamente hablando, suele haber mucho ruido adentro y afuera. Esas condiciones también eran ideales para entrenarme en la potencia de mi voz sin micrófono. Alguna vez terminé un poco lastimado de la garganta y en más de una ocasión tuve que competir con la música del chofer, en esas ocasiones apliqué la de «si no puedes con el enemigo, únetele», y trataba de adaptar mi poema, su ritmo, a la música. La neta, cada una de las 18 micros a las que aproximadamente me subía por jornada, era un escenario completamente nuevo con diferentes retos. En una podía haber una gotera, en otra un chofer hipermamón, en otra tres personas de pasaje, y demás variaciones.
Ahora, a retrospectiva, puedo decir que lo más chido que me pasó fue en la ruta de Tlalpan. Un chavo me quiso pagar un poemario con un billete de $200. Yo ni de broma tenía cambio. Pensé que se bajaría sin comprarlo, como a veces hacían otras personas, pero él se bajó conmigo de la micro y se compró un agua en un puesto ambulante. Ahí me platicó que le gustaron mis poemas porque le recordaron a un cuate que estudia Antropología y está haciendo su tesis sobre la lengua popular mexicana de inicios del siglo XX. También me dijo que mis poemas le recordaron a su abuelo, fallecido dos años atrás, pues hablaba con mucha jerga.
Al contrario, puedo decir que nunca me pasó nada grave (asaltos, peleas), pero sin duda el peor día fue cuando subí a Santa Fe. Estuvo lloviendo todo el tiempo, me empapaba entre micro y micro y la neta desde el inicio mi ruta quería terminar, pero mi necedad irracional por hacerlo a la de a güevo pudo más.
Algunos números
¿Y qué tal de varo?
También hacía mis apuntes de lo ganado. Como era de esperarse, había zonas de la ciudad en que recibía más dinero, pero hubo sorpresas. Por ejemplo, los dos días que más ejemplares vendí fueron cuando pasé por Ciudad Nezahualcóyotl y por Tlalpan. Quienes conocen la ciudad saben que son zonas digamos… no tan beneficiadas (por no decir jodidas). Cuando rolé por el Centro también me dieron mucha morralla, ahí era de esperarse, mucha gente va al Centro a comprar cosas. El día que anduve por Lomas, una de las áreas de más alto pedorraje de la ciudad, también me fue bien, y en caso contrario, la Benito Juárez, zona de la alta clase media, me decepcionó. Fue uno de los días que menos banda se cayó con algo de lana.
NOTA: Si quieres checar de dónde a dónde iba en cada ruta, puedes verlo en el mapa de arriba.
En total, vendí 64 ejemplares de Coraza. Digamos que un promedio de 4 por cada día de la gira.
Las rutas en las que vendí más fueron:
Iztacalco: 9
Tlalpan: 8
Venustiano Carranza: 7
Los más marros fueron:
Gustavo A. Madero: 0
Azcapotzalco: 1
Cuauhtémoc: 1
Estos números sólo se refieren a las ventas de ejemplares de Coraza, pues como escribí antes, también me daban algunas propinas.
Las tres rutas donde recibí más propinas fueron:
Venustiano Carranza: $174
Coyoacán: $171.50
Cuajimalpa: $163.50
Y los más codos:
Iztacalco: $64
Tláhuac: $81.50
Benito Juárez: $99
Hay casos raros, por ejemplo, en la ruta de Iztacalco me compraron 9 ejemplares, pero también fue en la que menos propinas me dieron.
La pregunta de los 64 mil. ¿Es negocio? Depende. Por tres horas, entre ventas de ejemplares y propinas yo ganaba más que un salario mínimo actual ($102.68 por día). Si quieres vivir de echarte tus poemas en micros en la CDMX se puede, pero para vivir al día. Si quieres vivir con más holgura necesitas dedicarle más de 3 horas al menos cinco días por semana. Seguramente hay personas que sí viven sólo de esto, pero tal vez lo hagan más horas o días, o tal vez están en rutas fijas donde ya saben que sacan más varo, pero yo recomiendo que sea un ingreso extra. Está chido para hacerlo un día de descanso de tu otra chamba o tal vez hacerlo una vez a la semana cuando regreses del trabajo, en lugar de pagar tu pasaje, pides chance de echarte poemas y así vas desde tu chamba hasta tu chante ganando algo de dinero extra.
En cuanto a lo que gasté para imprimir los ejemplares, sí hubo ganancia. No me hice rico, pero recuperé lo que invertí y gané pa’ mis chicles.
¿Y los polis y ambulantes?
Se supone que está prohibido subirse a vender cosas al transporte público en la CDMX. Se supone. Pero no era eso lo que más miedo me daba, lo que realmente me daba terror eran los vendedores ambulantes que se suben a las micros a vender dulces, paletas, chocolates, etcétera. Pensé que no faltaría el vendedor que se creyera dueño de las calles y me la hiciera de a pedo por echarme mis poemas. Por fortuna nunca pasó nada, pero las miradas que me echaron algunos vendedores en Indios Verdes, Merced y Tepito sí eran para zurrarse parado.
En cuanto a los policías nunca hubo bronca. De hecho en alguna micro también iba de pasajero un poli y no me dijo nada. Y los choferes… bueno, su imagen como gremio no es nada buena. Hubo desde el que me mentó la madre nada más porque le pedí chance de echarme unos poemas hasta el que se despidió con un «Ve con dios» o aquellos que me daban las gracias cuando terminaba de echarme mis poemas y salía de la micro. Sí, el gremio en general deja mucho que desear (esto lo digo más como pasajero que como poeta andante), pero hay excepciones.
DATO DE TRIVIA: De las más o menos 272 micros a las que me subí, en sólo una hubo una mujer manejando, una chofera.
Toque el timbre antes de bajar, tips para echarte tus poemas en micros
Si has llegado hasta aquí y al leer mi experiencia en la Ciudad de México te gustaría replicarla, ya sea aquí mismo o en cualquier otra ciudad, te tengo el top 10 de mis recomendaciones para echarte tus poemas en micros.
1. Prepara tu tolerancia al rechazo.
Cuando pidas chance a los microbuseros de echarte tus poemas muchos te van a decir que no, otros te van a poner jeta, algunos nada más se van a arrancar y puede que hasta te insulten. Así que a respirar hondo y aceptar el rechazo, amiga escritor (así para evitar escribir amigo o amigue o amigx), que de eso vas a tener mucho en tu vida profesional.
2. Encuentra tu atuendo.
Si quieres subirte disfrazado de Superman a las micros está chido, pero a lo que me refiero es a que te sientas cómodo. Por ejemplo, yo llevaba un pantalón con varias bolsas para poder echar la morralla, los ejemplares que vendía, las hojas con mis poemas escritos por si se me olvidaba alguno, una fruta para el tentempié, etcétera. Por atuendo me refiero a algo ad hoc a la ocasión.
3. Visita lugares que conozcas.
Yo anduve por muchos lugares que nunca había pisado, ese era mi objetivo, pero lo más común es escoger una ruta o un tramo y de ahí no moverte. Eso ayuda a que los choferes y algunos pasajeros ya te conozcan, a entablar amistad con vendedores (si los hay) e incluso saber si la ruta es segura o no. Si es una ruta donde asaltan la gente va a estar paniqueada antes, durante y después de tu presentación, por lo tanto no es recomendable andar por rutas inseguras.
4. Procura salir sólo con buen clima.
Mi peor experiencia fue un día que estaba haciendo mucho frío y no paró de llover. Entre que me subía y me bajaba de las micros me estuve mojando y lo peor fueron los automovilistas a los que les valía tres hectáreas de verga que hubiera charcos junto a las banquetas y me empapaban cuando pasaban a mi lado.
5. Lleva cambio.
Esto aplica sobretodo si vas a vender tus poemarios. Habrá días en que en tu segunda o tercera micro alguien te quiera pagar con un billete de alta denominación y como apenas vas empezando tu jornada no tengas el suficiente cambio.
6. Busca la posición en la que te sientas cómodo.
En lo personal, me caga que quienes se suben a las micros a vender algo se queden a mitad del pasillo hasta adelante. Yo me iba hasta atrás, a las escaleras, y desde ahí ladraba mis poemas. Cuando alguien iba a bajar por esas escaleras me movía y cuando había salido regresaba a mi lugar. Evitaba las micros muy llenas para no quitar espacio a los pasajeros. De hecho mis horarios para subirme a las micros era entre las 10 de la mañana y 3 de la tarde. Evita horas pico.
7. Respeta a los pasajeros.
Muchos pasajeros van hablando por celular o ahí mismo con algún acompañante. Procura moverte a algún punto donde quien está hablando no te tenga a su lado. Si le interesa lo que haces, se callará y te escuchará, si no, va a seguir hablando y si estás junto a esa persona se hace una cacofonía que hasta te puede quitar la concentración en lo que haces. También toma en cuenta que puede haber banda que vaya jetona.
8. Lleva agua y algún refrigerio.
Es una chamba pesada. En ocasiones vas a tener que ir gritando porque el microbusero no apaga la música o simplemente porque es una micro muy grande o porque el sonido exterior del tráfico puede superar tu voz. Evita lastimarte la garganta. Vives de tu voz. ¡Cuídala! El refrigerio es para que recuperes energía. Aunque no lo creas, es muy cansado subir y bajar a micros, estar parado todo el tiempo y agarrarte chido para evitar caídas en los frenones.
9. Seriedad.
Tómalo con absoluta seriedad y profesionalismo. Los pasajeros que deciden ponerte atención merecen que des lo mejor de ti. Ensaya tus poemas, ya sea que los pregones de memoria o leídos. Parte de tu magia como poeta será hacer de la micro a la que te subes un escenario.
10. Disfruta tu ciudad.
Hubo días que pasé por las partes de la ciudad que menciono en mis poemas. Era algo mágico. Si tú no mencionas lugares específicos en tus poemas, igual disfruta tu andar como poeta errante sobre el transporte. Mira a tu público, pero no te olvides de admirar el paisaje que te ofrece tu ciudad, esa ciudad a la que le estás dando vida con tus poemas.
Por último, como agradecimiento por echarte todo este chorizo te dejo un audio que grabé con mi celular con los dos poemas que más gustaron durante la gira “La bajada es por atrás”: Un viaje y El poeta que dice dijistes.