¿Tengo que arriesgarlo todo para vivir de escribir?
Este artículo primero se publicó en inglés en Terrible Minds, de Chuck Wendig.
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Ya saben lo que se dice, eso de que los artistas y escritores deben seguir sus sueños con singular abandono y no hay que jugarle a lo seguro porque, ya sabes, la vida es corta: así que lo primero que hay que hacer es renunciar al trabajo y jugartela toda. Y sí, creo que mucho de esto que se dice (y que hemos dicho en Tinta Chida), es cierto: es la neta, la vida ES CORTA, y como dicen por ái: lo que sea que suene, o, para atrás ni pa agarrar impulso. Si quieres ser artista o escritor o creador de cualquier chingadera, el mejor momento para empezar es (reviso mi reloj): ahora. No mañana. Y el ayer ya se fue. Así que: ¡ahoritita!
A wilbur.
Vientos.
Chidochidochido
Pero, aunque parezca algo obvio, ¿sabes que te la puedes rifar protegiéndote un poquito? ¡Ay, güey, cómo! Pus sí, imagínate que tu sueño es aventarte en paracaídas, bien, está chido el dream, pero ¿a poco ya por eso vas a construir el paracaídas cuando vas cayendo? ¿no lo compras desde antes? Si quieres tocar el piano, no dejas tu chamba de un día para otro y compras uno de esos gigantes Romanof y le acaricias las teclas hasta que te llegue la inspiración y te diga cómo usarlo para ganarte la vida ¿verdad? Osea, es de a poquito. Hay un arco narrativo. Hay una forma inteligente, astuta, y me atrevo a decir la aburridísima palabra otra vez, segura para aprender a hacer la cosa que quieres hacer antes de que esperes que te de para comer (er, er er). Los actores meserean. Los artistas sirven café. Nosotros, los escritores, nos escondemos en la oscuridad cazando cucarachas para nuestros vampíricos maestros.
Traducción: que no te de pena tener una chamba normal.
Vamos a
Siempre quise ser escritor. De chavito escribía un buen (además de hacer dibujitos), hasta que en la secun decidí que quería ser escritor profesional.
Fui a la escuela, me gradué, ya sabes, todas esas chingaderas, e inmediatamente agarré chambitas común y corrientes. Trabajé como cajero, vendí computadoras, curré en librerías y caféces, trabajé con una compañía de marketing de moda.
Etcetera.
O sea: estaba muy chavito, y la neta, no hubiera sido el mejor momento para mandar todo a la chingada y tratar de vivir de escribir a tiempo completo. Si había algún momento para correr y aventarme de cabeza en el estanque de mis sueños, no era ese. ¡Y eso que nadie dependía de mí! A pesar de que algunos hubieran considerado mi inhabilidad para pagar las cuentas como un rasgo de carácter. ¿Hubiera sido el momento ideal, no? Y si fallaba, me habrían perdonado por que el gesto no sería más que una “indiscreción juvenil”, “formación de carácter”.
Pero ser joven significa, bueno, ser joven.
Y la verdad es que no estaba listo cumplir con mi sueño de escritor porque, la neta, no era tan pinche bueno. En ese tiempo escribía novelas bastante chafas. Ladrillos y ladrillos de mala prosa. Pero tenía que escribirlas. Tenía que escribir libros maletas para aprender a escribir algunos que no fueran tan malos o, me gustaría pensar, falgunos buenos (o por lo menos publicables). Así que si me hubiera roto la madre lanzándome de hocico en la persecución de mis sueños, me habría azotado, el hocico, directito en la banqueta, porque ni siquiera tenía la habilidad suficiente para pagar mis gastos básicos. Y, la verdad, sí necesitaba por lo menos cubrir mis gastos básicos. No vivía abajo de la escaleras, vivía en un departamento. Que, resulta que no es gratis. No tenía amigos con sillones para surfear ni tampoco vivía con mis papás. Y vivir en un departamento significa que necesitaba cosas como electricidad, que era requerida para hacer comida, y así, cosas por el estilo. Seguro hay una visión romántica de mi mismo viviendo en los bosques, cazando ardillas y cocinándolas en una fogata como Un Hombre Verdadero o un Artista Visionario o alguno de esos mitos, pero la neta a mí como que siempre me gustó dormir en una cama y tener microondas.
(Además, en esos momentos yo ni sabía cocinar, mi ardilla habría sabido a cartera quemada)
En algún punto del camino me agarré un trabajo de freelance para una compañía de juegos y eso ya era chamba de escritura creativa (pero incluso entonces no dejé mi empleo normal, porque freelance es, bueno, freelance). El dinero de la freelanciada es muy poco consistente; llega con la advertencia de un terremoto y es así de confiable. Para escribir de freelancer y continuar escribiendo mis malas novelas, seguía con mi chamba normal de día y robaba tiempo para lo mio. Mañanas, breaks, noches. Fines de semana. Algunas veces si mis compas salían, yo no, me quedaba en mi casa para dar de pastar a mis palabras. Eventualmente conocí a mi esposa (bueno, no era mi esposa entonces, no es que hubiera conocido a una viajera del tiempo que se hubiera casado conmigo en el futuro), y ella tenía un trabajo estable y, repique de tambores… tenía SEGURO, así que con eso ya podía desengancharme de mi chamba normal y trabajar de freelancer de tiempo completo.
Pero incluso entonces…
Necesité su apoyo para hacerlo. Emocional, sí, pero financiero, también. Lo que yo ganaba de freelance igualaba lo que ganaba ella, pero sus ingresos eran estables, semana a semana, y, he de decirlo otra vez: tenía seguro.
Segundo, mi chamba de freelance se convirtió en mi chamba normal (pero sin la seguridad de una chamba normal). Ahora usaba mi tiempo de escritura para escribir para otra gente, no para mí. Esto no era tan malo (me ayudó a entrenarme a cumplir deathlines y a lidiar con editores y aprendí a escribir limpiamente y con claridad), aunque sí que retrasaba mis proyectos.
Tercero, cuando llegó el tiempo de comprar una casa, oh oh oh, tuve que regresar a trabajar a una chamba normal. ¿por qué? Por qué el banco no habla freelancés.
Esta es, literalmente, la plática que tuve con el tipo del banco:
¿Quién es tu empleador?, me preguntó
“Oh, nadie nadie, soy freelance”
“Freelance… freelance…”, repitió a si mismo, como si las palabras fueran muy raras y estuvieran en alemán.
“Bueno, discúlpame, empleado independiente”
“¡Claro, ya entiendo!”
“Tengo ingresos estables y contratos y puedo demostrar todo un historial, además de mis ahorros ¿no es suficiente?”
“Claro que sí, sí, Señor Wending, ¿me repite otra vez el nombre de su empleador?”
“No tengo, no tengo empleador”
“¿Así que está desempleado?”
“¡No! Sí. ¿No? Soy un empleado independiente…“
“Claro, claro, sí, absolutamente sí, ejem… ¿así que quién era su empleador?”
Lo que significa que para comprar la casa tuve que agarrar una chamba normal para enseñarle al banco que tenía un empleador. Si quería que tuviéramos nuestra propia casa no podía nomás enseñarles el dedito de enmedio y pagarles en la divisa de mis sueños. ¡Que gacho! ¡No era justo! Pero era lo que era. Me dieron la casa, que afortunadamente pude pagar freelanceando (pero incluso cuando ya podía dejar el freelanceo y dedicarme a mis novelas llegó el peor año financiero de mi vida. Lo bueno es que había ahorrado, y, una vez más, tenía el apoyo de mi esposa ). Así que dedicarme por completo a escribir novelas ahora era solo una salto terrorífico (uno que tardé mucho en preparar, uno que necesitó planeación cuidadosa y no sólo una carrerita valiente contra un muro). Era un riesgo, sí, pero un riesgo calculado. Y un salto que por un año dejó nuestras finanzas de mírame y no me toques.
En estos días sigo escribiendo a tiempo completo. Mi esposa ya no trabaja y me ayuda con la parte del negocio de la vida de escritor.
El Obamacare fue fundamental para lograrlo (aunque quién sabe que va a pasar cuando lo quiten, o cuando los costos del seguro de salud sean insostenibles. A lo mejor tengo que regresar a mi trabajo normal).
Y si lo hago, espero no tener ningún tipo de vergüenza
Porque, la neta, no tendría que darme ninguna pinche vergüenza.
Para nada.
La mayoría de los artistas tienen chambas normales.
Así funciona. Por que la alternativa, casi siempre, es morir de hambre, y te aseguro, que el mito del artista muerto de hambre solo sirve para la gente que se quiere aprovechar de ti. Con la panza vacía no vas a trabajar bien, ni vas a tomar buenas decisiones, y no tardará mucho en que aparezca una granja de explotadores y tome un pedazo tuyo. No necesitas sentirte incómodo para hacer arte. El confort no es vergonzoso, ni tampoco pagar tus cuentas, ni comer, ni disfrutar la sombra de un techo bajo una casa. Es más probable que hagas arte más chida si estás bien (físicamente, por lo menos), porque no estás desesperado. Sí, ya, está el mito romántico del joven artista jodido, pero, la neta, está cabrón ser ese artista que no tiene tiempo ni espacio y debe aguantar vara con una sopita maruchan. Tú puedes hacer las dos. Tener una chamba normal y hacer arte chingona. Arte chida. Tu arte. Arte arriesgada.
El arte ya es lo bastante riesgosa, así, solita, sin que le añadas más riesgo.
Más al punto: ten cuidado de los consejos que demandan cualquier sacrificio de tu parte a cambio de tu arte (aunque rime). Especialmente si viene con una dosis de vergüenza sobre lo que constituye a un verdadero artista, a un escritor de verdad, a un verdadero visionario (acá hay 24 mitos sobre escritores). Soy muy privilegiado y tuve la suerte de tener un sistema de soporte que me ayudara a llegar a donde estoy. Mi esposa fue fundamental. Tampoco tenía préstamos de estudiante, y aún así tuve que tener un buen de chambas normales, o habría valido desde el primer día. ¿Quieres consejos sobre cuándo renunciar a tu trabajo? No te los puedo dar (o sí, aquí en esta guía de Tinta Chida). No conozco tu situación. Para mi la respuesta fue: dejar mi trabajo cuando tuve que tomar la decisión sobre si seguir chambeando de 9 a 5 o subirme al vagón y dedicar todo mi tiempo al freelanceo. Se volvió una cosa o la otra. Si me hubiera quedado con la chamba normal, habría perdido trabajo de freelance porque simplemente no la habría hecho. Tuve que escoger, y me funcionó, pero fue una decisión que tuve que tomar, no una que tomé prematuramente.
¿Pero, tú? Tu vida no es la mía y no te puedo decir qué hacer o que no hacer.
Sí, todos vamos a morir y hay que tomar riesgos. Y sí, si quieres hacer arte, haz arte. Pero cómo lo haces, en qué horario, en qué circunstancias, es cosa tuya. Sin vergüenza, sin juicios.