¿Están listos para los madrazos? ¡Entrénense para que ningún rechazo literario los vuelva a hacer chillar!
¡Ah, pinche rechazo, cómo duele! Sí no doliera, si no se sintiera bien culero, no sería rechazo ¿no?
¡Ah, pinche rechazo, cómo duele! Si no doliera, si no se sintiera bien culero, no sería rechazo ¿no? Mi objetivo en la vida siempre había sido alejarme de él lo más posible: escaparme de su sombra, esconderme de sus tentáculos de pulpo violador —no fueran a tocarme y a hacerme chillar, y a dejarme como una masa deforme, sanguinolenta y ridícula—, pues entonces, los triunfadores me verían pasar y dirían: “pobre pendejo, mira nada más”.
Por eso me le escondía. Por eso, cuando una chava me gustaba un chingo, ponía siempre una cara de soy bien cool y ni siquiera me importas. Eso hice con una de ellas, Elizabeth, quien a mi tiernos 16 años, me rayaba un chingo. Era una chavita fresa, así, tipo princesa de Disney. Me gustaba contemplarla durante las clases y hacerme chaquetas mentales con ella, hasta eso, nunca físicas: la imagen de pureza mística que me había construido a partir de su imagen ni siquiera dejaba participar a las cuestiones carnales. Yo quería vivir una historia onda La dama de las camelias, pero que todo ocurriera sin tener que exponerme a la frialdad de su rechazo.
Hasta que un día me agarré los huevos y me le declaré… Bueno, está bien, me le medio declaré. Primero le dije, para curarme en salud: ya sé que está cabrón que pase algo entre nosotros ¿no? (y me encogí de hombros como si no me importara), pero de todos modos quiero decirte que me gustas; o sea, te lo digo nomás para no quedármelo adentro, no por otra cosa.
Sus ojos, esos enormes como de avestruz coqueta, se abrieron más y, obviamente, me contestó sólo con un simple: gracias. Y yo, pues, como no me había rechazado realmente, porque ni le había pedido nada, pude con facilidad seguirme haciendo güey y poner una cara de buda iluminado más allá del bien y el mal.
Y luego, hice lo mismo con la literatura: duele menos rechazarse uno solito, por adelantado y sin preguntar, que aguantar el madrazo: era mejor decir que trabajaba como diseñador web, o vendedor, o lo que fuera antes que decir soy escritor. No me dolía que me rechazaran vendiendo seguros, porque, en el fondo, eso me valía una reverenda vergototota. Pues ¿qué pasaría si fuera tan chafa que ni siquiera pudiera ganarme la vida vendiendo seguros? ¡Absolutamente nada! ¿Pero qué hubiera pasado si me armaba de valor y le gritaba al mundo que era escritor y luego resultara que a pesar de mi valentía no tenía talento y no podía ganarme la vida haciendo lo que era mi pasión?
¡Ah, pinche rechazo, cómo duele! Sí no doliera, si no se sintiera bien culero, no sería rechazo ¿no? Share on XDuele un chingo más fracasar, ser rechazado, cuando te estás jugando el pellejo existencial, que en algo que te vale madres: ¡Por eso anduve con varias chavas tronaditas que ni me gustaban tanto, porque, si me mandaban a volar, bueno, podía encogerme de hombros y decir, siendo completamente honesto: ¡me vale madres! Pero, ¿y si Elizabeth me hubiera visto fijo a los ojos y me hubiera dicho: no quiero ser tu novia, no me gustas, pinche chango culero? ¿Qué hubiera pasado?
Duele más fracasar, ser rechazado, cuando te estás jugando el pellejo existencial, que en algo que te vale madres. Share on XEs como cuando nunca te has peleado a madrazos y te imaginas que ha de estar de la verga, que de un putazo te van a noquear, hasta que te llega el momento: ya no te queda de otra y te tienes que dar en la madre. Y a la primera te dan un derechazo en la jeta y te das cuenta de que sí, que aunque duele un chingo y te está escurriendo todo el mole del hocico reventado, al final no te noquearon ni te desmayaste ni te moriste. Entonces entiendes que el cuerpo aguanta, que los huesos aguantan, que el corazón aguanta: que eres más cabrón de lo que creíste.
Bien, pues como escritores, tenemos que conocer el rechazo, y abrazarlo, y buscarlo, y presumirlo. Como ya lo dijo Chuck Wending, aquí en el artículo de Tinta Chida de las 25 cosas que los escritores necesitan saber sobre el rechazo: un escritor sin rechazos es como un albañil con las manos suavecitas, o como un niño mimado que se cree que es un chingón porque sus papás le aplauden todo.
Un escritor sin rechazos es como un albañil con las manos suavecitas. Share on XY así no es. Un escritor tiene que acumular rechazos, apilarlos; recibir golpe tras golpe tras golpe, hasta ver que no pasa nada, que el abdomen aguanta vara, que aunque los primeros putazos duelen, los músculos del lavadero se van haciendo más y más recios. Hasta llegar un punto donde incluso uno disfruta los golpes, como el boxeador tirado en el piso que se levanta para recibir más putazos, así, de huevos, porque no quiere tirar la toalla, porque quiere probar sus límites. Así tú: ¡A huevo, putos, si ya me rechazaron en 20 editoriales, de una vez, en caliente, que me rechacen en 50 más!
Un escritor tiene que acumular rechazos; recibir golpe tras golpe hasta verque no pasa nada, que el abdomen aguanta vara Share on XPero… ¡aguanta vara, carnicero! Es muy fácil decirlo, pero, ¿cómo chingados lo hago? Un boxeador no se sube a un ring nomás así a recibir madrazos a lo pendejo, ¿verdad? No, pus no. Para eso hay que entrenar, para eso hay que fortalecer los músculos.
Fortalecer los músculos del rechazo
Y de eso va la entrada de esta semana: de un primer ejercicio de guerrilla existencial para empezar a fortalecer el abdomen literario, para hacer callo y formar músculos que soporten los guamazos.
#guerrilaexistencial
Para este ejercicio, queridos carniceros y carniceras tinta chideros, vamos a necesitar que se bajen de su nube de rockstars asilados que escriben sus obras maestras desde su cubil de iluminados, y se pongan al nivel de los mortales.
Necesitaremos:
Pluma.
Papel.
Dinero para las fotocopias.
Un amigo.
Una cámara.
Muchos huevos.
Empecemos con el papel y la pluma.
Vamos a hacer el ejercicio del Me gusta.
La intención es escribir un texto muy personal. Ni siquiera vamos a escondernos detrás de la ficción. No esta vez.
Este ejercicio lo aprendí hace algunos años del chingón poeta y escribidor Eduardo Casar. Y se trata, simplemente, de hacer una lista de gustos. ¿Qué chingados te gusta en la vida? Parece una cosa muy ordinaria, pero si uno profundiza y la escribe sin pretensiones y honestamente, salen unas cosas bien rifadas, hasta poéticas, dirían por ahí.
Las instrucciones
Paso 1
Agarra el papel y pluma, o abre un nuevo documento en scrivener, y escribe una lista de sus gustos. Enfócate en los más sencillos, en esas cosas cotidianas que uno no le cuenta a nadie, porque son intrascendentes, o vergonzosas.
AVISO: Está prohibido decir que te gusta el olor a tierra mojada. Porque casi a todos nos gusta, y porque casi todos lo ponen en sus listas.
Aquí va mi lista, pa que veas más o menos como está la onda.
Me gusta
Me gusta abrazar a Lydia con todo mi cuerpo, encuerados. Me gusta verla despeinada como cavernícola cuando nos despertamos. Me gustan los besos triples, donde yo le doy un beso a mi hijo, mi hijo a su mamá y ella a mí, en un loop infinito de ternura. Me gusta ir a comer tacos árabes a la Perica después del taller de novela. Me gustan los cigarros de silencio, los que apagan el ruido con cada calada. Me gusta asomarme en la mañana por la azotea y ver cómo el frío aprieta los edificios y cómo otras familias se acurrucan adentro de los hornos calientitos de sus casas. Me gusta leer para olvidarme de mí mismo y el mundo, y llegar a un punto del libro donde la historia me recuerde, más fuerte que antes, a mí mismo y al mundo. Me gusta dejar a mi hijo en las mañanas en su guardería, abrazarlo antes de que sus maestras se lo lleven al salón, dejar que me de un beso y la bendición con sus manos de grillo morenito de tres años. Me gustan las noches, cuando después de inventarle a mi hijo un cuento de la Víbora Panchita, le digo que ya no es hora de platicar, y que lo amo mucho, muchíiiiiiiiiiiiisimo, hasta el infinito. Me gusta sentir el peso de sus huesos cuando lo cargo en los hombros y platicar con él y bailar el “pumba pumba”cuando llega de la escuela. Me gusta el Guardián en el centeno. Me gusta concentrarme y colar los búlgaros con cuidado. Me gusta caminar. Me gusta la cara de gato persa blanco, muy fino, de mi chava, y su cuerpo esponjoso, y sus ojos cafés pero no cafés. Me gusta confiar en mí, a pesar de que las cosas vayan lentas y me esté cagando de miedo. Me gusta estar con mi papá y abrazarlo y olerlo como si yo todavía fuera un niño, aunque ya tengo 34 años. Me gusta que mi mamá me cuide, y me de besos, y me gusta oír las canciones que ella oía cuando éramos chiquitos y vivíamos solos en una departamentito en Xochimilco y yo tenía miedo, porque sentía que nos iba a pasar algo. Me gusta la melenita de mi hermano cuando era niño y sus ojos chinos de Jaguar. Me gusta el box y el kickboxing y la adrenalina y el miedo que se me cuelga de los nervios antes de pelear. Me gusta que me salgan moretones y que me duela las piernas y saber que es por los madrazos y que no pasa nada. Me gusta ser papá, aunque casi todo el tiempo tenga miedo de que se vaya enfermar o morir. Me gusta la poesía y cómo las imágenes muerden las páginas y saltan y nos clavan los dientes por dentro. Me gusta la ciencia ficción y la fantasía y los viajes en el tiempo. Me gusta la comida árabe. Me gustan los sueños porno donde hay montones de culos y tetas y labios carnosos y brillantes y todas me desean ardientemente. Me gustan los labios de Scarlett Johansson y masturbarme pensando en ella. Me gusta la rabia, la que empuja y me despierta y me hace querer cambiar y romper lo que no funciona. Me gusta la calma que me abraza y me dice que no tengo que correr ni romper ni cambiar nada. Me gusta ser vulnerable y quebrarme. Y luego crecer, a tientas, descubriendo la salida con las manos. Me gusta Tex Tex y Bob Dylan y Rubén Blades y Cake y Tom Waits. Me gusta la salsa, oscura, que avienta los cuerpos unos contra otros en las pistas de baile y remueve los estómagos y concentra el deseo. Me gusta True detective y Bomarzo y Los ríos profundos y Nick Hornby y Jack Kerouac y Ursula K Leguin. Me gustan las playas cuando llueve. Me gusta comer en la calle. Me gusta el dolor de músculos cuando empiezo a hacer ejercicio después de mucho tiempo de no hacer nada. Me gustan las ráfagas de perfume de las chicas bonitas cuando nos cruzamos en el metro. Me gusta el aguacate y la salsa de chile de árbol preparada con aceite. Me gusta jugar al Kraken con mi hijo, decirle que lo voy a pulir y soplarle en la panza hasta que él se escapa y me dice que empecemos otra vez. Me gusta cuando la coraza se rompe y no puedo dejar de llorar y el aire es más frío y los colores están más vivos. Me gusta acurrucarme y pegarme a Lydia y que me diga “pégate tu gutria”. Me gusta que me diga que soy guapísimo y tengo ojos de foca. Me gusta la Doctora juguete y Yo Gabba Gabba y Pingu y Go Diego Go y Toy Story y Jorge el curioso Y Peppa Pig. Me gusta probar comida de países que no conozco. Me gustan las novelas gráficas. Me gustan los tatuajes y las chicas con tatuajes: cada centímetro de su piel cubierto por una carretera de dibujos. Me gusta escribir. Escribir, escribir y escribir. Me gusta escribir sintiendo los golpes de la emoción correr desde mis pulmones hasta las teclas. Me gusta Escribir ciego, con rabia o con miedo. Me gusta escribir, sin saber que chingados quiero escribir.
Paso 2
No debe alargarse más de dos cuartilla para que quepa impreso en las dos caras de una misma hoja.
Hasta abajo, pon tu correo electrónico, para que les pidas su opinión y tengan una forma de contactarte, y te comenten si es que les gustó la lista, o si lo odiaron, o lo que sea.
Paso 3
Ve a un lugar donde saquen fotocopias baratas, o si tienes impresora de toner, mucho mejor, y saca, por lo menos, 50 fotocopias de tu Me gusta.
Paso 4
Escoge una esquina muy transitada o una plaza: de preferencia un lugar donde puedas encontrar el tipo de lectores de quienes sientas más miedo de ser rechazado, oséase, de quienes más te gusten. Porque no es lo mismo que te mande a la chingada un güey que uno diga, no, pus a este pinche fresa nada más le gusta E. L. James. o Pérez Reverte, a uno que lleve bajo el brazo algún libro de nuestros ídolos literarios, como en mi caso, qué sé yo: Salinger, Francisco Tario, Jack Kerouac…
Paso 5
Aproxímate a alguno de tus potenciales lectores, y, antes de entregarle tu hoja fotocopiada, míralo a los ojos y preséntate: “Hola, soy Alejandro. Soy escritor. ¿Te puedo compartir algo que escribí?” Si te dice que sí: ¡a huevo! ya la hiciste. Si te dicen que no, no desvíes la mirada, dales las gracias y busca alguien más…
Al principio, y más si uno es de personalidad tímida, cuesta un chingo y dos montones, pero poco a poco la cosas se prenden, agarran una energía bien chida: como que se magnetizan y… y pasan cosas interesantes. Muchos te rechazarán, otros ni te voltearán a ver, y otros más te barrerán con la mirada y alzarán la cara, así, como si estuvieran percibiendo un olor muy gacho, pero otros… otros te darán las gracias, te harán preguntas y hasta te pedirán que los esperes para leerlo ahí frente a ti, para darte una opinión. Algunos más te atraparán entre sus redes platicadoras por un rato. Pero a eso es a lo que nos exponemos como artistas: a conectar, a crear una relación: no solamente a ser leídos y contemplados. Si surge una relación, dales tu tiempo, conecta: recibe el intercambio que el arte genera.
He hecho este ejercicio un buen de veces. Tanto que antes de empezar otra vez siempre pienso: bueno, esto ya lo tengo dominado ¿no? ¡Pero ni madres! Todavía se me hace un hueco en el estómago, sudo y sudo y digo, chale, por qué me metí en esto otra vez, no aprendo… Pero ya que me animo de nuevo a salir de mi zona de confort y arranco, empieza el espectáculo.
A eso es a lo que nos exponemos como artistas: a conectar, a crear una relación. Share on X¿Cómo les fue?
Háganlo, acompáñense de alguien que lleve una cámara y tome algunas fotos, y luego suban las fotos aquí en los comentarios, junto con sus experiencias.
¡Ya están, írenlos!
¡Que arranquen los madrazos! ¡Fortalezcamos los músculos del rechazo! ¡Tomemos las calles y compartamos los resultados en Tuiter y Facebook con el hashtag #guerrillaexistencial!
Y por su puesto, ya que estamos en esto, rolen también sus Me gusta, así sirve de que nos conocemos mejor, acá en la intimidad.
Mi testimonio
Órales, ahí les van mis testimonios y las experiencias de mi última vez de #guerrillaexistencial. Las fotos son de mi carnalito el chingónsísimo fotógrafo Balam -Ha. (Por cierto, aprovecho para invitarlos a su rifado proyecto de #MetroChilango, para los que les guste sacar fotos en el metro de la ciudá)