Pongánse chingones y creen hábitos, rituales que preparen su cuerpo (y/o espíritu) para escribir
Se acerca el fin año, otra vez no acabaste esa novela que te da vueltas en la cabeza desde hace tiempo. ¿Otra vez, como cada año, vas a aprovechar el que comienza para terminarla? ¡Ahora sí, 2017… este año es el bueno! Vale, es un buen propósito, pero, como todos los propósitos (junto con hacer ejercicio todos los días y ser una mejor persona), corre el riesgo de irse directito al carajo, si no tomas conciencia del por qué no lo has logrado. No te asustes, que no es un regaño. En Tinta Chida sabemos lo que es no terminar las cosas. Pero también es cierto que una vez que te decides, no hay marcha atrás.
A veces el problema de no cumplir con proyectos escritos es por culpa de la falta de un horario o rutina que nos lleve día a día a terminar las cosas; todo esto me hace recordar un texto que había hojeado hace un tiempo y que vale mucho la pena compartir porque trata precisamente este tema.
Pues resulta que hay un librillo llamado Daily Rituals: How artists work, que encontré por casualidad y que ahora sugiero porque trata sobre los hábitos de escritores, artistas y otros pensadores. Como lo dice el mismo autor en su introducción: este es un libro superficial. Es acerca de las circunstancias de la actividad creativa, no del producto. Y dicho y hecho. La obra trata de los horarios, lugares, personas y demás circunstancias que rodean el gustoso acto de escribir, o de crear en general. Todos ellos desarrollaron algo que el autor define como un ritual, en el que basaron su rutina, y al que se entregaron para mantener la productividad creativa a la par de sus diversas actividades.
¿Y tú? ¿Ya tienes algún tipo de rutina? Si no es así, va siendo hora de que te pongas las pilas y la armes en corto. La mejor manera de orientarte al respecto de lo que quieres para tu ritual de escritura es echándole un ojo a lo que algunos de estos pensadores hicieron. No te metas en camisa de once varas tratando de copiarles exactamente, pues el objetivo es que crees un horario que embone perfectamente con lo que eres y en lo que crees.
¿Listo? Siempre toma en cuenta estos puntos cuando se trate de armar tu horario:
¿Cuento, novela, ensayo, crónica, o artículo? ¿Cuántas palabras quieres escribir? ¿En cuánto tiempo?
Stephen King (n. 1947) escribe todos los días del año, incluyendo su cumpleaños y las fiestas, y casi nunca se detiene hasta que ha alcanzado su cuota de dos mil palabras.
Scott Fitzgerald (1896-1940), por su parte, podía escribir de una sentada hasta 8000 palabras, pero debido a su vida social intercalaba esos espacios de productividad entre sus actividades, aún si a veces terminaba de escribir hasta la madrugada.
Como puedes ver, es importante armarte de valor y ponerte metas acordes a tu rendimiento inicial, y luego aumentar poco a poco, como si estuvieras mejorando tu condición física. Es ahí cuando debes plantearte el número de palabras, fechas de entrega o tiempo que tienes para volcarte a la escritura.
Este punto conecta directamente con el siguiente:
¿Te sientes más despierto o propenso a ideas en el día, o eres un noctámbulo natural?
Es importante tener los ojos puestos en esto porque tendrá un gran peso a la hora de hacer que las palabras se desboquen. Cuida siempre de ajustar tus horarios de manera que te funcionen sin malpasarte. Que sea algo que puedas hacer lo más continuamente posible sin que afecte los otros aspectos de tu vida a los que es necesario echar ojo, como la salud.
En el caso de Henry Miller (1891-1980), frecuentemente escribía desde medianoche hasta el amanecer, hasta que más tarde pareció darse cuenta de que era una persona de aquellas que suelen trabajar en las mañanas.
Otras personas buscaron la manera de trabajar bajo circunstancias que no estaban bajo su completo control, en el caso de que quieres escribir pero no tienes tiempo durante el día porque lo absorbe tu familia o el trabajo checa lo que hacía Sylvia Plath (1932-1963): en 1962 ponía la alarma a las 5 a.m. y trabajaba sin detenerse hasta que era hora de que se levantaran sus hijos.
¿Te gusta trabajar sin que nadie sepa nada de lo que estás haciendo, o disfrutas hacerlo al lado de algún colega o compañero?
Hay mucha gente que necesita ahuyentar al mundo para poder escribir, otros a los que les gusta tener la compañía expectante de algún mirón, y algunos que pueden trabajar bajo ambas circunstancias, ya sea por costumbre o porque les valga lo que suceda alrededor. Una escritora que nos puede ejemplificar a la perfección esto es Simone de Beauvoir (1908-1986), quien en las mañanas escribía sola, y a la hora del almuerzo iba al departamento de Jean Paul Sartre (1905-1980) para almorzar; escribían unas cuantas horas juntos y luego salían a algún evento político o social, o iban al cine o pasaban el rato escuchando el radio.
Algo diferente a Jane Austen (1775-1817), quien escribía en la sala familiar sujeta a todo tipo de interrupciones casuales. Aun así, escribía en pequeños pedazos de papel que podían ser ocultados con facilidad, pues no le gustaba que la gente más allá de su círculo familiar supiera lo que hacía.
¿Silencio, o escándalo? ¿En qué momentos te sientes más inspirado, o te concentras mejor?
Hay personas que pueden crear aunque tengan un desmadre a su alrededor, y otras solo cuando se les deja tranquilos en un espacio definido exclusivamente para sus momentos de creación. Uno de los mejores ejemplos de una persona que creaba exitosamente en medio del escándalo era Henri de Toulousse-Lautrec (1864-1901), quien hacía su mejor labor creativa de noche, bosquejando en cabarets o montando su caballete en los burdeles. Entre las bebidas y la compañía de las mujeres de la noche, se sentía muy inspirado para llevar a cabo su labor creativa, la cual consolidaba los días siguientes en su estudio.
Comer y beber. Tragos, tabaco y menjurjes.
¿Qué comes antes, durante, o después de sentarte a escribir?
Desde escritores que le bajan dos dedos a la botella, hasta aquellos que se energizan ayudándose de algún tipo de tabaco, o café. Marcel Proust (1871-1922) era uno del segundo grupo, ya que después de fumar unas cuantas horas, pedía a su ama de llaves y confidente, Celeste, que le sirviera el café.
Otro caso de un ritual que contiene bastante café, es el de L. Frank Baum (1856-1919), el autor de “El maravilloso Mago de Oz”, se levantaba a las 8:00 y acompañaba su desayuno con cuatro o cinco tazas de café fuerte con crema y azúcar.
Y hablando de un caso de alimentos curiosos, tenemos a Ingmar Bergman (1918-2007), un guionista y cineasta suizo, quien después de las doce “Tomaba una especie de leche agria batida, muy grasosa, y mermelada de fresa, muy dulce ⎯un extraño tipo de alimento para bebé que comía con hojuelas de maíz.”
Para todo hay gustos y estás en toda la libertad de tener en tu vida las excentricidades que te parezcan mejores si es que ayudan de alguna forma a que te concentres en las letras.
Estirar las piernas
Bien se dice que la actividad física hace fluir las ideas. Según Currey, el día del filósofo danés Søren Kierkegaard (1813-1855) era dominado por dos actividades: escribir y caminar. Salía y a veces tenía tantas ideas en mente que incluso antes de deshacerse del sombrero y estando de pie, ya estaba redactando lo que traía en mente.
Caminar es una actividad recomendada de pies a cabeza por muchos escritores, artistas y pensadores importantes tales como Carl Jung (1875-1961) y Sigmund Freud (1856-1939), para quienes era algo esencial de hacer al menos una vez al día.
Estoy segura de que a más de uno le ha pasado lo que le sucedía a Kierkegaard, incluso cuando es el momento menos oportuno, o cuando la atención debería de estar puesta en otro lugar; sin embargo, en muchas ocasiones las palabras e ideas van a llegar sin pedir permiso y debes estar preparado para atraparlas. Ahora bien, ya tratándose de tiempos modernos, nada es tan fácil como dar el rol por algún lado y si llega de repente alguna idea, tener la libertad de escribirla en el celular o en alguna pequeña libreta para que no se te escape nada.
Cada uno tiene su manera, su hábito, su ritual
Sea como sea, espero que estos cuantos consejos te hayan echado una manita. Lo interesante de todo esto es ver con nuestros propios ojos y de una forma cercana que las grandes obras no surgen de la nada, y que las rutinas de cada uno de estos artistas tuvieron mucho que ver con sus creaciones. El hábito y la chinga de sentarse todos los días a echarle ganas, a fin de cuentas, son parte de la estructura de cualquier logro.
¿Entonces, qué tengo que hacer?
En resumen: respóndete estas preguntas y crea tu ritual, por ejemplo: escribo media hora a las 12 de la noche antes de oír a Banda Machos; o preparo mi café, me lo tomo oyendo a Pink Floyd mientras, sin calcetines, empiezo a teclear en tandas de 15 minutos. Crea el ambiente que necesites; el rito, esa repetición simbólica que crees será eso, más que un habito, un ritual religioso que te pondrá en el estado de ánimo, o espiritual, que necesitas estar para conectarte contigo y VER la revelación y luego escribirla.
Si te interesa saber más sobre lo que algunos de los grandes creadores de la historia hacían en su día a día para llegar a donde llegaron, te recomiendo que leas este libro.
Espero que te parezca tan chingón como me lo pareció a mí.
Si ya tienes un proyecto y en serio quieres terminarlo y afinarlo, la rutina sólo te llevará directo a cumplir con el objetivo si te atienes a ella. ¿Listo? Es hora de poner las manos a la obra, sin pretextos. ¿O qué? ¿Vas a dejarlo todo para el 2018?
«Daily rituals: how artists work» de Mason Currey.