¿Qué tanto dependen tus historias de la muerte, la violencia y las vueltas de tuerca? Escribe sin matar a nadie. ¿Puedes?
Este artículo fue publicado primero en inglés en LitReactor.
¿Pero es necesario? ¿Tenemos que matar para impactar? ¿Podemos reemplazar la muerte con amor, la tragedia con esperanza?
Bueno, tengo que ser el primero en aceptar que mato a un montón de gente en mis cuentos y novelas —madres muriendo con el corazón roto, padres buscando vengarse, niños, animales, lo que se te ocurra—. Hay violencia en mucho de lo que escribo. ¿Pero es necesario? ¿Tenemos que matar para impactar? ¿Podemos reemplazar la muerte con amor, la tragedia con esperanza? Sí. Y creo que si tú también aceptas el reto que yo acepté de no terminar una historia con muerte, de deshacerte de la muleta de la violencia, te vas a llevar una sorpresa: verás cómo nuevas puertas (y mercados) se abren.
Hay violencia en mucho de lo que escribo. ¿Pero tenemos que matar para impactar? Share on XEl reto de mi maestría
Hice mi maestría en Murray State University con Dale Ray Phillips, un escritor nominado al Pulitzer. Trabajamos solamente en cuentos. Cuando empecé con él yo ya iba a la mitad de mi novela, Desintegration (Random House Alibi), pero él me dijo que mejor nos concentráramos en ficción corta. Y que dejara de abusar de mis muletas. Que le bajara al sexo, también. Que me olvidara de los finales con vuelta de tuerca. Y me dijo finalmente que sacara todos los cadáveres. Me retó. Me dio un ultimátum. Lo acepte. Él era, y todavía es, una enciclopedia sobre el cuento. No sé, a lo mejor podía aprender algo. Y lo hice.
Cuando quité todo el sexo caliente, cuando deje de depender de los finales sorpresivos, cuando no maté a nadie, ¿qué quedó? Tuve que reinventarme. Estudiar lo que realmente importaba sobre el arte de escribir cuentos. Escribí sobre un padre y su hijo y cómo se distanciaron después del divorcio, de cómo construyeron un cohete con juguetes y de algún modo lo lanzaron y lo hicieron llegar a la luna (Tinkering With the Moon en Gargoyle magazine). Escribí sobre una mamá conectando con su hija al romper las reglas, acampando en su sala, llenado su comedor con arena (Garage Sales en Midwestern Gothic). Escribí sobre un esposo y su mujer llevando su paranoia al límite: la percepción convirtiéndose en realidad (Chasing Ghosts en Cemetery Dance). Escribí sobre un papá que ve cómo su hija adolescente y ya no es tan inocente y entiende que no la puede controlar y que la verdad nunca pudo (Sugar and Spice en the Chicago Center for Literature and Photography’s Weekender). Y escribí sobre un hijo dándose cuenta que su papá no es tan frío ni distante como alguna vez pensó, y sobre cómo encontró una forma de perdonarlo, de aceptarlo como era (Moving Heavy Objects, todavía le estoy buscando una revista).
No voy a mentir: me costó un chingo —estuvo cabrón escribir sin usar violencia y muerte, porque el drama del asesinato, el suicidio y la venganza, es muy poderoso. Pero cuando conocí el otro lado me di cuenta que ahora tenía nuevas herramientas en mi caja de escritor; ya no tenía un simple martillo para clavar ni un cuchillo para cortar, sino herramientas más sutiles, como un perico ajustable para aumentar la tensión, o un pincel con cerdas de marta para pintar detalles finos y añadir profundidad.
Tuve que encuerar la historia hasta dejarla en huesos y realmente ver el conflicto y la resolución; el argumento y mis personajes y cómo eran revelados; el tema y el tono—todos los aspectos sobre los que ahora doy clases— y con el tiempo, me doy cuenta que esas lecciones aplican a lo que escribo ahora; múltiples beneficios de esa profundidad, de ese rango de emociones, de esas revelaciones.
Ahora puedo decirles que mis dos últimas novelas, Desintegration y The Breaker, tienen finales más optimistas que cuando fueron escritos originalmente; ni tan devastadores ni oscuros como alguna vez.
Hasta mi historia más reciente, The Offering Of The Hill, a pesar de la tragedia acaba con algún tipo de esperanza.
Aquí te van algunas formas en las que puedes alterar tu escritura para no ser tan mortal.
Abrir con una muerte
Fíjate cómo empiezan tus cuentos. Obvio, si pasan en un lugar post apocalíptico, va a haber muertos, pero en lo que decidas enfocarte, marcará el tono. Ya sé que a veces hacemos eso de empezar nuestras historias por la mitad, o el final, pero eso no tiene que traducirse en muerte. Los momentos críticos, las encrucijadas donde hay que tomar una decisión después de la cual no hay marcha atrás, no tienen que ser un hijo suicida, una esposa asesinada, o la venganza cometida en un callejón oscuro. Sí, ya sé que en las historias de terror y crimen suele haber asesinatos, mutilaciones, cadáveres, pero no siempre el punto central tienen que ser ese —hay muchas más tonalidades, más tensiones que crear—. Reinventémonos en un nuevo planeta que empiece con esperanza en vez de muerte; a lo mejor en vez de perder un hijo en un aborto, puedes explorar la idea de la familia y cómo ella cambia a un individuo, para bien y para mal.
Terminar con muerte
Casi siempre el final de la historia, el clímax que todos esperamos, la resolución, termina en muerte. Pero, ¿te acuerdas del dicho: “el destino es peor que la muerte”?. ¿Cómo se vería eso en una historia? Si viste el final de La Niebla, la película de Stephen King, me entiendes. ¿En qué acababan los cuentos que te conté aquí arriba? El niño lanza un cohete para reunirse con su padre; una mamá y su hija se sientan frente a una Ouija y se preguntan si alguna vez serán felices; una pareja toma una decisión sobre cómo seguir adelante, o no; un padre se da cuenta que hizo todo lo posible para criar a su hija y ahora le toca a ella tomar, o no, las decisiones correctas; un hijo que aprende a ver a su papá cómo realmente es y entiende que eso está bien, nadie es perfecto. Estas epifanías tienen poder e impacto y no tienen nada que ver con la muerte.
Pasársela matando
Otra manera de meter la mano a tus escritos es ver cuántas veces matas a alguien para resolver un problema narrativo, para avanzar el argumento. ¿Se necesita? ¿Es esencial? También pregúntate lo mismo sobre el sexo gráfico. Yo lo escribo. Sí, y lo disfruto, pero tiene que ser importante, parte de la historia, de los personajes, de la trama. No mates a alguien sólo porque es fácil. Te reto a revisar cualquier cuento que no esté funcionando y buscar a los muertos— ¿qué tal que podía pasar otra cosa, cómo cambiaría eso tú historia? Quien sabe, a lo mejor ocurren cosas interesantes.
Otros ejemplos
Más allá de mis historias, quiero nombrar algunas de mis novelas y cuentos favoritos para demostrar que se puede escribir muy buena ficción oscura, profunda, sin recurrir a la muerte.
Come Closer de Sara Gran es una novela sobre posesiones, sobre un demonio. El género es terror, aunque haya muy poquita violencia —eso si es que hay—, además no muere nadie. Es un terror sutil que cuenta gentilmente como el mal se desliza poco a poco hasta que es demasiado tarde para cambiar nada. Y la historia termina sin muerte: la protagonista no se muere, sino que se rinde al demonio, se entrega él y admite a sí misma que eso es lo que siempre quiso: no estar sola, ser amada. Es escalofriante, poderoso y psicológicamente devastador.
Puppy de George Saunders es uno de mis cuentos favoritos de toda la vida. Se ven dos maneras distintas de como criar un hijo según dos mamás distintas, una rica y una pobre. Saunders narra brillantemente cómo las dos mamas educan y muestran o no su amor a sus hijos. A lo largo de la historia juzgamos a las mamás hasta llegar a las últimas palabras, la última escena, difícil de aguantar, donde vemos a un niño discapacitado amarrado a un árbol. Pero aún así entiendes por qué la mamá lo amarra, y cuánto quiere a ese niño que siempre se escapa y corre al lado de la carretera que está al lado de su casa. Para ella su hijo está feliz, y vivo, y eso es todo lo que le importa.
Lawns, de Mona Simpson es una devastadora historia de abuso que te golpea a mitad de la historia con algo que no ves venir. Es sobre una niña que quiere encajar y ser como todos los demás. Tiene un trabajo y un novio, pero roba y miente y tiene secretos, al parecer. Y el cómo todos esos elementos juegan en la historia es poderosísimo. Sin recurrir a trucos baratos ni violencia. Hay esperanza, al final, y algo de amor todavía en el corazón de una chica lastimada que, a lo mejor, puede ser compartido, más adelante.
Lo que estos tres cuentos logran —y espero que los míos también— es que el eco de cuando terminas de leerlas siga resonando, para que lo mastiques, lo digieras y pienses en él aún mucho tiempo después.
Conclusión
Hay muchas formas de escribir una historia de terror, oscura, cualquier tipo de ficción, sin violencia excesiva, sin muerte. Tómate un momento y acepta el reto de ver si puedes escribir una historias sin esos elementos; reemplazando el odio con amor, la muerte con un nacimiento (o redescubrimiento), la violencia con paz. Piensa en los colores que usas, las emociones, el fondo —cuándo puedes dejar entrar la luz sin perder tu voz—. No lo digo de una forma melodramática, sino de una forma real: sentimientos verdaderos tomados de tu propia experiencia: encuerate, muéstrate, arriesgate, juégatela y cuéntale al mundo de la esperanza que llevas adentro. Muestra que has amado y perdido; que has amado y te han ignorado, pero que también has amado y te han amado de regreso.
Digo, a ver qué pasa.