Estoy encerrado en un cuartito de 4 por 4. Las paredes, pintadas de color verde pasto; hay líneas blancas como la cal que se cruzan en los muros formando el círculo de la media cancha y la portería, como en el futbol. Ésa es toda la escenografía. Se apagan las luces y una voz tipo Estadio Azteca dice: “Favor de apagar sus teléfonos celulares, sino serán amonestados. Con el número uno, Don Araña.” Y entonces de abajo de un lavadero, en una esquina, porque el cuarto es parte de una casa convertida en Microteatro, sale un gordito de unos cuarenta y algo de años, con todo el pelo revuelto y un uniforme de portero. Don Araña.
Durante los siguientes 15 minutos pienso: No mames, hace mucho que no veía algo tan chingón, y cuando salgo ya estoy todo movido, con la pasión al rojo vivo, pensando en lo chingón que es escribir. ¿Pero la obra habla de futbol o de escribir? Habla de los sueños y de hacer lo que amas cada día de tu vida. A pesar de que no tengas talento, a pesar de que, como Don Araña, termines jugando en terrenal olvidado de la mano de Dios, a pesar de presentar tu obra en un cuartito para 6 personas. Lo importante es seguir. Seguir, seguir, seguir: rasparte las rodillas de tanto futbol y pasión y letras.
Seguir, seguir, seguir: rasparte las rodillas de tanto futbol y pasión y letras.
Bueno, la cosa es que me volví fan absoluto de Don Araña. Se me hizo tan chingona y tan importante que inmediatamente superé la envidia de estar viendo algo tan fregón no escrito por mí y en automático me convertí en fan, del actor con el que vi la obra (Leo Zamudio) y del escritor, Marco Vidal.
Contacté a Marco y le pedí permiso para compartirles el audio y el texto de la obra versión corta (actualmente se está presentando en la Ciudad de México una versión de 45 minutos).
Aquí les va. Después de leerla, no le cambien de canal, porque hay unas notas sobre algunos puntos importantes de Don Araña aplicados a nuestra profesión, y una entrevista con Marco donde hablamos sobre el oficio de escribir y lo que significa “llegar”.
Si quieren, denle play al audio mientras leen la obra. Como que se disfruta más machín.
Don Araña
¡Pareces árbol! Me gritaron ayer. El partido se acabó y como casi siempre, me quedo aquí, parado, en medio de la tierra, con los zapatos hundidos en el polvo, con las rodillas sangrantes y el polvo metido hasta adentro… de las piernas. Con los sudores convertidos en surcos de mugre, ombligo relleno de tierra, labios resecos, agujeros taponeados, pestañas güeras, cabello revuelto, osea… salvaje ¿no?
Y con la mirada puesta en el partido… de mañana. Sí, quieto quieto, como un árbol, bien metido en la tierra… y con una sed de la chingada. Abrazado por el sol, acariciado por la luna, seguido pienso, o siento, o imagino, o todo junto, la cosa es que sin moverme, me salgo de mí. Sí, pues, abandono mi cuerpo. Y vuelo detrás de ese balón imaginario, apenas tocándolo lo desvio y sale echo la madre, como niño asustado que corre en medio de la noche para alcanzar a su mamá. Y el madrazo es tan fuerte, que si la pelota se siguiera, le haría un agujero al cielo del mundo y todo, la vida completa, se escaparía por ahí.
Desde siempre han pensado que estoy loco ¿no? Por que me quedo aquí, parado, mucho tiempo. Cuando chamaco, me venía aquí a jugar, ya saben ¿no? Y sí, cómo loquito, y es que prefería, y prefiero: sudar, volar por el aire, esperar a la señora luna para platicarle bajito todos mis pensamientos. En lugar de estar sentado en una banca ¿no? mientras no entiendo nada.
Mi padre, siempre triste y borracho, en veces hasta enyerbado, me bajaba de la nube de mis sueños a puros cocotazos y humillaciones, y yo, aunque se enoje mi madre, pienso que ese señor no es mi papá. No sé puede ser padre de nadie si no se tiene cariño para entregar, si no se ama de verdad a mamá, si se está enojado a su vez, con su propio padre: en una cadena más interminables que las nubes que pasan por entre esos cerros. Si no se cree en los sueños de los hijos, porque se empeñan en convertirnos en lo que no queremos ser ¿Pus para qué nos trajeron? Para ir a la pulquería ¿no? Sentarnos horas entre la lluvia o terregales, ante la mirada de lástima de todo el pueblo. Ahh, son cosas que se me enredaron aquí, nomás estar esperando crecer para defender a la mamá, ¿no? de las golpizas cuando el padre se ponía tomado. Enterarse de que a lo mejor se tenían hermanos regados ¿no? pus… porque el angelito era juguetón. Y la madre de uno, entre ignorancia, resignación, necesidad… ay que va a abrir sus ojos y ver la realidad, siempre justificando las conductas de su señor, sus maltratos y pésimos humores. Por eso, cuando se fue: ¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL! ¡Grité con toda el alma!
Estoy mejor aquí ¿no? a campo abierto. En medio del rectángulo sagrado. Eso estuvo bien ¿no? como de poesía: «el juego del hombre» ahh, también se oye poca madre, «El juego del hombre», con eso hartos borrachos se ríen. Pero yo sé que es un juego muy en serio, es la emoción que la da vueltas a uno aquí, meritito en medio del pecho y que comienza desde la noche antes del partido ¿no? y que alcanza el punto límite, el punto donde ya no sé puede esperar más, un segundo antes de que el albitro… ¿qué? sí, el albitro, inicie el cotejo… aquí mero, osea, se le pega a la pelota con los pies, sí , se corre con las piernas, pus obvio, pero, ¡pero se juega con el alma! ¡y se comienza desde acá! ¡Y se mantiene la fuerza desde aquí, bien apretados los….! bueno, no tan apretados, pero, se le tiene amor desde aquí, ¿no? bien adentro. No, que juego va a ser ¡Es la puritita y mismísima chingada vida!… no, pus si le tengo mucho amor a la pelota ¿eh?
Es el juego de la creación, el esférico y un poco de luz. Igualito que el universo entero. El juego entre los planetas y la luz. Cuando apenas amanece, se empieza a abrir la portería y el juego puede iniciar: frente a fríos matinales, entre torrenciales aguaceros, cuando tu sombra enterita se oculta debajo de tus zapatos, siempre te encontrarás con guerreros jugadores de pelota. Con el viento acariciando la cara, con sus huesos gimiendo sus dolores, con la mirada viva. Es el juego del presente, el juego solitario, el que se vive con el corazón, el que no cansa, el primero que se les enseña a los niños.
Yo, yo soy todavía de los que se ensuciaron en terregales ¿no? Entre piedras y lodazales. De esos que llegábamos a pintar con cal las líneas del terreno. De esos que nos juntábamos cuando todavía no amanece, cuando te pesca el primer camión y el último paga. Yo ¿Qué tendría? Como doce años, cuando mi padrino, me dijo: Ahorre un poco ¿eh? Pa’ que estrenes zapatos, ora que vas a entrar a la escuela.» Entonces, entramos a la zapatería. Y que me dice: «Escoge los que te gusten». Nooo, nooo, «Nomás checa que me alcancen ¿no?» Ahh, no, humm, ah no ahhh. Padrino, ¿y sólo un par?. «Sólo un par, si no hay pa’ más». Entonces, con un miedo de la fregada, que le digo: Padrino, entonces cómpreme esos zapatos de tacos para el juego. «Pero que consten que esos mismos zapatos de juego son los mismos que se llevará a la escuela, ¿eh? Y los domingos a la plaza y a la iglesia, y sí no se los quiere llevar, pus ni modos, se tendrá que ir descalzo» ¡Sí, sí, tata, cómpreme esos, es que quiero seguir jugando!». Y la verdad no me importó la burla de los cuates, ni sí algún día iba a andar de volado con alguna, pus ni modo, ¿no? Pus me tendrá que aguantar con mis zapatos de tacos. Pus al fin que ni quería tener novia… No… Si quería.
Ora, cabrón. Me decía Don César: «Jugar, verbo bendito, mira, con uniforme siempre incompleto, güey, con compañeros flacos, escurridos, con panzones irredentos, entre viejos necios y chamacos talentosos, entre los hilos rotos de los jugadores que nunca llegaron y quieren sacarle jugo al caldo de su frustración». Que claridad tenía Don César. Y es que así como es de emocionante, así como nos apasiona, también es de una crueldad más rasposa que las raspadas que raspan el alma. «No, del montón de jugadores con talento, que se desperdician por tener chocolate en las venas». Atole, Don César, atole. Y sí, montones de jugadores que no llegaron a donde debían porque, no sé, la botella se les interpuso en el camino, porque el dinero no les alcanzo, o porque, no sé, tenían dos piernas del mismo lado, ¿no? O no sé, se les atravesaron un par de balones, ahhh, a esos medio los entiendo. O la maldita corrupción, que prefirió a otros chamacos ahí, influyentes, de madres, hermanas o hasta esposas que se sacrificaron por la causa ¿no? Y no los que realmente nacimos para esto. Los que no quisimos llegar porque lo consideramos indigno… y sí, los que, no se doblegaron ante nadie. Aquí, a estos páramos lúdicos, venimos hartos de los que… casi llegamos, de los que casi la hacemos, de los que conocimos de cerca a otros que casi llegaron… que casi la hicieron. Jugamos, y luego, al final del partido, guardamos silencio. Un minuto de silencio para aquellos que no alcanzamos el juego de jugar en lo más alto ¿no? Para aquellos que ya morimos en una cancha, para aquellos que cada vez que lo recordamos, se nos enluta la esperanza.
A mí, a mí me decían El Araña. Ahh, seguramente ni se han de acordar de ese jugador. Un muchacho ruso ¿no? Que más o menos de la nada, salió para jugar, del otro lado del mundo, y triunfar. Yo, pues aunque parezca jotería, si me enamoré de él. Y pa’ todos lados lo mentaba. Tanto que me pusieron de apodo… El Araña… ese Araña me gustaba de veras. Yo creo que porque se parecía a nosotros. Osea, me explicaré: no parecía tener tanto talento, pero estaba entre los grandes. No era el más fuerte, pero los demás le temían como si fuera el mejor, y sobre todo, es que había nacido en Rusia, en una tierra que a veces parece que no tiene nada que dar. A mi también, yo creo que como a él, nos trataron con burlas y desprecios cuando hablábamos de nuestros sueños. Han de pensar que son ilusiones de chamacos bobos, ¿no? Voces que terminamos por creer: «¡Estás muy enano»! ¿»Cómo crees, estás gordo!», «¡Eso no es para ti!», yo creo que en el fondo, lo que querían decir es: no lo intentes, no, yo también quise llegar y no llegué. Por eso para mí, ser cómo El Araña, no era una locura.
Ni de familia me dio tiempo. Ni de amores. Y no me quejo. Mi familia son todos los chamacos locos ¿no? Que vienen solos a jugar por las mañanas, esos que acabando el juego regresan a sus ojos tristes. Esos que a no ser por mí a nadie tendrían para platicar sus mejores experiencias en el partido: “¿Don Araña, vio mi gol?” Yes. “¿Don Araña, mire, me raspé”. “Don Araña, ¿Cómo me vio? ¿Usted cree que llegaré?”. No, pero vas a adelgazar. Para todos tengo siempre una sonrisa, un abrazo o si es necesario un buen consejo de vez en cuando, o a veces, pues un taco o dos, aunque a veces a mí ni me toque comer. ¡Esas son nuestras fuerzas inferiores y con ellos me siento casi casi como un héroe!» Casi como un héroe.
El juego, me ha dado la serenidad de aceptar, pues, lo que me ha tocado en la vida. Agradecido de mis soledades, nunca me he arrepentido. Hoy, que nadie sabe mi nombre, hoy, con las rodillas nudosas, los huesos rotos, con los jirones de este uniforme de dos mil batallas, hoy, con el talento jubilado pero el deseo renacido, hoy, con las tribunas vacías (¿cuáles tribunas, si ni tribunas hay, es Microteatro), sólo acompañado por el silencio que me aclama, con mis pensamientos de loco libre, hoy, que no fui ni la copia ridícula del Araña, hoy, aguardando la pregunta de la vida, la pregunta de Dios, como portero indefenso ante el penal inminente, hoy, si la voz de Dios se dejara sentir y preguntara si volvería a vivir esta vida seca, triste y futbolera, idéntica de sí, en este pueblo sin futuro: Señor, yo le diría, dame lo mismo, lo mismo… ¡Deveritas que lo mismo! Este mi amor sereno, por el juego… ¡Pareces árbol!
Telón
Escribe como Don Araña
“Si no se cree en los sueños de los hijos, porque se empeñan en convertirnos en lo que no queremos ser ¿Pus para qué nos trajeron?”
El miedo de los papás transmitidos a los hijos: no, a ver, mira, primero escoge algo seguro, que te de comer, ya luego te alocas, ¿sale? Pero lo que no saben es que, por más estúpido que parezca, la felicidad y el dinero no están peleadas, y un hombre feliz gana más… porque es más fácil “triunfar” (aunque me caga esa palabrita), haciendo algo que amas y que ni siquiera sientes como trabajo, que “hacer dinero “ en una chamba que padeces.
“Es de una crueldad más rasposa que las raspadas que raspan el alma”
Los que nunca llegaron pero tenían el talento, los que no creyeron en sí mismos y se rindieron, los Kenedy Tools que se suicidaron desesperados y eran unos absolutos genios pero la confianza no les dio y se mataron. Los que ya mejor decidieron no intentar y buscar un trabajo normal y seguro. ¿No es eso cruelsísimo? Cualquier cosa que uno intente, si nos apasiona deveras, será entrarle a un juego cruel: uno se arriesga y si resulta que no servimos, que no podemos, no, pus eso si raspa duro el alma. No es lo mismo perder en algo que te vale madres que en lo que más quieres. A mi me pasó: a los 26 años ya tenia 5 años sin escribir y haciendo trabajitos de cualquier cosa. Hasta de vendedor de seguros la hice. Y tú crees que me importaba que me rechazaran 50 veces al día vendiendo mi producto cubículo tras cubículo, empresa tras empresa? Nel, me valía madres, y todos me veían con envidia, me decían: no manches, no te duele nada, no te importa el fracaso, eres inmortal. Y sí, mis abdominales eran de acero y aguantaban cualquier madrazo, porque la pelea, el resultado final del partido, no me importaba un carajo. Con la literatura es diferente. Aquí no puedo encogerme de hombros y decir, bueno, no funcionó. Ya ni modo. Si resulta que no tengo lo que se necesita para vivir de mi profesión, de mi oficio, pues entonces, ¡No mames! sí que me voy a dar una raspada bien culera directito en el corazón, de esas que ya no se quitan. ¿Pero y si sí puedo? ¡No mames, no mames, no mames! Nomás se me ilumina la cara de puro escribirlo.
No es lo mismo perder en algo que te vale madres que en lo que más quieres. Share on X“Un minuto de silencio para aquellos que no alcanzamos el juego de jugar en lo más alto ¿no? Para aquellos que ya morimos en una cancha, para aquellos que cada vez que lo recordamos, se nos enluta la esperanza.”
¡Ahh, cabrón! A pesar de haber visto y leído y oído la obra unas 20 veces, cada vez que llego a esta parte el corazón se me aprieta y se me salen las lagrimitas, manito. Chale. Es que se siente bien culero imaginar que al final soy uno de los que no llegó. Uno de eso que enterraron sus sueños bien profundo, se olvidaron de ellos y cuando les preguntas, ¿Oye, cabrón, y qué tú no querías ser escritor? “, hasta lo niegan, “Nel, bueno, sí, en algún momento lo dije, pero ya ves, ideas de chavos locos”. Puta, eso duele un chingo en la putísima alma, porque es como estar muertos de por vida… la buena noticia es que siempre se puede regresar de la muerte, que nada es definitivo. No hay un a fecha límite para decir, nel, pues ya no llegué. No, ni con el futbol. A lo mejor ya no juegas en primera ni en un equipo profesional, pero puedes jugar, respirar futbol, rasparte las rodillas todos los días, entrenar un equipo, armar tu equipo. Hay mil y un formas de llegar, si ese llegar significa vivir tu pasión, tu profesión, en el presente. Con escribir es mucho más fácil. No hay tiempos para empezar ni para volverte bueno ni para publicar ni para tener éxito. Y por si no me crees, checa la entrada de Tinta Chida donde hablamos de los escritores que publicaron o muy chavitos o ya rucailos.
“A mi también, yo creo que como a él, nos trataron con burlas y desprecios, cuando hablábamos de nuestros sueños. Han de pensar que son ilusiones de chamacos bobos, ¿no? Voces que terminamos por creer: «¡Estás muy enano»! ¿»Cómo crees, estás gordo!», «¡Eso no es para ti!», yo creo, que en el fondo, lo que querían decir es: no lo intentes, no, yo también quise llegar y no llegué. Por eso para mí, ser cómo el araña, no era una locura”
Y esto, como dice Don Araña, es lo más culero de todo. Las voces que terminamos por comprarnos: las que nos hacen creer que confiar en nosotros mismos es una mamada, un cuento. Que creer en nosotros es casi como jugar a la lotería y ganar el premio mayor. En serio. Recibimos los mismos gritos que a los les gusta gastarse sus quincenas comprando cachitos de lotería para hacerse millonarios de un jalón: “No desperdicies tu tiempo” “No manches, no seas iluso”. «Mejor ponte a trabajar, ahorra”. “Mira las posibilidades, es casi imposible que te toque”. “Mejor no lo intentes”. Y lo terrible es que sacarse la lotería depende 100% del azar, y confiar en ti, insistir y mejorar, no. Hay un poco de suerte, seguro que sí, pero no tiene nada que ver con comprar un boleto y tirarte en el sillón a esperar a que los dioses te premien.
Chale. Dicen creer en nosotros es casi como jugar a la lotería y ganar el premio mayor. Share on X“Hoy, si la voz de Dios se dejara sentir y preguntara si volvería a vivir esta vida seca, triste y futbolera, idéntica de sí, en este pueblo sin futuro: Señor, yo le diría, dame lo mismo, los mismo… ¡Deveritas que lo mismo!”
¿Y cómo no? ¿Cómo no pedir más de los mismo, más de esta droga que te hace saltar las muñecas? ¿Cómo no pedir más de una vida donde todos los pinches días está uno en la tierra, pegándole al balón, driblando historias, pateando cuentos?
Cuando tenga 60, 70, 80 años, aunque nunca haya publicado libro alguno o ganado el premio nobel ni tenido una orda de fans, quiero responder lo mismo que Don Araña ante la pregunta de la vida, la pregunta de Dios, con las manos que me tiemblan por el mal de parkinson, mi barba blanca y mis rodillas que crujen como matracas: con el talento jubilado pero el deseo renacido: quiero contestar que sí, que quiero más de los mismo, “deveritas que lo mismo.” Y luego sentarme a escribir, absolutamente maravillado.
Entrevista a Marco Vidal
¿Cuáles eran tus sueños de chavito?
Ser bailarín, ese fue el principal. Y me gustaba mucho actuar. Evidentemente el del futbol, lleno de los sueños de mis padres y mis amigos. Y por ahí alguna vez sí pensé en ser escritor: me parecía entonces que no ir a la oficina, tener tu propio horario de trabajo, ser famoso, contactarte con la gente importante, era un sueño… pero ese, el de ser escritor fue el que más ahogué.
¿Por qué?
Era el menos popular, en nuestro país hubiera sido el más difícil, además porque traía el cliché de que el escritor es solo: un cuate en un cuarto con telarañas, de vicios muy prontos, casi casi diabólico. Entonces pues no iba con la familia, porque relativamente no ves un escritor que juegue futbol, que tenga amigos, novias, que oiga música popular.
Y por lo clásico, lo que te dice la familia tradicional. Para mi fue: estudia algo que te dé de comer y luego ya haces de tu vida lo que quieras, enloquece, pero ya con dinero, ya que tus hijos vayan a la escuela, que tu esposa no sufra. Escribir era sufrir socialmente, junto con las otras ramas artísticas que eran mis sueños.
¿Y al final qué estudiaste?
Ya casado, con bodoque en la barriga de mi ex mujer, me fui a la escuela de teatro con la promesa de que si me quedaba, a futuro me atrevería escribir; pero si no me quedaba entonces ya: solo iría a las obras de espectador y leería; ya no le haría más intentos. Pero sí me quedé, terminé mi carrera en Bellas Artes en el INBA, estudié actuación, esa es mi formación profesional.
¿Qué pasó con los otros sueños?
En el futbol no era nada malo, pero me faltó carácter. Era muy paradójico, fui educado por un papá violento y alcohólico que intentó que su hijo no pasara esa violencia, pero generó un niño muy temeroso, muy inseguro de sí mismo. Entonces me faltó carácter. Tenía que jugar en un estado muy alterado de enojo, de coraje, para estar al nivel de la violencia de un partido muy competitivo (ya te estoy hablando que del que gane se va a una selección o consigue una prueba en un equipo profesional). Ya los niveles son muy fuertes, de lo que te dices, de los golpes. Yo tenía que alterarme mucho para estar en ese nivel, si jugaba tranquilo me superaban. Además no entendía la violencia. Decía: estamos jugando tranquilos, se trata de disfrutar. Decía, sí, ganemos, sí, esforcémonos, pero es un juego. Yo estaba muy bien en mi vida, iba en carro a los entrenamientos, y había chamacos que iban sin desayunar, que si no se quedaban iban a trabajar de obreros toda su vida. Su vida estaba ahí y la mía no.
¿Y el de la escritura?
Yo pienso que las familias cancelan esa parte. Te invita tu hijo a ver futbol y vas, pero si lo ves escribiendo dices: ¿Qué chingados haces? ¡Ponte a hacer algo! A lo que voy es que ese sueño de escribir me dio miedo, cabrón. Por eso cuando leí el manifiesto de Tinta Chida pensé: es maravilloso, porque no importa como escribas, lo importante es escribir.
Ese sueño se acabó, se truncó por el miedo de no saber si escribía bien. Tenía miedo, era tan personal lo que escribía que me aterraba que se cagaran de risa.
Un día, muchos años después, me reencontré con mi maestro de poesía, que había sido muy importante para mí. Nos saludamos amablemente y su primer pregunta fue, ¿Sigues escribiendo, verdad? Tu no te puedes dedicar a otra cosa, no me salgas con que te fuiste a quién sabe dónde. El cuerpo me vibró, cabrón, me sacudió. Le contesté, no maestro… Hizo una cara rara, y le dije, me hice actor, actúo, y el me dijo, bueno también así se puede escribir, Marco. Te lo dije, te lo dije: no lo sueltes.
Pero ahora, finalmente, escribes, y muy chingón. ¿Cómo regresaste a ese sueño?
Por necesidad. En teatro te dicen, ¿Cuántos son? No que tres hombres y tres mujeres, bueno, búsquense una obra que les quede. Que les quede quiere decir que sea para chavos de su edad, que haya tres personajes hombres y tres mujeres, que sean morenos, bla bla bla. Y tienes que montarla. Es una chinga, cabrón, tienes que leer dos mil obras que no tienen nada que ver contigo. Entonces dije, no cabrón, hagámosla nosotros. Mi primer salvajada fue adaptar una escena de Sueño de una noche de verano y me atreví a medio componerla y a la maestra le gustó. Y de ahí me seguí, poco a poco, intermitentemente.
Y luego mi vida se modificó en términos de que hay una energía con la cual si te conectas, habla por ti, actúa por ti, define por ti, te dice, no, mi rey, si está más chido esto, cabrón. Y por fin a los cuarenta años lo capté: un día frente a la hoja una chava empieza un monólogo diciendo: el amor es una mamada, no, ni siquiera eso, las mamadas son sabrosas, y te juro que después los dedos me volaban, así, pa pa papapapa, todavía era en una vieja máquina de escribir, pa pa pa pa pa, terminé cuartilla y media. Lo leí y dije, güey, está bien, y me seguí. Me daba la impresión de que me había dictado: no oí voces, ni nada, pero tuve esa sensación.
¿Y qué es para ti Don Araña?
Don Araña viene de un trauma: éramos 4 chavos que queríamos jugar futbol profesional, los otros tres mejores que yo, pero con excepción de uno que se fue a jugar al equipo Neza, que no fue famoso ni nada, de los otros yo fui el que más cerca estuve de ser profesional. Pero ninguno de los cuatro logramos ser famosos.
Luego se mete mi hermano. Y él logró salir en una portada porque le metió un gol a un portero que se llamaba Celada, pero no debutó en primera división; tuvo su registro, fue a la banca, pero no salió. Jugó primera A, salió en la tele un par de veces. Pero él y yo y todos estos compas, cuando ya dejamos de jugar futbol, nuestra vida se cargó de pesimismo y frustración. Es brutal que a los 22 , 23 años sientas que la vida ya te da el mismo pedo. Yo afortunadamente luché contra eso, y bueno, el teatro le dio un nuevo resurgir a mis esperanzas, pero mis compas se quedaron atorados. Mi hermano, por ejemplo, pasó cosas muy complicadas, se aventó un rato de alcohólico tremendo, le fue de la chingada. Por ahí hasta sigue pensando que fue un fracasado porque según esto si no jugaste primera división, lo eres. Pero mi hermano nació para jugar; le ponía las mismas ganas en el Estadio Azteca, donde yo lo vi, que en una cancha de tierra con vidrios: le gritaba a los gordos que corrieran… a ese güey con una pelota le cambias la vida.
Ni él ni yo ni los otros compas tuvimos el talento que exigía la profesionalización. Pero el pedo no era ese, el asunto era sólo jugar, o escribir, como ustedes dicen en el manifiesto: jugar, pintar, actuar, donde sea, con quien te vea.
Entonces Don Araña es un homenaje, a todos los que no hemos llegado pero que, después de sufrir, nos dimos cuenta que no era necesario llegar, sino seguir jugando. Mis otros compas han hecho mucha lana y ahora como pasatiempo le dan dinero a un equipo de fut de chavitos, van a una escuela y entrenan, se ponen los shorts, andan en forma, son felices, arman partidos a cada rato, meten diez goles, gritan y celebran. Ya no están frustrados. Y yo pienso, ¿Qué hubiera pasado si esto mismo lo hubieran hecho hace 15 años en vez de autodestruirse? y ¿Qué pasaría si eso mismo lo hacemos todos a los que el éxito se nos niega? Seríamos todos un país feliz, me parece.
Nos han hecho creer que “llegar”, “cumplir nuestros sueños” es tener éxito y ser famoso, cuando “llegar” es hacer lo que amas todos los días, ¿no?
Lo que nos hace falta, en el futbol, en los talleres de escritura, son maestros de lo bajito, de lo bajito, del oficio. En la medida que conoces el oficio, amas el oficio por el oficio. Entonces la fama y el éxito si llegan, que bueno, y si no, también, cabrón, no pasa nada, porque el secreto de la vida está en el oficio y no en el éxito a través del oficio. Como los pseudo entrenadores de futbol que le gritan a los niños y los obligan a tener éxito, en vez de enseñarles a querer el juego.
El secreto de la vida está en el oficio y no en el éxito a través del oficio Share on XDon Araña habla de esas voces que se vuelven como madrazos que te dejan marcado. ¿Cuáles son esas voces?
Son las voces que me chuté de niño. Por ejemplo, me dolió mucho la voz de mi mamá cuando le dije: me gustaría ser bailarín, hablé con un tipo y me dijo que tengo la estatura y la estructura física para lograrlo y que me tienes que llevar ya porque el tiempo se está pasando. Ella me contestó, ay, me encantaría, pero tu papá va a decir que eres maricón y nos va a correr a los dos. ¿Y qué chingados haces, de donde sacas valor a los 6, 7 años para decir me voy de la casa y quiero ser bailarín? Si además el medio no te permite conocer a nadie que te diga, oye ese chamaco puede ser bailarín, oye lleva a ese cabrón a tal lado. Y después me di cuenta que te compras esas voces, y te quedas escuchándolas.
A veces son los putos maestros que no logran el éxito los que te meten esas voces: se dedican a burlarse por su propia frustración, y sí tuve maestros que me dijeron, ¿Y qué, a poco usted si cree que puede ser un buen actor?
¿Tiene la gente miedo a comprometerse, al nivel de Don Araña, con su pasión?
Sí, mucho. Sin duda. Nos tienen amarrados de los huevos con la familia y con los hijos, te haces tan responsable con los hijos que entregas tu vida en una empresa, en un oficio que no te gusta.
Cuando yo cuento que escribo y hago teatro algunos todavía voltean a verme y me dicen, te ves más normal. Pero hay que asumir que podemos vivir así, de eso, y además vivir bien, bien quiere decir contentos, saludables, amorosos.
¿Qué le aconsejarías a alguien que está empezando a escribir?
Humm, voy a ser muy obvio y muy directo: que entre a la pagina de Tinta Chida y se aprenda de memoria el manifiesto. Nada más.
Sigue a marco en Twitter aquí, y córrele ya, si estás en la Ciudad de México o cerquita, a ver la versión larga, de media hora más que la que aquí te compartimos, de Don Araña, Con Martín Becerra interpretando al arácnido portero.
DEL 2 DE MARZO AL 29 DE JUNIO DEL 2016
MIÉRCOLES 8:30 P.M.
Teatro Carretera 45