Todo empezó con una máquina de escribir, una mesita y una silla plegables y un cartel ofreciendo mi poesía. Me sentaba en el puente Espinosa, en la Carrera del Darro, en Granada, una de las calles más bonitas del mundo. Sacaba mi lista de poemas cortos, tipo haikus, la abría donde la había dejado el día anterior, sacaba una hoja, la doblaba en dos, la cortaba, metía la mitad resultante en la máquina, escribía el siguiente poema de la lista, sacaba el papel, lo estampaba con mi sello editorial y con un sello con mi información de contacto (Facebook, email, esas cosas), le estampaba también la fecha, lo doblaba en un triangulito y lo ponía en una cesta. Así, un poema tras otro. Las personas iban pasando, agarraban un poema, dejaban unas monedas y seguían su camino. De eso viví durante tres años.
Claro que la interacción con la gente era menos simple y más divertida: “Hola qué tal, ¿cómo funciona esto?” preguntaban, “Agarrás un poema, lo abrís, lo leés, y si no te gusta lo podés cambiar por otro” respondía yo, “Jajaja” reían ellos generalmente. Tuve charlas interesantes, intelectuales, apasionadas y apasionantes, hice amigos, y conocí varias de mis futuras parejas, me entrevistaron varias veces, salí en un documental, salí en varios periódicos noruegos, aparecí en varias guías de turismo. Como ves, puede llegar a ser bastante divertido. También pasé mucho frío en invierno, por no quejarme del calor del verano, y muchas veces tuve que tener paciencia con el viento o desmontar a toda prisa por la lluvia.
La idea era bastante simple. La verdad es que la primera vez que salí a la calle en Granada me senté sobre dos cubetas de agua, una dentro de la otra, que se terminaron deformando, y con la mesilla que me prestó un amigo. Los poemas los empecé a doblar para que no se volaran. Tenía la máquina porque la había usado para mi Proyecto Final de Carrera, que fue un libro impreso a máquina de escribir. Tenía poemas porque había vuelto a escribir poesía y estaba fresca porque la había venido usando en la Licenciatura de Bellas Artes. Como ves, todo fue parte de un proceso.
A veces la gente venía, me decía que quería un poema y se me quedaba mirando. Las primeras veces pensé “¿Por qué no agarra un poema? ¿qué está esperando?”. Luego me di cuenta de que esperaban un poema personalizado. “Esos los cobro más caros” aprendí a decir yo, que todavía no me sentía muy seguro improvisando poesía. Poco a poco me había ido enterando de que había por ahí otros poetas, y de que ellos sí improvisaban, parece ser que era la norma.
Un día participé en una feria de autoedición en Madrid, a la que fui con algunos amigos. Uno de los puntos fuertes de la feria era la recolección de dinero a partir de la producción de poemas personalizados, para una fundación contra el cáncer o algo así, ahora no me acuerdo. Así que había cinco mesas, cada una con una máquina de escribir, de un lado un poeta, del otro una fila de gente esperando su turno. Cuando te tocaba a vos, el poeta te preguntaba por alguna palabra, tema o frase sobre la que hacer el poema, vos pensabas, se la decías y el poeta te improvisaba un poema sobre la marcha acerca de esa palabra o frase, te lo daba y vos dejabas una donación. Me pareció alucinante ver tantos poetas trabajando tanto y todos a la vez, como una máquina. Uno de los organizadores, amigo mío, me preguntó si me animaba, y me animé. Ya había improvisado en la calle alguna vez, pero yo me solía tomar mi tiempo, cinco, diez minutos, a veces más, pero ahí era instantáneo, claro que nadie se iba a quejar si tardaba un poco. Me gustó mucho, fue muy agradable ver cómo salían poemas y más poemas de mi máquina de escribir, y ver a la gente entusiasmada con el resultado, compartiéndolos con sus amigos, agradeciéndome tanto.
Como podés ver, se puede hacer dinero de las dos maneras. Pero sobre esto yo tengo una opinión formada. Sobre el nivel práctico, me refiero a la cualidad comercial, la improvisación de poemas tiene un defecto, y es que normalmente, salvo en eventos de este tipo, la mayor parte del tiempo el poeta se queda a la espera de que alguien lea su cartel y se sienta suficientemente atraído como para vencer la inherente vergüenza que tiene la mayoría de las personas de acercarse a un total desconocido, que encima lo está esperando, y preguntarle cómo funciona, para luego tener que ofrecerle un pedacito de intimidad sobre el que el poeta le escribirá un poema, que puede bien no gustarle y por el que ha de pagar, bien sea con alguna moneda. También es cierto que la gente, por lo general, es más propensa a dejar más dinero por un poema largo y personalizado que por uno corto y escrito de antemano. La verdad es que, incluso con poemas ya escritos, las personas siempre están buscando una relación entre el texto y ellas mismas, como si este les fuera a decir algo de ellas, o sobre su futuro, siempre buscan coincidencias o vaticinios. En este nivel, ambas poesías funcionan. Pero a nivel práctico, quedarse esperando al próximo cliente de brazos cruzados no es una buena estrategia. Además, aunque se gane más dinero por cada poema, no es seguro que al final del día se tengan muchos clientes.
Yo prefiero la modalidad del poema ya escrito, ¿por qué?, porque de esa manera uno está escribiendo constantemente, haciendo ese ruidito característico de las máquinas de escribir que llama mucho la atención de los paseantes. Y es mejor tener alrededor gente interesada en tu máquina de escribir y no en tus poemas que no tener a nadie alrededor. Es como un bar, siempre vas al que está menos vacío. Para un cliente potencial, un poeta con gente interesada alrededor (en su poesía o en su máquina, eso da igual) resulta mucho más llamativo y confiable que un tipo con una máquina de escribir en silencio, mirando la vida pasar. Vos querés tener gente parándose y charlando con vos, aunque no se lleven un solo poema, porque eso genera confianza en el futuro consumidor.
Luego, a nivel más literario, yo, personalmente, considero que un poema escrito en el momento, sin posibilidad de revisarlo, sobre un tema que ha propuesto otra persona, no es tan poema como uno que escrito porque a uno le nace escribirlo, y que se conserva el tiempo que haga falta para ir trabajándolo y mejorándolo con el tiempo. Por eso me interesa más la idea del poema propio. Con esto no estoy posicionándome en contra de los poemas improvisados, pero creo que su cualidad poética está más en su instantaneidad que en su calidad literaria.
Pero estamos hablando de negocios, y lo que hagas, lo que ofrezcas, depende de vos, de tus habilidades y gustos, y no de mi parecer. Al final, ambas formas funcionan perfectamente bien. Yo sólo te aconsejo estar siempre escribiendo algo, ya sea que ofrezcas poemas improvisados o previamente escritos. Escribí, aunque escribas cualquier cosa, o simplemente tecleá para hacer ruido. El sonido de las máquinas de escribir llama mucho la atención, y vos querés llamar la atención. Si estás copiando tus poemas o estás escribiendo la lista de la compra es lo de menos.
También podés aprovechar y ponerte a escribir un libro a máquina. O, mientras esperás al próximo cliente, podés escribir con la máquina, imprimir con la máquina, pequeños libritos de poesía ya escrita, de seis u ocho hojas, y venderlos a los interesados como souvenirs, acompañando al poema improvisado.
Cuándo
Yo trabajaba, por regla general, sólo los viernes por la tarde, los sábados y domingos. En invierno hacía más frío, llovía más, había menos gente caminando y menos turistas, así que trabajaba menos horas. En verano el sol y el calor eran tremendos, tanto que no había ni una sola persona a ciertas horas del mediodía, así que no quedaba otra que irme a casa durante esas horas, pero por otro lado podía quedarme hasta tarde en la calle, a veces hasta las dos de la mañana. En primavera sí trabajaba casi todos los días, excepto el lunes, que era mi día libre.
En promedio trabajaba ocho horas por día. Aunque a veces llegaba tarde, mi regla era “Si hoy llegaste tarde, te quedás hasta más tarde”. A lo largo del año varían las horas de trabajo y ganancias diarias, en primavera y verano trabajaba más horas y en invierno y otoño menos. Yo ahorraba en primavera y verano para completar el sueldo en otoño e invierno, porque con lo que ganaba en invierno no podía vivir, sin contar que muchos días ni siquiera podía salir porque llovía, hacía un viento terrible, nevaba o había procesiones. Así que tenés que hacer un balance anual de ganancias y gastos. En Londres también trabajé durante un verano, durante el cual salí todos los días, y me fue muy, pero que muy bien, aunque el verano ahí dura poco más de dos meses y el invierno llegó temprano y en seguida se apagó todo, no quedó gente, ni luz, e hizo frío, sin contar con que llovía constantemente.
Una tercera opción es usar poemas ajenos, pero tenés que tener la autorización del autor (idealmente) o, en su defecto, y esta es la idea que me interesa, podés usar poemas libres de derechos de autor, también llamados de dominio público. Son poemas de autores que han muerto hace más de setenta años, por norma general. El tiempo necesario para que un autor pase a ser de dominio público depende de la legislación de cada país. En España, por ejemplo, es de setenta años, o de ochenta años para los autores muertos antes de diciembre de 1987, o sea que por norma son ochenta años.
Ojo, la misma norma se aplica a los traductores y sus traducciones, pero insisto, eso puede depender de cada legislación. Investigá bien la situación en tu país de residencia. Imaginate poder usar los versos de Federico García Lorca, o frases y capítulos del Quijote, o de poetas orientales clásicos cuya traducción haya ocurrido hace más de setenta años, como Omar Jayam. Y ni hablar de que si conocés otros idiomas y podés hacer la traducción vos mismo, el derecho de esa traducción es tuyo y podés usarla sin pedir ningún permiso.
También podés revalorar la obra de un poeta de tu ciudad, si estás en Granada no hay mucho que revalorizar de Lorca, pero habrá otros autores olvidados. O si sos de o estás en cualquiera de los pueblitos o ciudades de cualquiera de los países de habla hispana, seguro que podrás investigar y descubrir un poeta antiguo cuya obra sea de dominio público y puedas utilizar sin problema. Entendé que en este caso, más allá de la obra poética, al valor de la misma se agrega otro valor, el de la recuperación y revalorización histórica. De esa manera es mucho más fácil “vender la idea”, por ejemplo podés ir a los medios y contarles tu historia para que te hagan una entrevista o escriban un artículo sobre tu proyecto.
Imaginate moverte por el mundo con una máquina de escribir, imaginate hacerlo con una máquina con un alfabeto diferente del latino. Podés copiar poemas de poetas antiguos del lugar sin necesidad de entenderlos, sin necesidad de aprender un idioma nuevo. Imaginate viajar por Grecia copiando la Ilíada, y ya si encontrás una traducción antigua (en inglés consta desde 1581, y en español desde 1788) podés sumarle una traducción. De hecho esa idea se me acaba de ocurrir, y creo que voy a usarla yo mismo. Claro que eso implicaría cargar con dos máquinas, una de caracteres latinos y otra de cirílicos griegos. Yo estoy muy acostumbrado a usar máquina de escribir, pero no pienses que es la única manera, también se vale escribir a mano, por ejemplo sobre un papel grueso tipo pergamino, una pluma y un bote de tinta, aunque eso no genera el ruidito llamativo de la máquina. Siempre depende de dónde te pongas, del ruido ambiente que haya, y de lo llamativo que seas, porque tal vez ni te haga falta la máquina para llamar la atención. Imaginate viajar a Italia y copiar la Divina commedia, o ir a Alemania y copiar a Holderlin, o viajar a Japón y copiar haikus de Baso.
Ojo, policía
Hablando de cosas prácticas, hay que tener en cuenta varios aspectos. Uno es la relación personal y espacial con otros artistas callejeros y con los residentes y comerciantes de la zona. Si vas a ponerte cerca de otro poeta o artista callejero, hablalo antes con él, coméntaselo. Si no le molesta, bien, y si le molesta, tendrás que tomar tu decisión, tendrás que evaluar si su reticencia está justificada o no. Es un delicado equilibrio entre la empatía y el egoísmo. Pero, ante todo, diálogo y diplomacia. Lo mismo con los residentes y comerciantes, tené cuidado de no molestar a nadie, ya sea porque obstruyas el paso en una calle o acera o porque tapes la vitrina de una tienda. Si podés, hablalo antes, pero también recordá que la gente suele ser reticente a nuevos emprendimientos comerciales en su zona de manera natural. Empezando como poeta callejero, yo me hice de un enemigo, un mimo, aunque en realidad creo que fue él el que se hizo un enemigo. Me miraba desde su lugar con expresión de desprecio, porque decía, sí, llegó a hablar incluso, que desde que yo estaba ahí él ganaba menos dinero. Entendí varias cosas, una, que esas cosas pasan, dos, que siempre hay que actualizarse, no podemos apalancarnos en nuestra fortuna, un día todo cambia y tenemos que poder adaptarnos a las nuevas circunstancias, tres, que hay que ser paciente y tolerante, un día vino borracho a insultarme y perdió mi respeto, y no volvió a aparecer.
Ojo también con la policía, con los permisos que debas conseguir y con las regulaciones que haya. Yo lo hacía a la voluntad, o como se dice en México, pedía cooperación voluntaria, porque estaba prohibido vender en la calle, pero a veces la policía me molestaba porque hacía uso del espacio público. Los permisos que daban en Granada tardaban meses en llegar, si llegaban (y no duraban un año, sino hasta fin de año), y por un lado el Ayuntamiento decía que el resguardo de que había solicitado el permiso me permitía trabajar en la calle, mientras que por el otro la policía decía que no. Pero por regla general, si no molestás, o sea, si nadie se siente molesto con lo que hacés, no deberías tener problemas.
Es importante tener en cuenta que esté permitido o no vender en la calle, si se pueden poner precios o no, si se puede exigir cierta cantidad o no, estar al tanto de la normativa al respecto. En Granada recuerdo que el conflicto venía cuando ponías un cartelito con los precios, porque eso significaba que, obviamente, estabas vendiendo, mientras que sin cartelito podía ser que lo hicieras a la voluntad, y no podían acusarte de estar vendiendo.
En la Ciudad de México, donde ahora resido y que empiezo a conocer en mayor extensión y profundidad, sé que hay otras complicaciones, como la de “la mordida”. No sé qué onda con la poesía callejera, pero sí sé que salir a la calle a ofrecer algo implica normalmente pagar a alguien. Ojo con eso.
Coordenadas espacio-temporales
Ojo, igual que tenés que adaptar lo que hagas para que te sea cómodo, divertido y agradable, también tenés que adaptarlo al sitio y al momento en que lo hagas. No sólo tenés que elegir bien el lugar físico y los días y horas para trabajar, sino que también va a depender de la ciudad y del país donde lo hagas y del momento del año y la estación. Yo creo que en Granada simplemente tuve suerte de encontrar un muy buen lugar desde el principio. Bueno, de hecho, al principio estuve en la catedral, pero llegado noviembre empezó a aflojar y tuve que buscar otro sitio. Me fui al puente de Espinosa, sobre el Darro, y me empezó a ir mucho mejor, y ahí me quedé tres años.
Alguna vez probé en otros rincones de la ciudad porque en invierno decaía mucho, sin contar con que ese punto exacto es el más frío de la ciudad (me lo dijo un profesor de Climatología que tuve). El centro de las ciudades suele ser un buen lugar, pero hay que tener en cuenta el tamaño de la ciudad, porque el “centro” puede llegar a ser muy amplio, y no siempre amigable con los poetas (pensá en la CDMX). Alejate de las zonas demasiado comerciales, tratá de acercarte a museos, teatros o zonas culturales.
Va a ser difícil que alguien se interese por la poesía mientras va al banco o a hacer la compra. Igualmente, hay zonas que predisponen a la gente o que atraen a la gente con ciertos intereses. Las zonas tranquilas y de paseo obviamente atraen a gente que busca dar un paseo tranquilo. Zonas de cines, teatros, centros culturales, museos, galerías de arte, librerías y bibliotecas, predisponen a la gente a las acciones o situaciones artísticas, sin contar con que hay gente que va precisamente a esas zonas porque ya de por sí está interesada en esas acciones o situaciones.
Idealmente hay que encontrar un sitio donde la gente pase de manera relajada, ya sea que vaya paseando o que camine sin prisas, como una calle peatonal o una plaza o un parque. Yo creo que encontré la situación ideal: estaba sobre un puente, apartado de la corriente de gente a la vez que accesible a ella, y bien visible en la distancia, así la gente ya se venía preguntando por mí decenas de metros antes de tenerme enfrente. Era un paisaje vistoso y la gente no iba mirando el empedrado, sino el entorno, donde estaba yo, así que era fácil que me vieran y se interesaran por lo que estaba haciendo, cosa que no ocurre en una entrada de metro del centro de la ciudad en la hora pico, por ejemplo. El entorno ideal es uno donde pase gente constantemente pero sin prisas, agradable a la vista (una plaza, una calle o edificio bonito) y no tan abarrotado como calle Madero en fin de semana.
En la Ciudad de México, hasta donde la conozco, podrías ofrecer poesía en Coyoacán, pero tal vez no en la plaza sino en alguna esquina cercana, más tranquila. También en Roma, en Parque España o Parque México, o en alguna de sus esquinas más fresas. Otro buen lugar es la plaza Río de Janeiro, donde la estatua de David, en colonia Juárez. Creo que el área del Zócalo está demasiado concurrida y explotada, y controlada y puede terminar siendo un problema. Incluso creo que la glorieta Insurgentes puede llegar a funcionar, o algún rincón de la Zona Rosa. En la plaza de Santa María de la Ribera puede funcionar. Ni en Alameda ni en Chapultepec se puede, está muy controlado.
Mis poemas
Recuerdo que escribí muchos poemas mientras trabajaba, me refiero a poemas originales, no a copiarlos. Pasé mucho tiempo observando la calle, la gente pasar, los pájaros, el cielo, los árboles, y tuve mucho tiempo para escribir poemas nuevos. Me gustaba escribir sobre los pájaros, porque marcaban el paso del tiempo y de las estaciones. A tal hora volaban atolondrados los estorninos, a tal hora se iban para Plaza Trinidad, un día llegaba la primera golondrina, un día se iba la última. Este trabajo también te ayuda en esto, en seguir escribiendo, en darte tiempo para mirar, pensar y escribir.
Como ya mencioné, yo ofrecía poemas cortos, ya escritos. Por eso le ofrecía a la gente la posibilidad de cambiarlos. Lo gracioso es que casi siempre que decía eso la gente se reía, alegando que no, que cómo iban a hacer eso, que hay que tomar lo que se recibe, o repetían la frase de “A mí me gusta la poesía”. Muchas veces, sin embargo, la gente me pedía cambiar el poema. Un día me di cuenta de que a algunas personas le volvía a salir el mismo poema, incluso varias veces (aunque yo apartaba los que ya habían escogido), entonces noté que los poemas que no gustaban solían ser los mismos, por eso se acumulaban y salían muchas veces. Dejé de ofrecer esos poemas, no muchos, tres o cuatro. También me di cuenta de que había poemas que siempre funcionaban, ante los cuales la gente reaccionaba como si despertara. Te comparto algunos de esos poemas. Quiero mostrarte, más allá de que te gusten o no, de que los consideres buenos o no, cómo pueden ser y qué tan cortos pueden ser los poemas.
Quiero
quemar todo
e irme.
Este no fallaba. Mis amigos lo conocían como el poema polivalente, que siempre funcionaba, que era la respuesta adecuada ante cualquier pregunta. Una amiga me llegó a decir “Dame un poema para un problema que tengo, pero que no sea el de Quiero quemar todo«.
Necesitaba playa.
Vino
la lluvia.
A éste le tuve que poner un punto separador, porque la gente pensaba que me refería a que quería playa, vino y lluvia.
Necesitaba
llorar
y llovió.
Parecido al anterior, pero totalmente opuesto. Me gusta porque son simplemente cuatro palabras, pero dicen tanto.
No sé si es
amor o es
invierno.
Siempre me hizo gracia cómo interpretaba la gente este poema, cuando para mí es tan claro y obvio. Todos pensaban que era romántico, hasta que les explicaba que lo había escrito en la cama, pasando frío, sin saber si era frío de invierno, o frío de amor, de añoranza.
Si muriera
los pájaros volarían sin mí
pero quiero vivir con los pájaros volando.
A la gente le solía gustar. A veces me lo devolvían porque no les gustaba la parte de “Si muriera”, entonces yo tenía que remarcarles la otra parte, la de “pero quiero vivir”, entonces se les iluminaba la cara y se lo llevaban.
Te comparto a continuación otra muestra de mis poemas. No sé lo dije antes, pero acá no estamos hablando de calidad, sino de rentabilidad. Claro que yo creía estar ofreciendo poemas de calidad, algunos de los cuales hoy no me parecen tan buenos, pero mi intención era ganar dinero, ganar dinero para poder seguir escribiendo poesía y, claro, seguir mejorando como poeta.
Una ciudad
es cuando ves gente pasar
y no sabes adónde van.
Uno de mis poemas tempranos, y el primero de la lista.
Nubes
de noche
viajeras silenciosas.
Este lo habré escrito en primavera, mirando el iluminado cielo nocturno de la ciudad.
Como un ancla fondea
mi corazón
el mar de gente.
La gente pasando por esa calle era como un río. De hecho esa calle se convertía en un torrente cuando llovía mucho, ya que tenía un muro que contenía el agua. Yo me sentía anclado a ese lugar, como sabiendo cuál era mi lugar mientras el resto del mundo iba de acá para allá.
Sobre el mismo sentimiento escribí:
El paseo es un río de gente
como la vida misma
anclado al puente, me siento puente.
Despacito
me estreso al sol estridente
mientras espero la sombra calma.
Este fue uno de los poemas de verano que escribí los primeros tiempos que estuve en la catedral.
Anoche volviendo a casa
sentí
cantar los pájaros en la lluvia en la cara.
Volvía a casa en bicicleta, en otoño, durante las primeras lluvias.
Golondrinas sobre azul
mapean el cielo
con su juego.
Tuve tiempo de observar a las golondrinas volar.
Me gusta sentir el viento
que agita la marea
en la copa de los árboles.
Y de mirar los árboles.
Cardúmenes de pájaros
se refugian en la flora
que cubre las profundidades del cielo.
Volvía la primavera. Imaginate un trabajo donde puedes pasar tiempo mirando pájaros.
Golondrinas que vuelven a aparecer sobre los aleros
bandadas de pájaros sobre la tormenta
pajarillo de pecho amarillo muerto sobre el escalón de piedra.
Actualización para pandemias:
Todo esto se puede hacer online. Podrías establecer un día y un horario, al igual que en la calle, para ofrecer poemas desde tu perfil en alguna de las redes sociales. Recibir dinero en forma de pequeñas donaciones cada vez es más fácil, así que eso no debería representar un problema. Con lo que sí hay que tener cuidado es con cómo expresamos que aceptamos donaciones. En la calle es fácil, se pone una hucha o alcancía en la mesa, con unas monedas o billetes dentro, o el terminal para cobrar con tarjeta a la vista, y ya. En internet tendremos que tener cuidado de no parecer muy exigentes, pero dejando claro que aceptamos –y de hecho esperamos recibir– donaciones, e incluso podemos proponer o sugerir un precio.
Se puede hacer a través de un video en vivo donde se te vea escribiendo los poemas que te piden, o despachándolos a través de un chat o una publicación. Una amiga, en su cuenta de Instagram, publicó un post con el texto “Comenta una palabra, recibe un poema”, o sea, con la instrucción de comentar ese mismo post con la palabra para que ella pudiera escribirte un poema, que además luego publicaría en su perfil. Se perdía el atractivo de ver al poeta trabajando, pero es una linda forma de trabajar, vas recibiendo palabras a lo largo del día y en tus ratos libres escribís los poemas. Yo también lo hice así, establecí un día y un horario, y publiqué los poemas por la noche.
Ojo, tené cuidado, porque mirar un video, especialmente en vivo (que no puedes adelantar), donde un poeta está callado, pensando y escribiendo la mayor parte del tiempo, no es muy atractivo, ese es el problema que nos evitamos mi amiga y yo. Para eso podés hacerlo entre dos poetas, uno que escriba y otro que entretenga a las multitudes, charlando, leyendo y respondiendo los mensajes, leyendo los poemas que el otro poeta va escribiendo, y luego cambian lugares. También podés formar equipo con otros artistas, ya sea otros poetas, ilustradores, músicos, bailarines, actores, etc. Yo lo hice con amigos ilustradores que hacían un dibujo a partir de la palabra ofrecida o de mi poema.
Y ésta es sólo una de las estrategias que conozco para ganar dinero con la poesía. Tengo más: espectáculos poéticos, objetos poéticos, máquinas expendedoras de poesía, y más.
¡Saludos!
Nicolás
Por Nicolás Ramajo Chiacchio
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