Consejillos para dar a luz (con curso psicoprofiláctico y todo) a personajes chidos
Respirá hondo. Exhala; ya está por venir, ahí lo tenés, un centímetro más y ya está acá, ponéle un nombre, hacéle un lugar, dale una historia, algo profundo, o traumático, no sé, dejálo ser, no lo juzgues; es tu personaje, es tu hijo.
Así es, hoy nos toca dar a luz los personajes.
Vamos a estar cerca de ellos para estudiarlos, escucharlos, sentir los embriones en las yemas de nuestros dedos. Ver cómo los construían otros escritores. Buscar las formas de romper con los modelos repetidos y dar un manotazo más en dirección a crear una voz original. O al menos una voz que no este plagada de lugares comunes.
Además de acercar unos consejos prácticos para perfeccionar los personajes y reforzar el coraje que el escritor necesita para pasar en limpio su creación. Pero tranquilos, avanzamos en pasos cortos.
Mirar a los personajes
En la literatura, tanto hablemos de ficción como de no ficción, la creación de personajes verosímiles es crucial para captar la atención del lector.
Las historias sin personajes son experimentos imposibles. Cuando faltan en su carácter típico de protagonistas, son las cosas, objetos, circunstancias o la misma voz del narrador las que ocupan ese lugar.
La palabra personaje deriva del latín persona que viene del griego prósopon (“máscara”). En el teatro griego estas máscaras, además de representar un estado anímico, servían para que las voces sonaran más alto (per-sona).
Partamos de la base: todo lo que se pueda conocer a nuestros personajes es poco. Siempre es mejor conocer su biografía al detalle y después elegir que parte mostrar.
Estudiamos una persona detenidamente para reconocer sus contradicciones y ganar textura y profundidad. Ver los detalles, sus tics, sus manías, los actos repetitivos, las muletillas, todo eso hace que una personalidad se vuelva real. Y quizá si somos suficientemente buenos, atractiva y seductora.
Cuanto más personajes conocemos más fácil es evitar la repetición de lugares comunes.
Un error de principiante es idealizar a los personajes. Esto destruye la verosimilitud o los deja librados a lo común. Es frecuente cuando se trabajan los personajes desde los extremos, por ejemplo: un niño débil y marginado que nadie mira o ayuda, rodeado tanto interna como externamente de pobreza y carencias. La textura de ese niño está sin explorarse y el lector lo descubrirá aburriéndose. Cuidemos al lector: eliminemos a los Mary Sue que quieran colarse en nuestra prosa.
Presten atención al describir la vestimenta y las cosas superficiales que cubren al personaje, recordemos la máxima de Stephen King cuando dice “no estás vendiendo ropa, tío”. Anotemos también en qué momento hacemos una descripción larga de un personaje. Las descripciones tipo ladrillazo están bien si sos Balzac pero en lo habitual Balzac ha muerto y también sus lectores. Tenemos que ser injustos con el arte tradicional y apreciarlas como un lujo que el lector común se rehúsa a comprar en la primera página. Sin embargo es importante que el narrador conozca quién va ser el protagonista, qué lo motiva y a dónde va.
Iván Turguénev sostenía que nunca empezaba un relato sin tener una imagen clara de sus personajes. De esa manera el ruso se aseguraba que sus personajes tuvieran vida.
El tao del escritor funciona; si crees en tus personajes ellos serán sinceros y le darán verosimilitud a la historia.
Horacio Quiroga en su célebre Decálogo del perfecto cuentista nos tira otro centro que nunca falla:
“Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver. No abuses del lector.”
Factor clave uno: no obligues a los personajes a hacer algo que no están dispuestos a hacer. Déjalos fluir por el camino que pensaste y ellos actuarán conforme a su personalidad.
Tres creencias personales sobre personajes:
1. Los personajes nos son regalados cuando los merecemos. Catalizá el dolor del mundo y aparecerán.
2. Se presentan con timidez o sutileza: una imagen, una frase, un olor, un nombre, una sensación, etc. Están en el aire.
3. Depende de nosotros sacarlos del abismo oscuro que es la imaginación o los sueños. El deber del escritor es dar luz.
Nuestra mejor aliada es siempre la propia capacidad imaginativa y de observación. Confíen en prestar atención a los detalles, dense tiempo para que el personaje se les aparezca más claro. Háganlo con paciencia; no quieran aparecer de golpe a un personaje como si fueran un mago de conejos. Los magos de conejos apestan.
Escuchá lo que dicen pero también lo que callan
Lo que diferencia a una persona de cualquier otra cosa o ser viviente es el lenguaje: podemos hablar. Escuchar la voz del personaje es necesario para construirlo. Vamos a querer que nuestros personajes digan cosas importantes, solemnes, memorables, pero tengan cuidado, en general las personas hablamos tonterías.
Eviten los tonos explicativos, la exposición de ideas o aquello que suena poco convincente. El diálogo es pura naturalidad. No le hagan decir cosas a los personajes que estos no quieren ni pueden decir. Los niños no dicen palabras grandilocuentes porque sí.
Las repeticiones, las muletillas y los actos fallidos son un acceso directo a las contradicciones que constituyen al personaje.
En contraposición, explorar lo que se dice en los silencios puede ser tan revelador como una frase perfecta.
Veamos uno de los usos del silencio más importantes de la literatura occidental, extraído de la biblia, cuando Jesús está ante Pilato (S. Juan 18:38). Lo transcribo como líneas de diálogo de una obra de teatro para que se entienda mejor. Espero que ningún creyente se enoje.
Pilato: ¿Eres tú el Rey de los judíos?
Jesús: ¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?
Pilato: ¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
Jesús: Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí.
Pilato: ¿Luego, eres tú rey?
Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.
Pilato: ¿Qué es la verdad?
Ahí termina el diálogo, sin que Jesús diera respuesta a la pregunta de Pilato. Hay un vacío, un silencio. Quizá el más importante de toda la biblia. Pero ese silencio nos está interpelando de múltiples maneras.
Si el personaje no habla puedo ver qué hace, cómo se mueve. Si me tocara reescribir ese pasaje bíblico quisiera describir la postura de Jesús cuando Pilato le pregunta sobre la verdad, o hacia dónde llevó sus ojos.
Factor clave dos: los personajes hablan, pero nunca lo dicen todo. La voz se crea en los silencios. El estilo se depura en los caminos que se evitan. El estilo nace de un tono, es una tonalidad o una ambición que luego se empobrece o enriquece al tomar decisiones narrativas. La búsqueda de esa tonalidad se da en gran medida en la voz de los personajes.
El Yo múltiple
Nuestros personajes, como toda creación propia, nos ayudan a dar con un estilo propio.
¿Encontramos personajes en mundos de fantasía? ¿Los encontramos en la biblioteca, en los almuerzos con amigos, en la verdulería del barrio? ¿Por dónde se activa más orgásmicamente nuestra imaginación? ¿Qué personajes nos marcan más? ¿Cuáles no podemos hacer?
Los personajes que trabajamos están limitados por nuestros prejuicios. Desplazarnos hacia atrás, a un rol secundario, nos permite que el personaje sea quien debe ser libremente. Si eliminamos nuestros juicios de valor el personaje crece fuerte y seduce. Cuanto más logramos esto, mejor fluyen las acciones. La naturalidad aparece cuando después de una larga búsqueda se suspende todo esfuerzo de encontrarla.
Cuando escribo puedo elegir un refugio en zonas cómodas para ver, por ejemplo, escribo en una posición de Médium; solo transcribo, nada me pertenece, está todo afuera y yo solo escucho lo que me dictan. No recomiendo escribir desde una posición acusadora o el banquillo del juez. Hay demasiado de eso.
O al contrario, me meto de lleno en la acción, al estilo de periodismo gonzo para que la las circunstancias me atraviesen. El texto entonces vendrá empapado del yo del autor.
El personaje más accesible que tenemos somos nosotros mismos. Pero empezar por ahí suele dar complicaciones. Vernos a nosotros con sinceridad exige una objetividad y sinceridad que no existe desde el vamos, hay que crearla. A veces ayuda notablemente trabajar con hechos que ocurrieron en la infancia. Esa distancia ayuda a repasar los traumas y eventos sin juzgarnos a nosotros mismos, como si estuviesemos viendo la vida de un extraño. Esa posición es privilegiada para conocernos. De paso evitamos gastar fortunas en terapia (si decís que no tuviste traumas en la infancia tal vez quieras escribir Autoayuda).
Cuanto más nos conocemos más personajes descubrimos dentro nuestro. El Yo es múltiple e infinito. La pregunta ¿quién soy? es una caverna porosa que se profundiza en todas las direcciones. El ser escritor tiene que ver con el coraje de aceptar esa multiplicidad. Escribir no es para cobardes: dejar salir – y después corregir – un cuento requiere de pasar un largo rato con los fantasmas de uno, algo que ningún cobarde haría.
Hay personajes que encuentran respuestas fáciles a la pregunta: ¿Quién soy? En ese caso tenemos un personaje chato, son útiles a los fines prácticos de hacer avanzar la historia, pero uno no se enamora de ellos. No son únicos.
Cada personaje que encuentro pasa a ser un matiz propio del Yo escritor. El formato de entrevista es un dispositivo magnífico para entrar y salir de una persona. Y en general los narcisismos de nuestra era son tan fervientes que nadie se niega a dar respuestas gratis. La excusa de entrevistar a alguien para estudiarlo sirve para enriquecer el catálogo de personajes que tenemos a disposición.
Al resto de las personas las abordamos a través de la observación. Para crear un personaje necesito conocer sus hábitos. No es que vayamos escribir una rutina (a los guionistas de hollywood esto les encanta) pero necesitamos algo de sustento cotidiano para convencer al lector de que le contamos una historia verídica. O verosímil si trabajamos la ficción. Cuanto más fantásticos sean los personajes que queremos incorporar a la historia más hay que trabajar el efecto de verosimilitud. Stephen King escribe 30 páginas sobre la rutina de un pueblito donde no pasa nada antes de meter al monstruo que destruye todo.
Cuando escribo sobre el Yo del escritor, es decir del autor, necesito despegarme del que tipea y firma la obra. Necesito ese ejercicio para ver las cosas como ocurren en el cuento. Si escribo una columna en un periódico sirve crearse o verse como un personaje. Así lo puedo transgredir con libertad. Puede ser que el personaje sea coherente en todo momento con el autor que escribe, pero recuerden a Borges; Quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mis opiniones.
Consejo práctico: no cometan el error de poner un nombre sin pensar la implicancia. A veces lo primero que sabemos de un personaje es su nombre. Y probablemente va ser lo primero que recordemos. Todo nombre evoca un aura que marca. No es misticismo; un apellido ruso despierta en el lector algo distinto a un apellido guaraní.
Recomendación arbitraria: no cuentes sueños de tus personajes. Decía Henry James, cuento un sueño, pierdo un lector. Salvo que el sueño sea el eje de la narración.
Consigna: la próxima vez que suban en un ascensor con alguien no se refugien en el celular, regalen su propia incomodidad al otro. Miren al personaje de al lado, háganle preguntas, interrumpan; “Perdón, estoy haciendo un estudio de los comportamientos humanos en los ascensores, ¿me podes responder unas preguntas?”. Les apuesto que cinco de seis dan respuestas.
Hasta acá llega esta serie de consejos sobre personajes, ahora les pregunto a ustedes y los leo en los comentarios: ¿Cómo dan a luz a sus personajes?