Piérdele el miedo al qué dirán y al que dirás y anímate a salir a la calle a ganárte la papa con tus letras.
— ¿Cómo haces que toda esa gente pague por la música? — No los hice pagar, les pedí.
Amanda Palmer, El arte de pedir.
Para mí fue algo casi intuitivo esto de escribir y lo digo porque, aunque no recuerdo desde cuándo empecé a hacerlo, lo hacía desde niña, lo supe como cinco navidades atrás; una tía me regaló un bonche de hojas que había guardado durante años y que yo había escrito en diferentes momentos de mi infancia: canciones, adivinanzas inventadas, poemas y cartas dirigidas a ella (con cuentos incluidos).
Después vino la consciencia de que quería escribir. por ahí de la secundaria me imaginaba yo que sería una GRAN escritora. ¡En la prepa ni se diga! Me daba vuelo en mis clases de lectura y redacción pensando en el momento en que publicaría mi primer libro, me leerían muchas personas y casi, casi, me detendrían en las calles para que les firmara su ejemplar.
Haciendo recuerdo de estas aspiraciones de gloria literaria, también recuerdo que nunca pensé en querer que mi arte se distribuyera en las calles porque pues, ¿quién va a elegir estar en una banqueta cuando se puede estar en un bonito anaquel de una librería?
Sí, ser publicado, formar parte de una exposición en una galería o museo, firmar con una disquera y todas esas cosas es fregonsísimo, pero no lo es cuando lo vemos como única vía para la distribución de nuestro quehacer artístico por el simple hecho de que reducimos las opciones.
Las calles nos arrojan a la aventura, nunca tenemos la certeza de lo que va a suceder porque las personas no son las mismas que las del día anterior y porque no están ahí expresamente para ver lo que hemos hecho. Las calles, además, asustan no sólo porque nos colocan cara a cara con los espectadores sino porque parece que entonces nuestro arte pierde reconocimiento: si está en la calle, vale menos.
Y no.
Pero vamos a dejar de lado la onda del valor en cuanto a reconocimiento, que de eso no venimos a hablar ahora, sino sobre la posibilidad de vivir de nuestro arte en las calles (¡de escribir!). Acostumbrados a la institucionalidad, buscamos ser validados por alguna para poder cobrar chido porque, o el contrato nos asegura cierta cantidad o el nombre de dicha institución (llámese editorial, disquera, galería, etc.) nos respalda para eso.
¡Falso!
Ahí tienen la historia de una estatua viviente (esas personas que se visten de algún personaje conocido o creado por ellos y que, al depositar una moneda en un sombrero o caja destinada para eso, se mueven “y hacen alguna gracia”), se llama “La novia” y, como su vestido, su piel también es blanca. Pasa horas sin moverse con un ramo de flores en una mano, sobre una caja. A la par trabaja como mesera en un bar y toca con su banda en garajes, casas de amigos y en las calles. Un día firma con una disquera y, tras 25 mil —sorpresivas para una artista callejera— copias vendidas, ésta le dice que su disco es un fracaso y da por terminado el trato. Es entonces cuando decide abrir una página de crowdfunding en la que convocaba a la misma gente que la había visto en las calles, en los bares donde tocaba o en las redes sociales, a que donase lo que quisiera para la realización de su próximo disco. En una semana, Amanda Palmer, la estatua viviente y cantante de la que les platico, ya había recaudado poco más de un millón de dólares.
Tiempo después fue invitada a dar una plática en la plataforma TED talk en la contó cómo era ser artista callejera y cómo logró recaudar tal cantidad en una convocatoria por internet. A raíz de esa plática fue invitada a escribir un libro que se llama “The art of asking” (El arte de pedir) en donde profundiza en los puntos que tocó durante el TED talk y que, después de leer, creo que nos ofrece una perspectiva bien interesante del por qué sí podemos vivir de exponer nuestro arte en las calles y que nos puede ayudar para aventarnos e intentar otra forma de mostrar lo que hacemos (por cierto, es tan importante este libro, que este es el segundo artículo que hacemos sobre él, lee aquí el primero).
SER ARTISTA CALLEJERO NO ES VERGONZOSO
Cuántas veces no nos hemos enfrentado a la pregunta que en realidad suena a sentencia: “¿y a poco cobras por escribir/pintar/tomar una foto/tocar una canción/etcétera?, como si el trabajo artístico no fuera eso: un trabajo.
Amanda platica que muchas veces la hostigaron por estar en las calles, le gritaban que se consiguiera un trabajo y que eso la hacía sentir como que estaba realizando algo injusto, como si timara a la gente y, si pensamos en nuestro arte como una extensión de nosotros mismos, nos daríamos cuenta de que lo que ofrecemos a los demás es algo íntimo, por lo tanto, valioso.
NO HAGAS QUE PAGUEN POR TU ARTE, PÍDELES
Recuerdo que hace como 10 años me fui de viaje a Oaxaca con unos amigos. Ellos hacían teatro callejero y vi cómo llegaban a alguna plaza, montaban su obra de teatro, pasaban con el sombrero y varias personas depositaban dinero. Sus obras realmente eran muy buenas: se maquillaban y vestían acorde a cada personaje, algunos de ellos interpretaban canciones durante las presentaciones, animaban al público. Sentía que podían estar actuando en algún teatro y no “desperdiciando” su talento en las calles. Sin embargo, cuando terminaban de trabajar, se sentían satisfechos de las muchas experiencias que habían tenido con los diferentes públicos y, también, con los hasta $500 pesos que se habían ganado ¡en una sola presentación!
Pedir es bien difícil, en realidad. Nos pone en una posición de vulnerabilidad bien canija porque le damos a la otra persona el poder de validar lo que deseamos y, por eso, ser artista callejero requiere de entender que la relación entre el público y uno es muy diferente a la de alguien que sí pagó por verte, pero quienes te dan una moneda a cambio de lo que acabas de hacer, te están entregando eso y la confianza de que tu arte, esa extensión tuya de la que ya hablamos, es valiosa para esa persona. Tú no le obligaste a pagar, pero le pediste a través de tu trabajo artístico que lo hiciera. Confiaste en la validación de tu propio trabajo.
CONFÍA EN TI, CONFÍA EN TU ARTE
¿Reconocen esa sensación que nos lleva a pensar que lo que estamos haciendo no está padre, que en realidad no tienen talento o que están timando a la otra persona con su arte? Amanda Palmer llama a esto “el ataque de la policía anti fraude” y es algo con lo que muchos de nosotros tenemos qué luchar.
Recuerdo cuántas veces acepté trabajos sin pedir un pago porque no me sentía suficientemente buena para cobrar por lo que hice. ¡Imagínense ahora cuando uno sale a las calles y, frente a frente, le pides a la gente que pague por ello!
Cuando mis alumnos de Apreciación Artística me preguntan para qué sirve el arte, yo les contesto que no sirve para nada porque sé que ellos esperan que les diga una aplicación “práctica”. Entonces, si no sirve para nada, ¿qué cuando pedimos un pago a cambio? Aquí viene lo importante de este asunto: debemos tener bien claro que cuando alguien paga por nuestro arte es porque cumplimos la función estética del mismo, que ese alguien aceptó parte de la extensión de nosotros mismos porque conectó con nuestro yo interno.
Está canijo, ¿verdad? Estar en las calles nos expone muchísimo porque le estamos gritando a un montón de personas parte de lo que somos, pero frente a frente, y por eso debemos luchar contra esa “policía anti fraude” que nos dice que no valemos ya que algo que es único e irrepetible como somos cada uno de nosotros, no puede ser un fraude.
NO TE PREOCUPES DEMASIADO POR LAS INSTITUCIONES
Ahora bien, no nos confundamos, pues no crean que le estoy tirando a las editoriales o a las disqueras, sino que aquí hay otra opción no sólo para darnos a conocer, sino para conectar con las personas de otro modo, para retroalimentarnos constantemente, para hacer ejercicio diario con nuestro arte y, claro, para vivir de él, como diríamos en nuestro manifiesto.
Ahora me viene a la mente el caso de otra cantante llamada Mayté Carballo. Ella, en un momento de su vida, buscó ser reconocida a través del reconocimiento de una televisora y participó en un reallity del cual fue expulsada al poco tiempo porque “tenía exceso de energía” y no era muy buena (pueden ver el video de su expulsión aquí).
Lo que pudimos interpretar como un fracaso, Mayté lo tomó como la oportunidad de hacer las cosas distintas y salir a las calles para compartir lo que quería hacer, en realidad: componer sus propias canciones, tocar el piano, cantar para la gente y sí, vivir de eso. Eso la convirtió en la loca que toca en el metro y en las calles, para convertirse así en el soporte de lo que ahora se llama “Flor Amargo”.
Fue con esas personas que la escucharon en las calles que pudo grabar su último disco titulado “Todos somos Flor Amargo”, porque ella entendió que el arte, a pesar de ser muchas veces un acto solitario, puede salir a las calles y conectar con otras personas, mismas que van a validar y valorar lo que estás haciendo. Uno crea arte para uno mismo, pero también para que los demás conecten con él.
ENTONCES, ¿SALGO A LAS CALLES Y ME OLVIDO DE TODO?
Esta es una decisión que cada uno debe tomar de acuerdo a lo que uno espera de su propio trabajo, sin embargo, se vale entrarle y quitarse el estigma de que presentar lo que hacemos en las calles le resta valor y, más aún, que moriremos de hambre y nos desalojarán por no poder pagar la renta.
En todo caso, las calles nos obligan a ‘ponernos al tiro’, a conocer a las personas que van a recibir lo que creamos, a conocernos, a explotar nuestras cualidades y a romper con nuestras limitaciones.
Y claro, esto de lo que les hablo no es para nada una guía ni algo para seguir al pie de la letra, ¿qué tal ustedes?, ¿ya han tenido experiencia mostrando su arte en las calles? ¡Cuéntenme!
Y de paso échenle un ojo al libro 12 ideas bizarras para vivir de escribir;, donde les damos algunas pistas para ganarse la chuleta leyendo poemas en el metro, escribiendo cuentos en las calles, y otras más.